Cómo aproximarse a la cosmovisión de la tradición mesoamericana Nuestro objeto de estudio posee una particular composición, nada menos que la de un complejo inscrito en un tiempo de muy larga duración al que atribuimos un territorio que comprende la mitad meridional de nuestro país y la occidental de Centroamérica. Para poder abordarlo es preciso dejar establecidas algunas aclaraciones respecto a las vías de enfoque elegidas y al conocimiento que por ellas se espera adquirir.
1) Al ser la cosmovisión un hecho histórico de producción de procesos mentales, el primer problema es determinar la forma en que podemos acercarnos a actividades reacias a toda observación directa. La aproximación a los procesos mentales es indirecta, por medio del estudio de los vestigios materiales dejados por las acciones a las que dieron lugar dichos procesos. Se pretende deducir las causas por sus efectos. Aunque los caminos sean indirectos, el conocimiento obtenido es con frecuencia maravilloso.
2) Las vías del conocimiento son científicas. El análisis de las pautas está encuadrado en las ciencias sociales. Los enfoques principales serán los de la historia y la antropología, esta última entendida desde su acepción más amplia, la que engloba arqueología, etnología, etnografía, lingüística y bioantropología. La elección de estas vías no implica que se desdeñe cualquier otro camino proporcionado por la ciencia.
3) Ante un objeto de dimensiones colosales, mi apreciación será sintética, con todos los defectos que la síntesis extrema supone. Insistiré, tal vez demasiado, en las generalizaciones. Privilegiaré las semejanzas sobre las diferencias. Haré comparaciones con ejemplos distanciados en tiempo y espacio. Sin embargo, siempre tendré como norma el respeto científico a las fuentes y el correcto manejo de la lógica.
4) Las fuentes utilizadas no dan informes equilibrados. Habrá periodos de la historia sólo accesibles por la arqueología; otros, por el documento; o sólo por la iconografía o por la comunicación oral. El conocimiento, en consecuencia, será desigual y heterogéneo. Por ejemplo, las fuentes documentales de la colonia temprana describirán en forma precisa la vida indígena del Centro de México, mientras que serán exiguas en áreas de gran importancia cultural, como Oaxaca o el Sureste. Desde ahora hay conciencia de que la desproporción puede inclinar a interpretar “a la manera mexica”.
La vía histórica
Hay asuntos que para ser debidamente comprendidos deben iniciarse con la aclaración de ambigüedades. Es el caso de la historia. Para puntualizarla es preciso desdoblar su nombre y encontrar que tiene dos significados distintos. Con el término historia se hace referencia al paso en el tiempo en colectividades humanas. Todo pueblo, se dice, tiene una historia. Pero al mismo tiempo, el término designa una específica actividad humana, la del registro de los acontecimientos: una sociedad es o cree ser consciente de su experiencia, y se sabe necesitada de grabar en la memoria acontecimientos significativos para enfrentarse a otros similares en el futuro. El conocimiento no debe quedar reducido al saber de los testigos. Es necesario que la relación trascienda a otras generaciones. Los hechos que se tienen por notables deben resguardarse del olvido. Se memorizan en el canto, en el relato, en la danza; se tallan en la madera o en la piedra; se pintan en los códices; se escriben en los documentos. A este registro también se le llama historia. Para desambiguar se utilizan términos latinos que precisan el significado. Habrá historia res gestæ, como conjunto de acontecimientos, y la habrá rerum gestarum, como registro de los acontecimientos.
Recuerdo las viejas definiciones de la historia que me enseñaron en mi niñez y en mi adolescencia. Se hablaba de la historia como el registro de los hechos trascendentes e irrepetibles del pasado, realizados por los grandes hombres. Ya para aquella época la llamada Escuela de los Anales había producido sus mejores frutos y había trastornado conceptos como los que dieron origen a mi aprendizaje temprano; pero las nuevas ideas no llegaban –y tardarían mucho en hacerlo– a los textos escolares mexicanos. Eso, por una parte, y por otra los alumnos del tercer año de la escuela elemental ni nos preguntábamos ni nos preocupábamos si los terribles acontecimientos de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, de los que nos enterábamos con asombro casi al día y con detalle en los noticieros del cine, poseían el pasado necesario para formar parte de la historia. [...]
Cómo entender la historia
La historia, como res gestæ, es el conjunto de acontecimientos que vive una sociedad humana, entrelazados todos, todos dinámicos. No podemos limitar la historia a un pasado, pues el presente es devenir. La historia, como rerum gestarum, es la acción humana, nacida de la conciencia social, que conserva la memoria de lo que en cada época se estima como el valor de lo vivido, lo que posee un sentido para el grupo social. No podemos limitar el registro a lo escrito, ni siquiera al relato. Comprende toda forma de inscripción destinada a quienes están presentes, a quienes vendrán en el futuro. Sobra la palabra prehistoria si se refiere a la res gestæ, pues la especie humana alcanzó su actual naturaleza gracias a las transformaciones colectivas de las especies que la antecedieron; tampoco la prehistoria tiene razón de ser si se refiere a la rerum gestarum, porque la experiencia lleva implícita la conciencia de que la memoria le es indispensable.
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
López Austin, Alfredo, “4. Las vías de conocimiento”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 68, pp. 56-75.