El tributo fue la expresión del poder político y económico que se expandió para controlar centros estratégicos de un extenso y variado territorio. Para su práctica, los mexicas desarrollaron formas de organización tributaria que hicieron posible la recaudación, el almacenamiento y registro cuidadoso de los bienes cuya suerte y destino se decidía en el corazón del imperio: la gran ciudad de Tenochtitlan.
En el siglo XVI Tenochtitlan era una gran ciudad que dominaba el Centro de México, sede del poder económico, político y religioso del pueblo mexica. Fundada, según las crónicas, en el año 1325, ejercía su poder y dominio desde esta isla por los cuatro rumbos de Mesoamérica.
La historia de esta ciudad y de sus habitantes nos remonta al siglo XIV en el que, para poder establecerse en este lugar, un grupo de hombres se sometió al dominio del señor de Azcapotzalco. Los cronistas describen detalladamente los avances y los logros de este grupo para poder sobrevivir. Destacan su singularidad como valientes guerreros al lado de los tepanecas y su astucia para aliarse con el señor de Texcoco y de Tlacopan y así iniciar una etapa de expansión y consolidación como señorío independiente a partir de 1428.
La guerra y consecuentemente la imposición del pago de tributo a los pueblos dominados fue un elemento fundamental, en el siglo XVI, para lograr la expansión y el poderío. A Tenochtitlan llegaba mano de obra, alimentos y artesanías, textiles y trajes con escudos para la guerra, indispensables para una sociedad que basaba gran parte de su poderío en el ejército.
Requerían de una eficiente organización para la recaudación, el registro, envío y almacenamiento de los productos, así como la organización de los pueblos conquistados para mantenerlos bajo su dominio. Partimos de la consideración de que tanto el control como la organización dependían del poder político, ejercido a través de los gobernantes que controlaban tierra y trabajo y organizaban la producción.
La expansión
Los primeros gobernantes inician el sometimiento de los pueblos cercanos a Tenochtitlan, tales como Acolhuacan, Xochimilco, Cuitlahuac, Chalco, Mixquic, Cuernavaca, e incursionan en Puebla, Hidalgo y norte de Guerrero. Una vez asegurados los alrededores, los que siguieron iniciaron campañas a lugares más alejados, como la costa del Golfo, Oaxaca, Guerrero y Chiapas. Las conquistas mexicas muestran cómo la expansión se dirigía a lugares estratégicos, tanto por su ubicación geográfica, entendiendo por ello puntos claves que permitían el avance a lugares más distantes, como la Mixteca o el Soconusco, o lugares que les permitieran establecer guarniciones en la frontera con pueblos hostiles, como los tarascos o los chichimecas.
Otro objetivo importante era la adquisición de bienes que no era posible obtener en el centro de México, como el algodón o el cacao, las pieles de ocelote, el ámbar y otros productos que requerían tanto para su compleja vida cotidiana como para la celebración de sus variados rituales.
Del procedimiento que seguían los tenochcas para dominar alguna provincia es muy común que las fuentes mencionen como inicialmente el tlahtoani mandaba embajadores ante los señores locales, solicitando un presente. Se daba todo un protocolo de intercambio de regalos, y los embajadores hacían una serie de peticiones tales como que les tejiesen mantas o que les obsequiasen un árbol muy preciado, lo que significaba el sometimiento. Cuando la respuesta era negativa, Moctezuma enviaba a sus ejércitos y al someterlos los convertía en tributarios. Cuando una provincia les era particularmente importante, mandaban a varios mensajeros-espías que recaudaban la información necesaria que permitiera su control sin mayor riesgo. Si una ciudad controlaba a un conjunto de pueblos y, por ello, aun gran número de tributarios, se convertía en un foco de atención del tlahtoani o gobernante mexica. Cuando una caravana de mercaderes o de calpixques era atacada, la respuesta era la guerra.
La actitud de los tenochcas frente a las autoridades del lugar sometido no era siempre la misma. En ocasiones, el gobernador local era trasladado a Tenochtitlan para ser sacrificado, y se imponía a un noble mexica como la nueva autoridad. En otros casos se dejaba al señor local, con la obligación de recolectar el tributo.
Una vez que la población era dominada, se establecía el tributo correspondiente. Generalmente eran los propios vencidos quienes ofrecían lo que podían pagar, y no detenían la batalla hasta que el ofrecimiento cumplía con los deseos de los tenochcas. Parte del tributo se recogía en el momento y el resto se trasladaba a la ciudad, bajo la responsabilidad de los propios tributarios. En la mayoría de los casos se tomaba un gran número de cautivos que también eran trasladados. Era común que se instalaran en las regiones fronterizas guarniciones militares que debían ser mantenidas por la población local. No era difícil que alguna de las poblaciones sometidas por un tlahtoani se rebelara más tarde y fuese nuevamente dominada por él mismo o por su sucesor.
Una manera de mostrar esta rebeldía era no cumplir con el pago del tributo fijado. Las consecuencias podían ser diversas: el aniquilamiento de la población, la imposición de una doble tasación o el desalojo de sus habitantes y el envío de colonos de otras regiones.
Luz María Mohar Betancourt. Antropóloga. Maestría en antropología social. Universidad Iberoamericana. Sus intereses se han centrado en el estudio del tributo en el México antiguo y el análisis del Códice Matrícula de Tributos y Códice Mendocino. Investigadora titular del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
Mohar Betancourt, Luz María, “El tributo mexica en el siglo XVI”, Arqueología Mexicana, núm. 4, pp. 44-47.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar: