El emperador y el cosmos. Nueva mirada a la Piedra del Sol

David Stuart

La composición visual de la Piedra del Sol pone de relieve algo más allá de un simple sol. Es una imagen personalizada de dinamismo temporal y solar, que muestra el eje vertical suelo-cenit, proporcionando la idea de centralidad cósmica. Bien pudo haber sido un monumento público, a la vista de todos, en cualquier momento, y por lo tanto concebido adecuadamente como un momoztli, un “sitio cotidiano”.

 

Parecería, después de dos centurias de atención y estudios, que queda muy poco por añadir a cuanto se ha dicho respecto a la Piedra del Sol, el monumento más famoso de los mexicas. Los investigadores han establecido y debatido su significado desde su descubrimiento, hace más de dos siglos; su imagen, frecuente en la cultura popular, se ha convertido en el icono por excelencia de la herencia cultural mesoamericana. A pesar de esta larga y afortunada historia, su rica imaginería y su sentido original todavía se prestan a nuevas interpretaciones.

Muy poco después de su descubrimiento en 1790, el historiador Antonio de León y Gama determinó correctamente el significado de muchos de sus símbolos, identificando la forma circular como una representación del sol radiante y anotando que muchos de los signos jeroglíficos mostraban “varias partes de las ciencias matemáticas, que supieron con perfección” (León y Gama 1793). Reconoció inmediatamente el glifo de cada uno de los cinco “soles” de la mitología mexica, que conocía gracias a las obras de Torquemada y otros cronistas tempranos. El gran signo nahui olin, “4 movimiento” –que era el vigente–, rodeaba a cuatro glifos menores que correspond.an a las cuatro eras previas: 4 ocelote, 4 lluvia, 4 agua y 4 viento. León y Gama consideró simplemente que en la cara gesticulante del centro del círculo “se ve la imagen del Sol, en la forma que acostumbraron los Indios representarlo”. Muchos años después Alfredo Chavero, experto en antigüedades mexicanas, interpretó la Piedra del Sol, en un contexto cultural ya mejor conocido, como un ejemplar particularmente grande de un cuauhxicalli  (“vasija águila”), que acostada y viendo al cielo, sirvió como plataforma para los sacrificios gladiatorios (Chavero 1876). As. pues, la parte esencial del mensaje de la piedra fue interpretada pronto: era un gran altar en cuya superficie superior se representaba un sol circular, un dios sol, con una selección de componentes también temporales (de allá su otro nombre: “Calendario Azteca”).

¿Queda algo por decir, entonces? Tal vez resulte sorprendente que los estudiosos de Mesoamérica hayan debatido tanto sobre otros detalles de la Piedra del Sol y que la discusión continúe. Hace más de un siglo, Eduard Seler se irritaba ante algunas de las interpretaciones fantasiosas de la época –v.g., que funcionaba como un verdadero calendario o como un reloj– y afirmaba que “este ‘Calendario Azteca’ es solamente una imagen solar, ni más ni menos: una muestra de la concepción que los mexicanos tuvieron del sol” (Seler 1904; véase también Beyer 1921). Seler tenía razón, hasta cierto punto. Hoy en día sabemos que las muchas “concepciones” que los mexicanos tuvieron del sol son complejas y sobrepuestas, que no solamente incluían mensajes mitológicos, sino también históricos; mensajes sobre la autoridad, la ideología y la cosmología.

Lo anterior se hizo evidente después de 1970, cuando surgieron otras interpretaciones sobre el monumento hechas por una nueva generación de investigadores que examinó con nuevos ojos la vinculación entre el arte azteca, los glifos y la historia, poniendo en entredicho la simplicidad del “ni más ni menos,” de Seler. Carlos Navarrete y Doris Heyden (1976), Richard Townsend más tarde (1979), se concentraron en la cara central de la piedra y rechazaron que se tratara, como se afirmaba tradicionalmente, de Tonatiuh, proponiendo que la cara era más bien la de Tlalteuctli, la tierra animada, contenida en la “tierra” del signo olin  o “movimiento” (en toda Mesoamérica, el 17. día del calendario de 20 días se refiere al “terremoto” o, más genéricamente, a la “tierra”). Si tomamos en cuenta que la Piedra del Sol era un monumento que miraba hacia el cielo, dicha interpretación resulta sensata, ya que combina la imagen del sol y la superficie viva de la tierra. Cecelia Klein, quien trabajó también en la década de los setenta, consideró que la cara era un sol nocturno, yohualteuctli , que permanecía dentro de la tierra antes de reaparecer en el oriente (Klein 1976). Si bien no todos los estudiosos estuvieron de acuerdo con esas novedosas interpretaciones, es importante entender que deben su aparición a una nueva era de estudios mesoamericanos, con más información en el terreno cultural. No es una coincidencia que Townsend, por ejemplo, quien ubicó la Piedra del Sol en el contexto más amplio de los gobernantes y la cosmología mexica, haya sido discípulo de Tatiana Proskouriakoff, quien poco antes había revolucionado los estudios mayas al identificar nombres de gobernantes históricos en las inscripciones. En los ochenta del siglo XX , Emily Umberger publicó un buen número de importantes estudios sobre la escultura azteca y sus contextos históricos, basándose en trabajos decisivos de investigadores previos, donde identifica fechas, nombres de gobernantes y de deidades (Umberger 1981, 1988). Umberger señaló también la presencia del glifo nominal de Moteuczoma II cerca del centro de la Piedra del Sol, asentando así que databa de los años 1507 a 1519, y no del reinado de su predecesor Axayácatl, como hab.an supuesto durante mucho tiempo Chavero y otros estudiosos.  

