Entre desiertos, mares y montanas. El paisaje ritual de los antiguos californios

María de la Luz Gutiérrez Martínez

Un elemento fundamental en los conceptos religiosos de la península de Baja California era la comunicación ritual con ancestros y figuras míticas. Las imágenes plasmadas en cuevas y piedras constituyeron el medio idóneo para establecer esa comunicación, de la que emanaba el poder del chamán, de ahí su amplia distribución en la península.

 

La península de Baja California es una región de México con uno de los repertorios más extraordinarios de arte rupestre del continente. A pesar de su aparente condición agreste e inhóspita, esta región reunió las condiciones necesarias para el desarrollo de interesantes pueblos de cazadores-recolectores, los cuales subsistieron en una amplia gama de circunstancias ecológicas y configuraciones sociales.

Ahora se sabe que esos pueblos se desplazaban sobre estas tierras por lo menos desde finales del Pleistoceno, es decir, hace unos 10 000 años. La condición casi insular de la península de Baja California mantuvo a esas culturas relativamente aisladas de las vastas influencias procedentes del continente, lo que permitió el desarrollo de complejos culturales únicos.
Precisamente, uno de los rasgos más sobresalientes de la prehistoria peninsular es que estos desarrollos promovieron la producción masiva de arte rupestre, probablemente desde tiempos muy remotos. La abundancia de esta manifestación cultural es tal, que conforma uno de los rasgos más sobresalientes de la arqueología peninsular, otorgándole incluso una identidad propia desde una perspectiva cultural. El arte rupestre peninsular se manifiesta en una diversidad de contextos, materiales, estilos y circunstancias y, aunque su estudio aún es mínimo, es evidente que su origen y función debió ser múltiple.

Lo que sí es un hecho es que en esta península el arte rupestre se integra al paisaje con una extraordinaria y trascendental persistencia, lo inscribe simbólicamente y le otorga un significado cultural, mostrándonos con claridad el fluido movimiento de los pueblos que lo crearon, quienes protagonizaban y a la vez presenciaban un constante ir y venir. Así, uno de los principales valores de esta región es el propio paisaje, entendido éste como un extenso espacio social en el cual estuvo funcionando el arte rupestre de estas antiguas sociedades.

En el arte rupestre peninsular se utilizaron dos técnicas básicas: el petroglifo o petrograbado y la pintura. Los petroglifos son grabados sobre la piedra que se logran mediante la percusión, el desgaste, la incisión, etc., con un instrumento de gran dureza. La segunda técnica es la aplicación de pintura sobre la roca y se conoce como pintura rupestre. La pintura se obtenía mezclando pigmentos minerales pulverizados con un aglutinante y agua; aunque esta fórmula puede variar, en esencia éstos serían los componentes básicos.

La mayoría de los sitios pintados se localiza en cuevas, abrigos rocosos y cantiles situados dentro de los cañones de las cordilleras peninsulares. Los sitios con grabados o petroglifos se encuentran en diversos contextos: mesetas intermontanas, planicies desérticas aledañas a las montañas o malpaíses, antiguos derrames de lava actualmente fracturados por factores de intemperismo mecánico. Las tinajas -oquedades naturales en las que se acumula el agua de la lluvia, la cual se puede mantener ahí gran parte del año- son lugares donde los petroglifos aparecen con más frecuencia. Cabe mencionar que en vista de las condiciones de aridez de la península, las tinajas se constituyeron en un elemento del paisaje sumamente importante para los grupos de cazadores-recolectores, quienes les asignaron un valor significativo e incluso ritual.

 

María de la Luz Gutiérrez Martínez. Arqueóloga por la ENAH. Investigadora del Centro INAH Baja California Sur. Directora del proyecto Identidad Social, Comunicación Ritual y Arte Rupestre, el Gran Mural de la Sierra de Guadalupe, Baja California Sur, CONACYT INAH. Responsable de la zona arqueológica Sierra de San Francisco, B. C. S.

 

Gutiérrez Martínez, María de la Luz, “Entre desiertos, mares y montanas. El paisaje ritual de los antiguos californios”, Arqueología Mexicana núm. 52, pp. 58-63.

 

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