Pintando el mundo de nuevo: colores y artistas
Ahora bien, si por un momento imaginamos estar en el lugar de los sabios y los pintores que realizaron el Códice Florentino, hacia 1575, podemos apreciar que el formato novohispano-indígena en el que han decidido, junto con Sahagún, realizar los 12 libros, tiene tres aspectos: el texto original en náhuatl, el texto traducido al español y las pinturas. En el pasado, las pinturas eran el sustento de la narrativa oral: un sabio iniciado las podía convertir en un texto que se leía, se cantaba, se bailaba; las pinturas eran como las notas en un performance, que tenía la intención de recrear la realidad mítica en el presente y de esta forma poder comprender la esencia de los acontecimientos. En el Códice Florentino, entonces, las imágenes podrían estar interactuando con ambos textos alfabéticos de la misma manera. Las pinturas son el vehículo para dotar a los textos de tlahtolli, de palabras, con el poder de recrear el conocimiento. Miguel León-Portilla fue el primero en apuntar que los sabios, tlamatinime, tenían como función el preservar el in tlilli in tlapalli, a ellos pertenecía el negro y los colores, a ellos pertenecían los códices. En un sentido, los sabios, los artistas, son la tradición pictórica que preserva el conocimiento. Conocer la manera de hacer y pintar las imágenes es la forma de conocer a los pintores y los sabios que pintaron y escribieron el Códice Florentino.
Los colores del in tlilli in tlapalli
En los códices nahuas la manera de representar el tlahtolli, o las palabras de poder, es a través de una vírgula de sonido. Algunas veces, como en el Códice Borbónico, las volutas se pintan con flores de múltiples colores que emergen de ellas. En esta representación es revelador que el interior de la vírgula esté compuesto de una serie de ideogramas que significan “un día”, y que se emplean para describir el acto sagrado de pintar los calendarios rituales. Es decir, este signo presenta claramente la imbricación entre las pinturas, los colores y el sonido del tlahtolli, o de las palabras que se recitan al mirar y leer las imágenes. Como lo indica Mark King, para los códices mixtecos este sonido policromo indica la energía viviente del habla, de la música, así como el humo en las ofrendas de copal y el Sol que nace en la mañana del tiempo de creación; en todos estos casos, las vírgulas de sonido con múltiples colores son la expresión del canto espiritual que construye la realidad. El concepto en náhuatl de “flor y canto”, in xóchitl in cuícatl, expresa esto mismo, el canto es la poesía, la expresión oral de la sabiduría pintada, como se observa en la figura del Códice Borbónico. Es a través de los colores que se manifiesta el conocimiento. En los estudios realizados por el grupo de científicos italianos mediante el MOLAB (“Mobile Laboratory”, del proyecto European Infrastructure Developed by the Center of Excellence SMAArt (Scientific Methodologies Applied to Archaeology and Art), University of Perugia/CNR, Italy, liderado por Antonio Sgamellotti y Costanza Miliani), Davide Dominici encontró, en su análisis de 12 códices mesoamericanos, que los colores fueron elaborados con flores o insectos y que hay muy poco uso de pigmentos minerales, sobre todo en los códices mixtecos y del Centro de México. Es decir, la policromía refleja que hay una relación estrecha entre la materialidad de los colores hechos con flores y el significado del acto mismo de pintar y leer las imágenes. Las figuras hechas con flores son el vehículo para que se reciten palabras de poder y belleza (tlahtolli), o como la poesía, in cuícatl in xóchitl, la flor y el canto. Por esta razón es indispensable conocer cuál es la realidad material de los colores usados para pintar la gran obra indígena novohispana que es el Códice Florentino.
Diana Magaloni Kerpel. Doctora en historia del arte por la Universidad de Yale. Fue directora del Museo Nacional de Antropología. Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Tomado de Diana Magaloni Kerpel, “Pintando el mundo de nuevo: colores y artistas”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 90, p. 28-31.