La primera civilización de Mesoamérica

Ponciano Ortiz Ceballos

Semblanza arqueológica de Veracruz

Los vestigios más antiguos detectados en el actual estado de Veracruz datan de por lo menos 5600 años antes de nuestra era. El surgimiento de la cultura olmeca en el año 1200 a.C. marca un hito en la historia de Mesoamérica. Su influencia se extendió más allá de la costa del Golfo, hasta América Central, la cuenca de México y las costas del Pacífico. Durante el Clásico Temprano, varios pueblos del centro y sur de Veracruz mantuvieron contacto con el Altiplano central y recibieron una fuerte influencia teotihuacana.

El territorio que actualmente ocupa el estado de Veracruz sirvió de asiento a importantes grupos humanos que produjeron ricos conocimientos y coadyuvaron al desarrollo del resto de las sociedades mesoamericanas en sus diferentes etapas evolutivas.

Tradicionalmente se ha aceptado que fueron tres los grupos culturales más importantes en este territorio: huastecos, totonacos y olmecas, los cuales ocuparon el norte, el centro y el sur de Veracruz, respectivamente; sin embargo, éstos no fueron los únicos, pues la gran variedad lingüística existente en el momento de la conquista indica que debió estar constituido por un mosaico pluriétnico. Los nombres de estos grupos culturales o “etnias” les fueron dados por los cronistas durante la conquista, pero posiblemente se refirieron a territorios, por lo que consideramos puede resultar riesgoso trasladar automáticamente o pensar que las manifestaciones culturales más antiguas del Clásico y del Formativo corresponden a los mismos grupos y a un desarrollo unilineal.

Así, por ejemplo, la llamada cultura olmeca del Formativo poco o nada tiene que ver con los grupos que las fuentes llaman olmecas xicalancas u olmecas uixtotin. Anotamos esta cuestión para evitar futuras confusiones; trataremos ahora de explicar, grosso modo, el desarrollo de esas sociedades por horizontes culturales o estadios, si bien sabemos que éstos se modifican o cambian de una región a otra.

Los primeros asentamientos

Al igual que en otras partes del territorio mesoamericano, en Veracruz es escasa la información sobre el modo de vida en los tiempos precerámicos; sólo tenemos datos provenientes de dos sitios: Santa Luisa, ubicado en la cuenca baja del río Tecolutla, y el conocido como Rancho Nuevo, ubicado en la cuenca baja de los ríos Actopan y Colipa.

Los datos más antiguos provienen de Santa Luisa, en el complejo llamado Conchita, en 5600 a.C., y la fase Palo Hueco abarca el periodo del 4000 al 2400 a.C. El sitio Rancho Nuevo no ha sido excavado, la información proviene de artefactos recolectados en la superficie.

 Los utensilios encontrados en Santa Luisa fueron lascas burdas de obsidiana, pequeñas lascas del mismo material, punzones, buriles, raederas y piedras rotas por el fuego, lo cual nos habla de grupos nómadas que se establecían en campamentos temporales o seminómadas, con una economía basada en la explotación extensiva de los productos del río, de los esteros y el mar, complementada seguramente con la caza y la recolección de tubérculos.

En Rancho Nuevo se reporta un ajuar de artefactos similares a los anteriores, como piedras rotas por el fuego, hachas de mano, morteros, raspadores, cuchillos, vasijas de piedra, buriles y puntas de proyectil de obsidiana trabajadas por percusión y retoque, semejantes a los objetos localizados en el Valle de Tehuacán y por lo tanto fechables entre el 4000 y el 2000 a.C. Estos vestigios también corresponden a bandas nómadas y seminómadas de recolectores, cazadores y pescadores.

El surgimiento de las aldeas

A este periodo se le denomina Formativo Temprano y se caracteriza por el surgimiento de aldeas o asentamientos permanentes, por el invento o la introducción de la cerámica, y por el incremento de su bagaje cultural. La evidencia más antigua que se reporta también se localiza en la cuenca baja del Tecolutla, en el sitio Santa Luisa. La fase más antigua, conocida como Raudal, se fecha entre el 1700 al 1450 a.C., y le sigue la fase Almería, de 1450 a 1350 antes de nuestra era.

