La casa real de Tenochtitlan. Don Luis de Santamaría Cipac

María Castañeda de la Paz

Don Luis de Santamaría Cipac fue hijo de un tal Acamapichtli y nieto del tlatoani Ahuítzotl. Llegó al trono de Tenochtitlan el 30 o 31 de agosto de 1563, un año después de la muerte de Cecetzin. En los códices lo reconocemos por el glifo onomástico de una mazorca desgranada (o-lo-tl) y un ojo (ix-tli) para aproximarnos al nombre de Luis (lo-ix), o bien a través de un lagarto (cipac-tli) para su nombre indígena.

Los Anales de Juan Bautista señalan que con motivo de su elección organizó un gran convite, al que asistieron todos los señores comarcanos y en el que se gastaron importantes sumas de cacao. Esta asistencia denota cómo entre varios pueblos del centro de México aún existía un reconocimiento a la autoridad del gobernante tenochca, al que antaño se le rendía vasallaje. Casi al año de estar gobernando, Cipac se casó con doña Magdalena Chichimecacihuatl. Una señora cuya identidad es de momento un misterio, pues sólo sabemos que era “hija del ya difunto don Diego”. Es probable que se tratase de la hija de don Diego de San Francisco Tehuetzquitzin (†1554), el último gobernador de ese nombre, pero no hay ningún documento que lo certifique. No obstante, no cabe duda de que era una mujer importante, como pone de manifiesto el boato de su boda, a la que acudieron los nobles de los pueblos vecinos, y en la que se danzaron y se tocaron cantos prehispánicos, como el chichimecáyotl y el atequilizcuícatl. Pero éstos eran los coletazos de una época.

En ese mismo año (1564) había llegado a la Nueva España el visitador Jerónimo de Valderrama, cuyas reformas en materia de tributo marcaron un antes y un después en la vida de los nobles indígenas. Ante una España empobrecida y con las arcas de la hacienda vacías, Felipe II vio la necesidad de aumentar sus recursos mediante la subida del monto del tributo en sus colonias. Pero Cipac, como antes había hecho Tehuetzquititzin, también se resistió a los cambios sociales y, por tanto, a la pérdida de sus privilegios. Empero, el visitador no sólo venía comisionado por el Consejo de Indias para elevar el monto tributario, sino que también traía el encargo de comunicar a los tenochcas y tlatelolcas el inicio del pago del tributo real, del cual habían estado exentos desde la Conquista. Por si esto fuera poco, ese tributo que otros pueblos habían estado pagando en especie (mantas, maíz, etc.), a partir de ahora debía hacerse en dinero, con el fin de que todos vivieran como españoles.

Lógicamente, los alborotos no se hicieron esperar. En enero de 1564, cuando Luis de Santamaría Cipac comunicó la orden, la gente enfurecida comenzó a insultarlo. Lo mismo sucedió a la hora de recoger los tributos, momento en el que las autoridades del cabildo fueron apedreadas. Con motivo de otra subida en ese mismo año, la reacción fue similar. En este caso apedrearon el tecpan (palacio) de San Juan Moyotlan y casi matan a su gobernador, al cual dejaron medio desnudo. Fue entonces cuando se dice que, por su docilidad en acatar las nuevas órdenes, Cipac recibió también el despectivo apodo de Nanácatl (“Hongo”). Ahora bien, hay testimonios que demuestran, igualmente, cómo el gobernador trató de prevenir la aplicación del nuevo tributo, a la vez que defendía la importancia del antiguo sistema. De hecho, por su resistencia a presentarse ante la autoridad española fue castigado con cárcel. Es obvio que ya no podía complacer a ninguna de las dos partes.

En este marco puede entenderse que, al ver cómo sus privilegios iban mermando, en la noche del jueves 24 de mayo de 1565 estuviera en su azotea como endemoniado, “gritando y golpeándose su boca, llevaba puesto su escudo [y] con su espada andaba escaramuceando”. Agotado, cayó de su azotea, pero no murió. A decir del historiador Luis Reyes García, este acto fue la simulación de un combate, “agobiado por los conflictos y su impotencia ante la colonización”.

Cipac murió a finales de diciembre de 1565, en medio de una sociedad muy convulsionada, donde los alborotos por el tributo prosiguieron tras su muerte. El cronista Chimalpahin señaló que con él se acababa el gobierno de los amados nobles mexicas-tenochcas.

 

María Castañeda de la Paz. Doctora en historia por la Universidad de Sevilla, España. Investigadora del IIA de la UNAM. Estudia la historia indígena prehispánica y colonial del Centro de México, y se especializa en la nobleza, la heráldica, la cartografía y los códices históricos indígenas.

Castañeda de la Paz, María,  “La casa real de Tenochtitlan. Don Luis de Santamaría Cipac”, Arqueología Mexicana, núm. 161, pp. 12-13.