Incluso en la actualidad, las interpretaciones de la Piedra del Sol siguen siendo algo problemáticas, pues hay varias propuestas y ningún consenso definitivo. Muchos siguen afirmando que se trata del sol y nada más; otros también ven la tierra, y algunos, entidades mitológicas más específicas (Solís Olguín, 2000). Muchas de esas interpretaciones no son excluyentes, por supuesto, y se basan en elementos del mensaje original de la Piedra. Me gustaría presentar aquí mi interpretación de la Piedra del Sol, enfatizando su papel histórico como retrato del emperador Moteuczoma II en tanto deificación del sol y exponiendo su importante papel como actor mítico y cósmico.

 

Cosmos y plaza

 ¿Dónde estuvo situada originalmente la Piedra del Sol? Ser. siempre una pregunta difícil de contestar, pero en cambio podemos estar casi seguros de que nunca estuvo pensada para verse verticalmente, tal y como se le muestra hoy en el Museo Nacional de Antropología. Eduardo Noguera y Doris Heyden proponen que la enorme piedra alguna vez estuvo colocada encima de un altar o momoztli , “lugar cotidiano”, en alguna parte de los linderos centrales de Tenochtitlan. Los momoztli  podían tener muchas formas, desde peque.as piedras circulares hasta grandes plataformas de mampostería (López Luján y Olmedo, 2010). Una imagen bien conocida de semejante plataforma aparece en la Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme  de fray Diego Durán: muestra a un guerrero antes de ser sacrificado, trepando a un disco solar que tiene una sorprendente semejanza con la Piedra del Sol. Tal vez la Piedra del Sol estuvo colocada encima de una plataforma de cuatro caras como ésa, con cuatro escaleras que reproducen los “cuatro movimientos” del sol, justamente como se ve en una reconstrucción adjunta y muy hipotética. Todos los investigadores coinciden al menos en que la piedra fue retirada de su sitio original y depositada después en la plaza mayor, enfrente del Palacio Nacional, donde fue descubierta en 1790.

Algunos detalles de su iconografía pueden ser relevantes para identificar su lugar de procedencia. El disco solar que domina la composición de la Piedra es parecido a muchos otros ejemplos de escultura y pintura mexicas; no sólo es un símbolo sino también un glifo. En el sistema náhuatl de escritura se lee tonatiuh , nombre que describe al sol animado (“el que va calentándose”). Pero hay más elementos glíficos contenidos en el círculo. No considero esos rasgos variantes del signo “sol”, sino elementos de un glifo totalmente distinto; por tanto, creo que se trata de otra palabra. El borde interno y segmentado y los grupos cercanos de tres, cuatro o cinco líneas en la orilla del disco son claramente característicos del glifo náhuatl que significa tianquiztli , “mercado” o “plaza”. Lo que observamos en la Piedra del Sol y en muchos otros “discos solares” menos complejos es una forma combinada de dos signos: tonatiuh  y tianquiztli , usando el principio visual llamado refundición, tan común en el arte y la escritura mesoamericanos, que fusiona dos o más elementos en un solo espacio.

¿Por qué dos glifos para “sol” y “mercado” (o “plaza”)? Como señalan López Luján y Olmedo (2010) en su importante estudio, los escritos de fray Diego Durán pueden aclararnos la relación, adelantando la cercana asociación entre las plazas de mercado, los momoztli  y la imaginería solar: “En estos mentideros de los tianguiz había fijadas unas piedras redondas labradas, tan grandes como un rodela, y en ellas esculpida una figura redonda, como una figura de un sol, con unas pinturas a manera de rosas, a la redonda, con unos círculos redondos; otros pon.an otras figuras, según la contemplación de los sacerdotes y de la autoridad del mercado y pueblo” (Durán 1967, II, p. 177).

Si regresamos a la imagen del guerrero sacrificial de Durán, vemos que hay una piedra que parece un disco bajo los pies de la víctima, adornado con el mismo signo olin  que vemos en la Piedra del Sol, y que replica otra variante del glifo tianquiztli . Tal vez esta gran forma jeroglífica aparecía para marcar un patio abierto o la plaza como reflejo del sol, por encima de ella.

