Las ciudades-estado prehispánicas

Bernardo García Martínez

Los señoríos

Hay tres puntos esenciales que debemos tener presentes para aproximarnos al problema. El primero es que las jurisdicciones coloniales (que ya conocemos) no fueron invención española, sino que fueron calcadas (haciendo ciertos ajustes) de los señoríos prehispánicos, respetando en lo esencial su organización y linderos. Esto fue consecuencia de la Conquista, porque la subsistencia de esos señoríos y su estructura de poder se consideró esencial para la buena marcha del sistema colonial. (Véase sobre este tema mi artículo “La conversión de 7 Mono a don Domingo de Guzmán” en el número 26 de esta revista.)

El segundo punto consiste en que, previamente, la Triple Alianza se había impuesto sobre los señoríos que conquistó, pero sin desmantelarlos tampoco, lo que significa que hay continuidades que permiten remontar rasgos de la organización política del periodo colonial temprano hasta antes de la formación de la Alianza.

El tercer punto es que los señoríos pueden ser identificados porque figuran de manera consistente en los testimonios históricos (petroglifos prehispánicos, textos coloniales escritos y códices o documentos pictóricos de ambas épocas). Los más antiguos son listas de topónimos o informes basados en secuencias de topónimos, como las relaciones de conquistas, tributos o encomiendas (Piedra de Tízoc, Anales de Tlatelolco, Códice Mendocino, relaciones de Ortuño de Ibarra, Libro de las Tasaciones, etc.). Fuentes posteriores, como las “relaciones geográficas”, y obras más elaboradas, como los códices “históricos” y las crónicas españolas que se basaron en testimonios antiguos, así como infinidad de documentos coloniales, corroboran la identificación de esos topónimos con los señoríos que daban forma a los trazos básicos del mapa político mesoamericano.

Hacia 1520 el número de señoríos rondaba el millar y medio. Los mexicas, con sus aliados, habían absorbido a algunas decenas de ellos e imponían tributo y otras obligaciones a seis o siete centenares. Aparte, muchos señoríos estaban englobados en otras construcciones políticas más o menos desarrolladas, como la alianza tlaxcalteca, las inestables coaliciones yucatecas o el más conspicuo y desarrollado reino de Michoacán.

Los restantes eran independientes y se ubicaban en las sierras orientales, la costa del Pacífico, la zona zapoteca, Tabasco y Chiapas, entre otros lugares. Un mapa de los señoríos prehispánicos se parecería al de los principados alemanes de la Edad Media. Si por azar del destino algún señorío hubiera permanecido independiente hasta la fecha, sus dimensiones y organización política lo harían comparable al actual Liechtenstein o a alguno de los Emiratos Árabes Unidos. Conquistados todos ellos por los españoles, el número total de señoríos disminuyó en dos o tres centenares tras las epidemias que asolaron sobre todo a las zonas bajas y costeras. Hacia 1600 sólo subsistían alrededor de 1250, arrojando un promedio cercano a cinco en cada una de las 215 jurisdicciones coloniales.

Los señoríos mesoamericanos reflejaban el trasfondo de una civilización básica compartida por siglos, pero eran diferentes en su composición interna y en los rasgos lingüísticos o étnicos de sus habitantes. Había señoríos simples y poco estratificados, y los había plurales, cosmopolitas y ricos en jerarquías sociales. Los de la Mixteca, por ejemplo, eran producto de alianzas dinásticas cuidadosamente cultivadas, aunque preservaban la individualidad de sus componentes. Otros incorporaban dentro de sus límites poblaciones de lenguas y culturas diversas: Huauchinango, por ejemplo, tenía nahuas, otomíes y totonacos; Tehuacán, nahuas y popolocas. Algunos señoríos coloniales incluyeron a mestizos y negros.

Lejos de ser un conglomerado homogéneo o excluyente, como las tribus o las comunidades étnicas, cada altépetl tenía la complejidad de un cuerpo político en plenitud con los méritos y miserias que usualmente le acompañan.

