Miguel León Portilla
Los abundantes testimonios historiográficos sobre la península de California a partir del siglo XVI incluyen datos sobre pobladores indígenas, relatos de viajes y exploraciones, y crónicas de los trabajos de los misioneros. Todos ellos permiten reconstruir los encuentros entre europeos e indígenas y constituyen un atrayente universo en el que se entremezclan utopías y realidades insospechadas.
Muy copiosa es la producción historiográfica -informes, crónicas e historias- acerca de los pueblos indígenas, los viajes y exploraciones, así como las actividades misioneras en la península de California. Conscientes de esto, ha habido algunos que han considerado impertinente la existencia de tantos testimonios. Ejemplo de ello son dos jesuitas: uno que actuó como misionero en esa tierra y otro que en el siglo XX fue conocido historiador. El primero, que se llamó. Juan Jacobo Baegert, originario de Alsacia, realizó sus labores misionales en Baja California durante 16 años. Expulsado de allí por real orden de Carlos III, regresó a su patria donde escribió en alemán el libro Noticias de la península americana de California, publicado en Mannheim en 1772. Al principio del mismo expresó:
Todo lo concerniente a California es tan poca cosa, que no vale la pena alzar la pluma para escribir algo sobre ella. De miserables matorrales, inútiles zarzales y estériles peñascos, de casas de piedra y lodo, sin agua ni madera; de un puñado de gentes que en nada se distinguen de las bestias, si no fuera por su estatura y capacidad de raciocinio, ¿qué gran cosa debo, qué puedo decir? (Baegert, 1942, p. 3)
Quien así habló de la California y sus habitantes, en realidad se contradijo a sí mismo puesto que escribió una obra que, a pesar de todo, tiene enorme interés etnográfico y lingüístico, en particular sobre los indios guaicuras, del sur peninsular. El otro jesuita es Mariano Cuevas. Prolífico autor, sacó a la luz importantes documentos para la historia de México, así como una Historia de la Nación mexicana y otra de la Iglesia en México. Mariano Cuevas llegó a decir en relación con la historia de California:
Al contrario de lo que les ha pasado a muy importantes comarca y poblaciones de nuestra república, que carecen de historia y documentos primitivos, California tuvo exceso de ellos, porque realmente ni por la calidad de sus terrenos áridos y mezquinos, ni por sus habitantes siete u ocho mil en conjunto a fines del siglo XVIII, ni aun siquiera por la labor misional [...], merece tanto como de ella se ha escrito y publicado (Cuevas, 1928, p. 338).
Paradójico resulta postular que alguna región pueda tener exceso de historia. De cualquier forma, Cuevas reconoció que respecto de California hay abundancia de testimonios.
Primeros relatos sobre viajes y exploraciones
Entre los testimonios que dejó Hernán Cortés sobre California hay uno, recogido por Francisco López de Gómara en su Historia de la Conquista de México, que habla de la primerísima expedición envida por Cortés para explorarla que tuvo como una isla. Al frente de la misma salió el capitán Diego Becerra que, en un motín a bordo de uno de los navíos, fue asesinado por el marinero Fortún Jiménez. Ello ocurrió en 1533. Dos años después, Cortés se embarcó con rumbo a la supuesta gran isla. El 3 de mayo de 1535 entró en la que hoy conocemos como Bahía de La Paz y tomó posesión de esa que llamó Tierra de Santa Cruz. Tanto él como Antonio de Herrera, Bernal Díaz del Castillo y otros hablan de esa expedición. Cerca de un año estuvo Cortés en California pero al fin tuvo que abandonarla por falta de recursos.
Una expedición más organizó Cortés a cargo del capitán Francisco de Ulloa en 1539. De ella da cuenta una relación suya y otra escrita por su piloto mayor, Francisco Preciado. Gracias a estos textos sabemos que Ulloa llegó hasta las bocas del Colorado. A su regreso dio vuelta a Cabo San Lucas y avanzó hasta la isla de Cedros, de la que tomó posesión. Con estos dos relatos se abre, por así decirlo, una serie de extraordinarios testimonios en relación con California. Una consecuencia fue la elaboración de los primeros mapas en que se la representa , algunos pertenecientes a la cartografía universal, como el mapamundi de Battista Agnese (ca. 1542) y el de Sebastián Caboto (1544).
Se debió al virrey Antonio de Mendoza, que entró en competencia con Cortés, otra expedición marítima al mando de Hernando de Alarcón y otra por tierra dirigida por Francisco Vázquez de Coronado. Alarcón partió un año después que Ulloa, alcanzó asimismo las bocas del Colorado y avanzó hasta su confluencia con el río Gila. La intención era encontrarse allí con hombres de la expedición de Vázquez de Coronado. El encuentro no ocurrió. Sabemos, en cambio, que el capitán Melchor Díaz, desprendiéndose de la expedición de Vázquez de Coronado, atravesó el desierto de Sonora, cruzó el Colorado y llegó hasta el que hoy se conoce como Valle de Mexicali.
Otro enviado del virrey, el célebre Juan Rodríguez Cabrillo, recorrió en 1542 el litoral de las Californias en el océano Pacífico, hasta alcanzar el cabo que bautizó como Mendocino en honor del virrey. La relación de esta expedición, atribuida a Juan Páez, describe numerosos incidentes de no escaso interés.
Como había ocurrido antes, la cartografía universal se benefició también con los descubrimientos de Rodríguez Cabrillo. Al prestigiado marino Sebastián Vizcaíno se debieron dos expediciones más, una a fines del siglo XVI y otra a principios de la centuria siguiente. Vizcaíno partió del puerto de Acapulco en 1596 y llegó al extremo sur de la península. Entrando en la gran bahía bautizada por Cortés como de Santa Cruz, Vizcaíno le cambió el nombre por el de La Paz. La razón de esto él mismo la dio: “porque nos salieron a recibir los indios dándonos lo que tenían”. Doblando también Cabo San Lucas, exploró luego una parte del litoral oceánico de la península.
En 1602 el virrey conde de Monterrey volvió a enviar a Vizcaíno en nueva expedición. El propósito era penetrar por el Pacífico hasta alcanzar mayor latitud. Vizcaíno exploró el puerto que llamó de Monterrey en honor del virrey y llegó hasta Cabo Blanco en 43 grados de latitud norte. Gracias a sus informes y a los de otros que lo acompañaron, así como a las delineaciones que más tarde realizó el célebre Enrico Martínez, empezó a conocerse mejor esa parte del litoral de América del Norte.
Imposible es evocar en estas páginas la larga lista de testimonios de otros marinos y exploradores. Me limitaré a dar al menos los nombres de quienes realizaron esos viajes y dejaron recuerdos acerca de cuanto vieron y realizaron. Entre ellos estuvieron Nicolás Cardona, Francisco de Ortega, Pedro Poner y Cassanate. De todos me he ocupado en Cartografía y crónicas de la Antigua California, obra publicada por la UNAM en 1989 y reeditada en 2000.
Miguel León Portilla. Doctor en filosofá por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Langua, del Colegio Nacional y de la National Academy of Science, E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Miembre del Comité Científico-Editorial de esta revista.
León Portilla, Miguel, “Las crónicas coloniales sobre Baja California”, Arqueología Mexicana núm. 62, pp. 56-61.
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