El insólito caso de la “Piedra Pintada”

Eduardo Matos Moctezuma, Leonardo López Luján

Del subsuelo de nuestro Zócalo capitalino se han exhumado algunos de los más insignes monumentos de la civilización mexica. Todos recordamos la Coatlicue y las piedras del Sol, de Tízoc, de los Soles Cosmogónicos y de los Guerreros. Hay quienes suponen, sin embargo, que aún falta por recuperar una enigmática escultura que ha sido denominada desde la primera mitad del siglo XIX como la “Piedra Gladiatoria”, la “Piedra Policroma” o la “Piedra Pintada”.

 

a Miguel León-Portilla

 

El origen de una leyenda

La desconcertante historia de la “Piedra Pintada” comienza el ya lejano 8 de noviembre de 1841, cuando Brantz Mayer arribó a nuestro país en calidad de secretario de la Legación de los Estados Unidos. Durante su estancia de apenas 12 meses, este norteamericano oriundo de Baltimore se aficionó a las expresiones materiales de las sociedades prehispánicas, lo que lo llevó a trabar una buena amistad con Isidro Rafael Gondra, quien fuera el conservador del Museo Nacional de 1835 a 1852. En alguno de sus múltiples encuentros, según narra el propio Mayer en Mexico as it was and as it is, Gondra le platicó acerca de una escultura de grandes proporciones que aún permanecía sepultada en la Plaza Mayor, “por falta de la suma irrisoria que se necesitaría para desenterrarla de nuevo y ponerla en el Museo”. A decir de don Isidro, se trataría de una “Piedra Gladiatoria” o temalácatl, es decir, de la brevísima palestra cilíndrica sobre la cual luchaba el cautivo mal armado contra los guerreros sacrificadores mexicas durante el ritual de “rayamiento” o “sacrificio gladiatorio” dedicado a Xipe Tótec. Gondra le comentó, además, que dicha escultura se encontraba originalmente al pie del Templo Mayor, justo en frente de la “Piedra Sacrificial”, refiriéndose con ello a la Piedra de Tízoc. Como es bien sabido, esta última cumplía la función de cuauhxicalli, recipiente cilíndrico que en el “rayamiento” recibía el cuerpo del guerrero herido para la extracción del corazón y la subsecuente ofrenda de sangre al Sol y a la Tierra.

Con respecto a las características físicas de la escultura abandonada en el subsuelo, Mayer (1844, pp. 123-124) expresa en su libro:

 

Hace algunos años, mientras se hacían en la plaza ciertas reparaciones, hallóse este monumento a poca distancia de la superficie. El Sr. Gondra puso empeño en que la sacasen de allí; pero el Gobierno se negó a cubrir los gastos; y como, según él me cuenta, las dimensiones de la piedra son exactamente iguales a las de la Piedra Sacrificial [265 x 94 cm], a saber, nueve pies por tres [equivalentes a 274 x 91 cm], no se atrevió a emprender la remoción por cuenta propia. Pero, deseoso de conservar en lo posible el recuerdo de los tallados que la cubren, sobre todo teniendo en cuenta que dichos relieves están pintados de amarillo, rojo, verde, carmín y negro, y que los colores todavía se conservan completamente frescos, hizo un dibujo del cual es facsímil el croquis que va en esta obra.

 

En efecto, este pasaje de Mexico as it was and as it is se ilustra con un sencillo grabado que se intitula “Gladiatorial stone”, el cual nos muestra dentro de un círculo de puntos lo que Mayer interpretó como un par de guerreros bien armados y a punto de enfrentarse. Tal imagen, transmitida por el mismísimo Gondra, sembró dudas en Mayer, pues éste decía saber por documentos históricos que la cara superior del temalácatl siempre era lisa –lo cual es incorrecto– y que estaba dotada de una perforación donde se ataba la cuerda para sujetar al cautivo.

 

Matos Moctezuma, Eduardo, y Leonardo López Luján, “El insólito caso de la ‘Piedra Pintada’”, Arqueología Mexicana núm. 116, pp. 28-35.

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la UNAM. Profesor-investigador emérito del INAH.

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris x-Nanterre. Profesor-investigador del INAH.

 

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