El altépetl y sus componentes

Tratando de definir a este cuerpo con una palabra más adecuada que señorío, historiadores modernos han recurrido a conceptos del tipo ciudad-estado. Cada señorío mesoamericano era, en efecto, un pequeño estado (con mayor o menor grado de independencia), pero, mejor aún, tenía su propia forma de designarse a sí mismo. En náhuatl se le conocía como altépetl (literalmente “agua-cerro”, que es un símbolo del medio físico, lo que recalcaba su expresión territorial). Su cabeza visible era el tlatoani (plural tlatoque), que equivale a “rey” o “señor”, perteneciente a un linaje que fundaba su legitimidad política en antiguas tradiciones y debajo del cual había nobles de diversos rangos. Asimismo, cada altépetl tenía términos jurisdiccionales o territoriales más o menos delimitados. Altépetl (plural altepeme o, en un estilo más clásico, igualmente altépetl) era, pues, el concepto central de la organización política prehispánica. Los estados imperiales surgieron de la conquista y de la suma de altépetl individuales. Los topónimos que figuran en las tradiciones históricas son nombres de altépetl. Mas no se olvide que en Mesoamérica había otras perspectivas y terminologías además de la náhuatl. Equivalente al altépetl era el ñuu en las tradiciones mixtecas y el batabil en las mayas, y así en otras. No eran exactamente similares en sus formas de organizarse y legitimarse, pero sí equiparables.

Los españoles sustituyeron los conceptos de altépetl y señorío por otro que pareció más ajustado al contexto jurídico colonial, el de pueblo de indios. Al mismo tiempo introdujeron la costumbre de denominar cacique (palabra caribeña) al tlatoani y principales a los nobles. El concepto pueblo de indios tuvo, sin embargo, el inconveniente de que la palabra “pueblo” tenía también la acepción más estrecha de “localidad” o “poblado”, lo que fue origen de muchas confusiones. La palabra altépetl subsistió en el náhuatl y se mantiene todavía, aunque, siguiendo al concepto castellano, también se ha restringido a la acepción más estrecha de “localidad” o “poblado”. Pero el pueblo de indios no fue una localidad, sino una corporación civil que sumaba a la realidad política preexistente de cada señorío, con su legitimidad y territorio, una expresión institucional y jurídica acorde con las condiciones novohispanas. Cada uno comprendía su respectiva cabecera (generalmente identificada con el mismo topónimo del altépetl) y cinco, diez o más sujetos o localidades dependientes.

Desde antes de 1550 la administración colonial formó en cada pueblo de indios un cuerpo de gobierno y justicia conforme a un modelo inspirado en los ayuntamientos castellanos: el cabildo, en cuyos cargos –gobernador, alcaldes, regidores, alguaciles y otros menores– habrían de acomodarse las funciones de gobierno. Al principio fue común designar a los caciques como gobernadores, aunque con el tiempo todos los cargos fueron cubiertos por principales mediante un proceso anual que combinaba mecanismos de rotación y elección. Al cabildo se le nombró también cuerpo de república o simplemente república, y a menudo, por extensión, se le llamaba así a la corporación en su conjunto.

En relación con los cabildos, al tiempo que la economía colonial introducía la moneda, se estableció en cada pueblo de indios una caja de comunidad, especie de tesorería que físicamente era un arcón de tres llaves donde se guardaban los fondos de la corporación, o fondos comunes. En Nueva España la palabra comunidad designaba específicamente a lo que se podría llamar hacienda o tesoro público, e incluía diversos bienes muebles e inmuebles, aunque no a los que eran de propiedad privada ni tampoco a la gente (que era designada como “el común”, pero jamás como “la comunidad”). Así pues, cada pueblo de indios tuvo en su república un cuerpo de gobierno y en su comunidad un conjunto de bienes corporativos. Tanto república como comunidad eran componentes del pueblo de indios o altépetl, y asimismo lo eran cabecera y sujetos; o cacique, principales y común.

 

Bernardo García Martínez (1946-2017). Doctor en historia; profesor de El Colegio de México. Autor de obras sobre historia de los pueblos de indios, historia rural y geografía histórica. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.

García Martínez, Bernardo, “El altépetl o pueblo de indios. Expresión básica del cuerpo político mesoamericano”, Arqueología Mexicana, núm. 32, pp. 58-65.

Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:

https://raices.com.mx/tienda/revistas-poder-y-politica-prehispanicos-AM032