Se trata sin duda del edificio más importante de Chichén Itzá, y su ubicación en la plaza principal del sitio –en el centro mismo de la ciudad– da cuenta de su relevancia en los ámbitos político y religioso. Tras el abandono de la ciudad, el Castillo conservó su aureola de prestigio, su papel simbólico, y en la época de la conquista aún recibía visitas de peregrinos que acudían a realizar ceremonias en honor a los dioses de la lluvia. Desde los primeros tiempos de la Colonia, el Castillo llamó la atención. El principal cronista de Yucatán, fray Diego de Landa, se refiere a él, aun cuando llevaba siglos abandonado. En los siglos posteriores fue uno de los edificios, no sólo de Chichén Itzá sino del área maya, que más admiración provocaba entre los viajeros y exploradores que visitaron el sitio. Fue explorado y restaurado a fines de la década de los veinte y principios de los treinta del siglo XX, y ahora recibe miles de visitantes al año, en especial durante los equinoccios de primavera y otoño.
Aunque en comparación con las de otras construcciones la del Castillo es una decoración más bien austera, la estructura no deja de ser el elemento más notable de la ciudad por sus dimensiones y su simétrica armonía. Se trata de un basamento con escalinatas por los cuatro lados, las cuales conducen a un templo en la plataforma superior, formado por un santuario central con dos pilares interiores. Contiene una subestructura en la que se ve un friso con representaciones de jaguares, una escultura de Chac Mool y un trono de jaguar pintado de rojo y con incrustaciones de jade y concha. El acceso a la subestructura es mediante un túnel moderno, excavado sobre la escalera original. Es probable que el Castillo estuviera dedicado al culto de Kukulcán, pues por su orientación, en los equinoccios de primavera y otoño se dibuja –en uno de los muros laterales de la alfarda y mediante un juego de luz y sombra– una serie de triángulos que simulan el cuerpo de una serpiente.
La arquitectura maya-tolteca
La llamada arquitectura maya-tolteca es la que predomina en Chichén Itzá. Se impuso hasta el final de la ocupación y fue heredada, mediante Mayapán, al estilo arquitectónico del Posclásico: columnatas abovedadas, mascarones, máscaras y otros elementos, que se combinan con amplios espacios techados, columnas esculpidas, hileras de pilastras y largas superficies de frisos labrados con motivos característicos. Esa arquitectura se manifiesta además en tipos arquitectónicos que tienen sus mejores correspondencias en el centro y el norte de México, y en la Mesoamérica del Posclásico, como el patio galería, el tzompantli, el juego de pelota en doble T, etc.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique, “II. El Castillo”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 27, pp. 38-46.