¿Feminismo prehispánico?

Eduardo Matos Moctezuma

De algunas décadas para acá el feminismo ha cobrado un auge sin precedente y no sin razón. Existen actualmente diversas corrientes, como aquellas que podemos llamar extremistas hasta la presencia de mujeres que critican estas posiciones y, más aún, comentan que la muy extendida práctica de “equidad de género” lo que propicia es que no queden en determinados puestos las personas más preparadas, ya sean mujeres, hombres u homosexuales, sino que esto obliga a un equilibrio que, por lo mismo, puede ser perjudicial. Tengo amigas muy inteligentes que han destacado de manera sobresaliente en su quehacer y las he escuchado decir que si a ellas las eligieran por cuota, sería un insulto a su dignidad. Ahora bien, es indudable que la primacía masculina ha prevalecido en muchos ámbitos por el sólo hecho de ser hombre. Esto no debe ocurrir. Aunque a veces los movimientos extremos pueden tener sus ventajas para los hombres: aquello que se decía cuando un barco se estaba uniendo de “¡primero las mujeres…!” ahora ya no acontecerá: el que pueda se salva y listo. En fin, que de todo hay en la viña del Señor… Para tratar sobre el tema voy a acudir a un relato en el que vemos una situación difícil, que le tocó resolver a Nezahualcóyotl, gobernante de Texcoco. El relato, escrito por fray Bernardino de Sahagún, habla sobre los consejos que el padre le da al joven hijo para que no abuse del pecado carnal. Para ello, el franciscano relata el caso de dos ancianas, que son presentadas ante el tlatoani de Texcoco pues, pese a estar casadas, han sido sorprendidas acostándose con jovencitos. Dice así el relato:

 

Siendo vivo el señor de Tezcuco, llamado Nezahualcoyotzin, fueron presas dos viejas, que tenían los cabellos blancos como la nieve de viejas, y fueron presas porque adulteraron e hicieron traición a sus maridos, que eran tan viejos como ellas, y unos mancebillos sacristanejos tuvieron acceso a ellas. El señor Nezahualcoyotzin, cuando las llevaron a su presencia, preguntóles diciendo: Abuelas nuestras, ¿es verdad que todavía tenéis deseo de deleite carnal? ¿Aún no estáis hartas siendo tan viejas como sois? ¿Qué sentíades cuando érades mozas? Decídmelo, pues que estáis en mi presencia, por este caso. Ellas respondieron: Señor nuestro y rey, oiga vuestra alteza: Vosotros los hombres cesáis de viejos de querer la deleitación carnal, por haber frecuentádola en la juventud, porque se acaba la potencia y la simiente humana; pero nosotras las mujeres nunca nos hartamos, ni nos enfadamos de esta obra, porque es nuestro cuerpo como una sima y como una barranca honda que nunca se hinche, recibe todo cuanto le echan y desea más y demanda más, y si esto no hacemos no tenemos vida. [Dirigiéndose nuevamente al hijo agregó]: –Esto te digo, hijo mío, para que vivas recatado y con discreción, y que vayas, poco a poco, y no te des prisa en este negocio tan feo y tan perjudicial (Sahagún, 1956, t. II, lib. VI, cap. XXI, p. 146).

 

Recordemos que entre los mexicas el adulterio estaba penado con la muerte por lapidación y ahorcamiento. Relata fray Juan de Torquemada al respecto:

 

El que cometía adulterio tenía pena de muerte […] Y así era que a los adúlteros apedreaban […] A ninguna mujer ni hombre castigaban por culpa de adulterio, si para el dicho castigo no procedía más que la acusación del marido; pero había de haber testigos y juntamente confesión de los acusados; y si los dichos adúlteros eran de la gente principal y noble, morían ahogados en la cárcel [ahorcados]; y si la del común y pueblo, con la pena dicha; y no es poco de considerar esta distinción y diferencia, pues no se hace más entre gente de mucha razón y policía, para que los nobles no sean de todo punto afrentados de los plebeyos, ya que con la vida pagan (Torquemada, 1977, t. IV).

 

Algunas imágenes de códices también dan razón de lo anterior. Así, vemos en el Telleriano-Remensis (f. 17r ) a una mujer adúltera que ha sido ahorcada y a un hombre adúltero apedreado. Del caso mencionado de las dos ancianas no sabemos finalmente en qué acabó el asunto ni lo que determinó el sabio Nezahualcóyotl, aunque habría que esperar lo peor, pues pese a los buenos argumentos esgrimidos en su defensa estaban confesas del delito. Pero de lo que no cabe duda es que las viejitas la pasaron muy bien mientras pudieron y aunque hayan sido condenadas a muerte lo bailado no se los quitó nadie, ni el mismísimo señor de Texcoco…

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

 

Matos Moctezuma, Eduardo, “¿Feminismo prehispánico?”, Arqueología Mexicana, núm. 153, pp. 86-87.

 

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