En México, el primer icono felino aparece entre los olmecas (1250·400 a.C.) en esculturas monumentales de piedra y en delicadas piezas de jade de sitios como San Lorenzo y El Azuzul, en Veracruz, y La Venta, en Tabasco. Excepto por el énfasis de San Lorenzo en representaciones naturalistas, la imaginería felina olmeca se distingue principalmente por una representación recurrente: la de una extraña criatura, parte felina y parte humana, con una característica boca de labios caídos que parece gruñir. La investigación etnográfica en sociedades indias contemporáneas de Mesoamérica y Sudamérica proporciona mitos y cuentos que nos permiten una interpretación mucho más exacta de lo que representaron estas criaturas olmecas.
Estas "criaturas imposibles" han sido bautizadas como hombres-jaguar y, para algunos estudiosos, son seres sobrenaturales producto de la unión de los gobernantes olmecas y seres jaguares míticos; otros ejemplos, que al parecer representan niños, han sido llamados “niños-lluvia”. Algunas de las esculturas y estatuillas más pequeñas son consideradas como chamanes que se transforman en naguales felinos, captados a medio camino entre felino y hombre. También podría simplemente tratarse de chamanes o sacerdotes con máscaras de felinos o que asumen posturas felinas para llevar a cabo un ritual olvidado hace mucho tiempo.
La relación simbólica entre los poderosos felinos y los gobernantes y dioses de la sociedad olmeca parece haber sido el inicio de una tradición muy persistente en México. Se trata de antiguas concepciones derivadas de las creencias chamánicas de las sociedades cazadoras-recolectoras, en las que humanos y animales podían compartir una misma esencia espiritual y cambiar la apariencia externa a voluntad. Puede parecernos, desde una perspectiva moderna, un mundo mágico de transformaciones y brujería, pero para los pueblos antiguos era parte de su manera de ser y de actuar. En este tenor, lo que nos importa aquí es que fueron los olmecas los primeros en traducir esas ideas a imágenes de piedra, jade, cerámica, así como en pinturas en cuevas.
Tomado de Nicholas J. Saunders, “El icono felino en México fauces, garras y uñas”, Arqueología Mexicana núm. 72, pp. 20-27.
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