La casa maya

Enrique Nalda y Sandra Balanzario

Espacios en los que cotidianamente se reproduce y renueva mucho de la cultura de un pueblo, las casas habitación resultan de primera importancia para comprender los modos en que se organizaban y funcionaban las comunidades prehispánicas. En el Área Maya, el interés por explicar lo cotidiano y, de ahí, por explorar las casas habitación ha recibido un gran impulso en los últimos 20 años, lo cual ha permitido un mejor conocimiento sobre la vida económica y social de los antiguos mayas.

 

Una parte importante del esfuerzo de los arqueólogos mesoamericanistas se ha centrado en la exploración de conjuntos arquitectónicos monumentales. El trabajo realizado en ese tipo de contexto ha sido de tal magnitud, y tan evidentes los logros alcanzados, que ha opacado lo hecho en estructuras menores de arquitectura doméstica. Así, los informes de excavaciones de antiguas casas habitación han quedado relegados a la literatura especializada. Paradójicamente, a través de ese segundo tipo de investigación es como se ha producido la mayor parte de nuestro conocimiento de la operación y dinámica de las comunidades prehispánicas.

No han sido pocas las exploraciones que se han hecho en unidades habitacionales prehispánicas. En el Área Maya, la preocupación por explicar lo cotidiano y el primer señalamiento sobre la importancia de los restos de casas de la gente común datan de la década de los años treinta, cuando algunos arqueólogos de la Carnegie Institution of Washington exploraron montículos habitacionales en Uaxactún, Guatemala, Mayapán, Yucatán, y San José, Belice. Esa faceta de la arqueología de Mesoamérica recibió un gran impulso en los años cincuenta, con la aparición de los primeros proyectos arqueológicos dirigidos a la definición de patrones de asentamiento, es decir, al conocimiento de la relación entre los sitios y entre éstos y el ambiente físico y biótico en que se encuentran enclavados; en ese nuevo contexto, las unidades habitacionales asumieron, obviamente, un papel protagónico. El avance más significativo en este campo, no obstante, se ha dado como consecuencia de los trabajos realizados en los últimos veinte años. De las exploraciones llevadas a cabo en ese periodo, destacan las de Copán, en Honduras, y las de Kohunlich, en México, estas últimas realizadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. En ambos sitios se han hecho excavaciones extensivas de una gran cantidad de estructuras de función habitacional, correspondientes a diferentes estratos sociales y políticos.

Con las nuevas exploraciones, se han modificado algunas de las ideas que se tenían sobre la forma en que los mayas organizaban su vida económica y social. En términos generales, hoy se cree que, al igual que en los tiempos modernos, los mayas antiguos debieron de haber vivido en unidades domésticas de una sola familia nuclear –básicamente una pareja casada con sus hijos solteros– o, con igual frecuencia, en unidades compuestas de varias familias nucleares, las cuales pudieron ser relativamente autónomas en materia económica o, alternativamente, participar de un solo patrimonio y compartir responsabilidades. En el caso de las familias nucleares, resultaba común la adopción de padres viudos, así como de infantes e incluso de extraños, que llegaban a integrarse de alguna manera a la actividad desarrollada por la unidad doméstica y que eventualmente adquirían derechos iguales a los del resto de sus miembros. En el caso de las múltiples familias, pudo haberse tratado de hermanos casados, que vivían o no bajo el mismo techo que sus padres.

Los documentos coloniales y los estudios recientes de poblaciones vivas confirman la existencia y permanencia de ese tipo de organización desde la intrusión de la cultura europea en tierras mayas. No resulta igualmente claro, sin embargo, si esa organización a base de familias nucleares y múltiples familias fue igualmente el fundamento de la organización económica y social de los mayas de la época prehispánica. De hecho, existen dudas sobre si lo que se dio en la Colonia fue la continuación de viejos patrones prehispánicos o, más bien, consecuencia de las políticas españolas de reordenamiento y reorganización de la vida económica, dislocada como estaba desde los primeros años de la Conquista.

Unidades domésticas

No es fácil resolver la duda con base en los datos arqueológicos, pues, dada la naturaleza del registro arqueológico, mucho tiene que dejarse a la especulación; sin embargo, hay ciertas cosas evidentes. Si nos guiamos por la información recuperada durante las exploraciones realizadas –y en curso– en Kohunlich, podemos decir que, en ese sitio, las unidades domésticas integradas a base de varias familias coexistieron, al igual que en la época colonial y en la reciente, con unidades más pequeñas, centradas en una familia nuclear. También se puede decir que, en Kohunlich, al igual de lo que sucede en la actualidad, la organización a base de múltiples familias estaba restringida a los estratos sociales más favorecidos, mientras que, en los contextos rurales o en la periferia del sitio, por el contrario, lo común era la unidad doméstica unifamiliar. No es posible decir, sin embargo, si las familias que vivían juntas en un solo complejo habitacional guardaban relaciones de consanguinidad o afinidad o eran familias relacionadas entre sí fundamentalmente por intereses económicos, agentes, por ejemplo, de un mismo proceso productivo.

Las unidades domésticas unifamiliares habitaban casas individuales, compuestas de varias construcciones y la mayor parte de ellas dispuestas alrededor de un patio. Entre las casas vecinas había un espacio sin construir, progresivamente más grande a medida que las casas se alejaban del centro cívico-religioso. En las casas más distantes, ese espacio era utilizado sin duda como huerto y en él debieron de haberse cultivado plantas que requerían cuidados especiales; sin embargo, nunca era de tamaño suficiente para alimentar a la familia completa durante todo el año, por lo que debieron contar con campos en otras partes.

En general, las construcciones estaban orientadas hacia los puntos cardinales y respetaban la desviación específica de los grandes edificios del centro cívico-religioso respecto al norte astronómico; cuando esa orientación cambiaba –lo cual parece haber sucedido cuando se daban cambios políticos mayores–, se ajustaba la orientación de las casas, haciéndola coincidente con la  “oficial”; no obstante, la orientación  “oficial” se perdía con el aumento de la distancia de las casas desde ese centro de arquitectura mayor.

 

Enrique Nalda (1936-2010). Arqueólogo. Doctor en antropología por la UNAM. Investigador de la Dirección de Investigación y Conservación del Patrimonio Arqueológico, INAH. Director del Proyecto Kohunlich, Quintana Roo.

Sandra Balanzario. Arqueóloga por la ENAH. Integrante del Proyecto Kohunlich desde 1993.

Nalda Enrique, Sandra Balanzario, “La casa maya”, Arqueología Mexicana, núm. 28, pp. 6-13.

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