En estas fases, los habitantes de la cuenca del Tecolutla elaboraron principalmente vasijas globulares de boca reducida y “ollitas” decoradas con engobe rojo y con incisiones en espiral y acanaladuras verticales, entre otras, para la preparación de sus alimentos. De sus instrumentos de piedra destaca la gran cantidad de pequeñas lascas de obsidiana con uso y reúso y vasijas de basalto. Todos estos materiales culturales concuerdan con los datos provenientes de la fase Barra de Chiapas, de la que son contemporáneos. Esto indica que el patrón básico de subsistencia entre las costas del Golfo y del Pacífico pudieron ser similares.

La gran cantidad de pequeñas lascas de obsidiana ha permitido sugerir la existencia de una alimentación basada en el aprovechamiento de tubérculos y en una preparación especial de vegetales y leguminosas, como chile, tomate y frijol, mientras que el maíz probablemente no se comía en forma de tortilla, ya que no se han encontrado metates para esta época. En fases posteriores, como Monte Gordo y Ojite, las comunidades locales reciben la influencia del complejo “Olmeca arqueológico”.

En la cuenca baja del río Coatzacoalcos, en San Lorenzo Tenochtitlan, también se reporta la presencia de materiales correspondientes al Formativo Temprano, de 1500 a 1200 a.C. Las características de sus materiales culturales, al igual que en Santa Luisa, guardan correspondencia con las fases tempranas de Chiapas y la Costa del Pacífico, y por lo tanto su organización política y económica pudieron ser similares.

Los datos obtenidos recientemente en El Manatí también evidencian una ocupación con un ajuar cerámico y lítico similar a San Lorenzo, aunque en este caso se trata de un sitio sagrado, y quizá su dieta tuvo que ver mucho con sus costumbres rituales; de cualquier modo, la correspondencia es obvia y lo más importante es que se encuentra asociado a un ritual de ofrendamiento de hachas y pelotas de hule, siguiendo un patrón definido claramente olmeca. Dos fechas de carbono 14, obtenidas de los depósitos más antiguos asociados con la cerámica, arrojan una antigüedad de 1600 a.C., lo cual indica que los involucrados en esta ceremonia son olmecas desde esa época.

El cambio fundamental: surge la civilización

Alrededor del 1200 a.C. sucedió una serie de cambios económicos y sociales que modificaron todo el panorama cultural anterior. Si bien es cierto que aún no hay evidencias arqueológicas claras de cómo sucedió esto, las antiguas aldeas comenzaron a organizar y planificar sus construcciones, creando espacios sagrados, políticos y sociales. Se congregaron importantes núcleos de población que permitieron estructurar una economía que forjó el primer Estado o civilización de Mesoamérica, esto es, la cultura olmeca, considerada la “cultura madre”.

Sus templos y casas fueron construidos con tierra y lodo a falta de piedra en la región, pero aun con su modestia, marcan ya las pautas de la futura arquitectura del mundo clásico. La planificación de sus espacios se basó en un conocimiento astronómico, y se manifiesta una ideología que sentará las bases de la futura religión mesoamericana. De igual modo, sus concepciones de lo natural y lo sobrenatural se plasman en las sagradas piedras de jade y basalto, la primera símbolo del agua y la segunda de los volcanes y el fuego, elementos omnipresentes en toda la historia del México antiguo.

Este pueblo nos sorprende con sus hermosas tallas monumentales, como las cabezas colosales, altares y figuras antropomorfas con su exquisitez y maestría nunca igualadas; en el trabajo de piedras finas, como el jade y la serpentina, donde se observa una riqueza simbólica que nos habla de sus costumbres, creencias y prácticas religiosas; el culto a los elementos naturales, a sus ancestros y a sus descendientes, los “niños dioses”, fueron la base de su religión. Todos estos elementos están ligados con el culto al agua (manantiales y lluvia), cerros, cuevas, selva, flora imponente y fauna poderosa. Así, el tigre y la serpiente se entremezclan con la imagen humana; el culto al “niño dios”, símbolo del agua, de la lluvia, del nacimiento y la fertilidad, ocupa el primer plano.

 

Ponciano Ortiz Ceballos. Maestría en arqueología por la Universidad Veracruzana, donde es profesor. Ha realizado diversos proyectos arqueológicos en el estado de Veracruz. Dirigió el Proyecto Manatí.

Ortiz Ceballos, Ponciano, “Semblanza arqueológica de Veracruz”, Arqueología Mexicana, núm. 5, pp. 16-23.

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