La misa de San Gregorio. Obra mestiza

Pascal Mogne

De las numerosas obras de plumas procedentes de la Nueva España, la Misa de San Gregorio es probablemente la más destacada y estudiada. Un texto latino, igualmente hecho de plumas, rodea la imagen: señala que fue compuesta en la ciudad de México, siendo don Diego Huanitzin gobernador, en 1539, bajo el pontificado de Pablo III, y al cuidado de fray Pedro de Gante. Esa información, de importancia primordial, permite fechar la obra e identificar a quienes encargaron la obra: los franciscanos, y más precisamente el famoso Pedro de Gante, defensor de las artes indígenas y creador de la escuela San José de los Naturales.

La leyenda de San Gregorio

Durante una misa del papa Gregorio el Grande, uno de los asistentes puso en duda la presencia del Cristo en la hostia. Entonces, por demanda del santo pontífice, apareció el Cristo, rodeado de los instrumentos de su Pasión. De origen oriental, ese tema conocerá en Nueva España gran difusión: murales de Cholula y Tepeapulco, mitras de plumas, etcétera.

Considerando el importante papel de los misioneros originarios de Flandes en los principios de la conquista espiritual, no fue sorprendente que el arte plumajero, al servicio de la nueva fe, se inspirase en grabados principalmente germánicos. Es entonces muy probable que el modelo de nuestra obra sea la Misa de San Gregorio de Israhel van Meckenem.

La Misa de San Gregorio de Auch es uno de los más obvios ejemplos de mestizaje en el arte colonial de la Nueva España, en donde a la lectura “europea” puede ser añadida una lectura “indígena”. En el marco de esa corta síntesis, y entre varios, tres elementos iconográficos pueden aquí testificar esa presencia indígena.

Fe y magia: las pintaderas

Sobre la parte dorsal de las casullas y la parte frontal del mantel del altar se notan motivos rojos sobre amarillo. Son éstos curiosamente parecidos a las impresiones dejadas por las pintaderas mexicas, sellos utilizados en rituales mágico-profilácticos. Aunque, probablemente ignorados por los misioneros, no han de ser considerados una forma de “cripto-paganismo”, sino la marca del sincretismo que mezcla rituales antiguos y la nueva fe. Los motivos representados (frutos, flores, plumas y volutas), símbolos claramente precoloniales (relacionados con la fertilidad, la belleza, la palabra), están aquí reutilizados por el mensaje cristiano.

Sobre las casullas aparecen tres motivos idénticos: una especie de bola tripartita rodeada de volutas. Aquí se observa la fiel representación del corazón humano según las convenciones mexicas. Elemento central de sus ritos, el corazón estaba estrechamente asociado al sacrificio humano y, por consecuencia, a la antropofagia ritual por la cual la carne de la divinidad era simbólicamente consumida.

Entendemos entonces los riesgos de confusión entre la eucaristía y esa “teofagia” que los franciscanos, al conocer los ritos antiguos, se esforzaron en aclarar. Así encontramos esa asombrosa asociación, más bien reapropiación de una iconografía pagana: los tres ventrículos, la flor trilobulada como sangre derramada y las volutas como palabra: Hic est Sanguis Meus.

El perfume de las piñas

El último “detalle” de la presencia indígena que podemos señalar tiene en realidad una importancia inversamente proporcional a su tamaño: dos piñas (originalmente tres) puestas sobre el sepulcro a la izquierda del Cristo.

Gran descubrimiento botánico del Renacimiento, la piña tuvo gran aceptación en Europa, no solamente por su aspecto o su sabor, sino principalmente por su perfume. Por eso, las piñas tienen aquí el papel de los tres vasos de las Santas Mujeres que embalsamaron el cuerpo del Cristo. Símbolos de las Américas, como las plumas, las piñas son el testimonio escogido por los misioneros para la integración del Nuevo Mundo al Viejo.

Una obra diplomática

Al igual que los numerosos retratos de plumas destinados a los príncipes y prelados de Europa, la Misa de San Gregorio tuvo probablemente un papel “diplomático”. Podemos imaginar que estaba destinada al papa Pablo III. El 9 de julio 1537, la bula Sublimis Deus, al reconocer la capacidad de los indios para recibir la fe, había consagrado los esfuerzos de quienes protegían a los indígenas. Así, no es ilógico imaginar que esa obra se ofreciera al soberano pontífice como reconocimiento de su decreto.

Pascal Mongne. Historiador del arte, se dedica al estudio de las colecciones americanas de Francia, a la imagen europea de las Américas y a la cuestión de las falsificaciones en el arte precolombino. Trabaja igualmente sobre el arte de la pluma. Dio cursos en la Universidad de París I y colaboró en la creación del Museo del Quai Branly. Imparte clases en la Escuela del Louvre de París.

Mogne, Pascal, “La misa de San Gregorio. Obra mestiza”, Arqueología Mexicana, núm. 159, pp. 70-71.

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