Las pinturas en la iglesia
No sabemos cuándo fueron pintados los muros y bóvedas de la iglesia de San Miguel Arcángel, pero tenemos algunas pistas. Estas obras pictóricas son similares, por su estilo, a las que hay en otros conventos en el estado de Hidalgo. En una pintura mural del claustro franciscano de Alfajayucan se integró la fecha de 1576; asimismo, hay una pintura de Cristo crucificado, en la portería del convento agustino de Metztitlán, fechada en noviembre de 1577. Por ello podemos inferir que los murales de Ixmiquilpan fueron ejecutados durante la segunda mitad del siglo XVI, quizá entre 1571 y 1580. Por ese entonces los otomíes servían como aliados militares de los españoles en la conquista y colonización de los actuales estados de Guanajuato y Querétaro. Esta situación explica, en parte, la insistencia de los artistas indígenas en el tema de la guerra.
Las pinturas fueron ejecutadas al temple sobre diversas superficies: un friso que rodea la nave a la altura de los ojos del espectador, los dos tímpanos que se encuentran en los muros del sotocoro, un segundo friso que recorre la parte superior de los muros de la nave, los frisos que rematan los muros de las capillas laterales, las bóvedas que cubren los espacios del templo.
Algunas de las pinturas son de clara inspiración europea. En la bóveda de cañón que cubre el coro y la nave hay un diseño que imita una labor de artesonado, como las que adornaban los cielos rasos de los templos griegos y romanos antiguos. El diseño imita un grabado del tratado de arquitectura del boloñés Sebastián Serlio. Los frisos de las capillas laterales se relacionan con la decoración grutesca del Renacimiento; probablemente se inspiran en grabados europeos que viajaron a la Nueva España en libros impresos. El término “grutesco” fue acuñado durante el Renacimiento, cuando los artistas bajaban a las excavaciones, que parecían grutas, para copiar la decoración mural de los monumentos antiguos. Los diseños grutescos combinan elementos humanos, animales, vegetales y arquitectónicos en composiciones llenas de capricho y fantasía.
Hay un gran friso grutesco, a la altura del arranque de la bóveda de cañón que cubre el coro y la nave, a unos 15 m sobre el piso del templo. En este friso no se encuentran los signos pictóricos indígenas, sino motivos grutescos, en los que se integran medallones con monogramas y otros motivos alusivos a Jesús, María y San Agustín. La presencia de ángeles alados junto con monstruos que combinan formas de animales y seres humanos con elementos del reino vegetal sugieren que el tema del friso podría ser la lucha entre la virtud y el pecado en la mente del cristiano. Este friso es de clara inspiración europea, por su forma y su contenido.
Lo que más destaca en la decoración mural de la iglesia de San Miguel es el friso, de 2.21-2.51 m de altura, que se desarrolla desde el pie de la nave hasta el presbiterio, en ambos lados de la nave, a la altura de los ojos del espectador. En todo el friso la composición es regida por enormes volutas vegetales, derivadas de la decoración grutesca. Entre las volutas luchan guerreros indígenas con indumentaria y armas de tipo prehispánico. Los guerreros del lado septentrional de la nave toman prisioneros (hombres y hombres-planta, de inspiración grutesca) o matan a sus adversarios. En el lado meridional los guerreros luchan al lado de hombres-animal-planta, como los del friso alto de este templo, pero interpretados con mayor libertad, incluyendo elementos de origen prehispánico. Varios guerreros decapitan a sus enemigos humanos.
El friso alto, más ortodoxo (dentro de la tradición de la decoración grutesca renacentista), bien puede representar la lucha del bien y el mal en la mente del cristiano. Pero cuando los pintores del friso inferior retomaron estos modelos y los insertaron en la batalla del friso inferior, los monstruos grutescos fueron convertidos en partícipes en la guerra sagrada, concebida en términos de la antigua religión del Centro de México. Esto es evidente por la presencia de signos guerreros indígenas: águilas sobre nopales; águilas frente a jaguares; vírgulas de la palabra que presentan, en síntesis, el signo agua-incendio, metáfora de la guerra; la toma de prisioneros, asiéndolos de los cabellos; las banderas, sostenidas por águilas y por guerreros humanos; las armas indígenas: trajes de algodón, escudos, macanas, arcos y flechas.
En los tímpanos del sotocoro encontramos, del lado meridional, la oposición de las fuerzas cósmicas de la noche, el inframundo y la muerte (los jaguares) con el águila, metáfora del Sol, relacionada con el día, el cielo y la energía vital. El motivo central es un escudo renacentista con un agua-cerro (altépetl en náhuatl, andehent’oho en otomí, ambos con el significado de “señorío”).
En el tímpano septentrional hay otra águila solar, flanqueada por jaguares armados con penachos de plumas. Detrás del águila se asoma un nopal con tunas (tenochtli en náhuatl, ‘bonda en otomí). Aparte de su vínculo con el señorío mexica de Tenochtitlan (An’bonda en otomí), este signo hace referencia a los corazones humanos, las “tunas del águila” que se extraían de los prisioneros de guerra para ofrendarlas al Sol. El águila se posa sobre un signo agua-cerro, del que actualmente quedan escasos remanentes. Sobrepuesto al cerro hay una verdolaga (itzmiquilitl en náhuatl; ts’utk’ani en otomí), signo de Ixmiquilpan (Itzmiquilpan en náhuatl; Ants’utk’ani en otomí). El mensaje se expresa mediante una serie de metáforas visuales: el águila se posa sobre la verdolaga para hablar de la guerra y comer tunas; el Sol viene al señorío indígena de Ixmiquilpan para recibir su ofrenda de corazones y sangre humana, frutos de la guerra.
David Charles Wright Carr. Maestro en bellas artes por el Instituto Allende, miembro corresponsal de la Academia Mexicana de la Historia, candidato al doctorado en ciencias sociales del Colegio de Michoacán y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. Estudia manuscritos otomíes novohispanos.
Tomado de David Charles Wright Carr, “Zidad Hyadi. El venerado padre Sol en la Parroquia de Ixmiquilpan, Hidalgo”, Arqueología Mexicana, núm. 73, pp. 38-45-
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