Parece natural considerar la Piedra del Sol como una de las que describe Durán, en una versión particularmente trabajada y que representa “una figura redonda, como una figura de un sol”, colocada en una plaza o mercado. Como ya hemos visto, la Piedra del Sol fue desenterrada en la sección sureste de lo que hoy es el Zócalo que fue, como ahora, la plaza más grande de todo el centro de Tenochtitlan. Según las fuentes históricas, en esa plaza mayor hubo también un gran mercado, que subsistió hasta el periodo colonial (Matos Moctezuma, 2012). En el costado oriente de la antigua plaza, cerca de donde fue excavada la Piedra del Sol, estuvo alguna vez el gran tecpan  o palacio de Moteuczoma II (actualmente Palacio Nacional), lo cual sugiere que el gran monumento fue pensado probablemente para colocarse frente a la residencia real. Me pregunto si la Piedra del Sol fue encontrada muy cerca de donde alguna vez sirvió como altar monumental, en la plaza más grande de la antigua ciudad o muy cerca de ella. Al respecto, vale la pena referirse a otro importante fragmento de fray Diego Durán, el cual describe dos monumentos circulares relevantes que alguna vez estuvieron en un patio, tal vez cerca de la plaza mayor:

Las dos piedras de que he hecho mención, la una donde estaban los que sacrificaban y la otra, donde los acababan de sacrificar, muchos tenemos noticia de ellas. La una de las cuales vimos mucho tiempo en la Plaza Grande, junto a la acequia, donde cotidianamente se hace un mercado, frontero de las Casas Reales; donde perpetuamente se recogían cantidad de negros, a jugar y cometer otros delitos, matándose unos a otros. De donde, el ilustrísimo y reverendísimo señor don fray Alonso de Montúfar, de santa y loable memoria, Arzobispo dignísimo de México, la mandó enterrar, viendo lo que allí pasaba de males y homicidios, y también, a lo que sospecho, fue persuadido la mandase quitar de allí, a causa de que se perdiese la memoria del antiguo sacrificio que allí se hacía (Durán, 1967, II, p. 100).

 Tal como Chavero interpretó en el siglo XIX , es probable que Duran se refiriese a la Piedra del Sol –una “imagen del sol” enterrada cerca del canal del costado sur de la plaza (donde ahora corre la avenida Corregidora). No fue enterrada antes de 1551, cuando Alonso de Montúfar fue proclamado arzobispo de México, cargo que tuvo hasta su muerte en 1572.

Del fragmento anterior se deducen tres consideraciones importantes. La primera es que la Piedra del Sol pudo haber estado expuesta, a la vista de los viandantes, en la plaza mayor o cerca de ella, al menos treinta años  después de la conquista de Tenochtitlan. La segunda es que parece haber estado asociada a otro altar de sacrificio, es decir, que había dos , ambos al parecer colocados encima de una plataforma (¿podría esto sugerir la posibilidad de que el segundo monumento, contraparte de la Piedra del Sol, está aún debajo del Zócalo contemporáneo?). En tercer lugar, Durán anota que el lugar donde estuvo esa piedra circular servía como punto de reunión a los esclavos africanos recién llegados a la Nueva España, quienes comet.an “atrocidades” a su alrededor. La Piedra, en las décadas de 1550 y 1560, era un muy vistoso y monumental símbolo del pasado pagano de México; me pregunto si los africanos desplazados se la apropiaron a su vez como poderoso símbolo de resistencia frente a la autoridad española.

Al menos queda claro que un gran altar en forma de disco que representaba al sol fue enterrado donde antes se levantaba el palacio de Moteuczoma II, precisamente donde fue excavada en 1790 la Piedra del Sol. Si tomamos esto como indicador de su posición original, es posible especular (demasiado, tal vez) que los glifos “sol” y “plaza” que predominan en el diseño se refieren a este muy notable espacio urbano central.

Volviendo a la combinación de los signos tonatiuh  y tianquiztli  del enorme disco, es quizás relevante que tianquiztli sea también el nombre de las Pléyades, constelación que en muchos aspectos fue el elemento más importante del cielo nocturno. Las Pléyades no solamente indicaban el “centro” de la noche; su aparición en el cenit, a media noche, durante la ceremonia del fuego nuevo, era la señal para iniciar el sacrificio de renovación del fuego cósmico y el calor solar, asegurando el retorno del sol en el siguiente amanecer. El sol y las Pléyades existían como un reflejo estructural uno de otras, marcando los puntos opuestos en un eje cósmico día-noche. La combinación de los glifos debe haber proporcionado una poderosa imagen de la centralidad cósmica y el movimiento cíclico.

 

Traducción: Elisa Ramírez

 

David Stuart. Profesor Schele de arte y escritura mesoamericanos. Departamento de Arte e Historia del Arte de la Universidad de Texas, en Austin. Miembro del Consejo de Asesores de esta revista.

 

Stuart, David, “El emperador y el cosmos. Nueva mirada a la Piedra del Sol”, Arqueología Mexicana núm. 149, pp. 20-25.

 

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