Brigitte Faugère
A partir de las figurillas de Chupícuaro, en este artículo se abordan preguntas fundamentales: ¿la procedencia de las figurillas, unas de contextos ceremoniales y otras de contextos domésticos, indica que tenían funciones y significados diferentes?; ¿las figurillas sepultadas en grupos eran distintas de las aisladas?; ¿cuál fue el propósito de cada tipo de depósito?
Desde el hallazgo de la ofrenda número 4 en el sitio olmeca de La Venta realizado por Philip Drucker y Robert Heizer en 1955, se sabe que los mesoamericanos acostumbraban enterrar en sus centros ceremoniales conjuntos de figurillas antropomorfas con los que formaban complejas escenas. La arqueología ha demostrado, sin embargo, que fueron mucho más comunes en Mesoamérica las figurillas antropomorfas y las zoomorfas inhumadas en contextos domésticos y de manera aislada. Este doble contraste nos plantea una serie de incógnitas fundamentales: ¿la procedencia de las figurillas, unas de contextos ceremoniales y otras de contextos domésticos, nos indica que tenían funciones y significados diferentes? ¿Las figurillas sepultadas en grupos eran distintas de las aisladas? ¿Cuál fue el propósito de cada tipo de depósito? Dependiendo del caso, ¿las figurillas se enterraron nuevas, usadas o fragmentadas? Consideramos que éstas son las preguntas cruciales de nuestra investigación, si bien es cierto que el estudio de la iconografía de las figurillas, de sus materias primas, de su disposición en el contexto y de sus asociaciones con otros artefactos constituyen etapas subsecuentes encaminadas hacia su cabal comprensión.
Como es bien sabido, las figurillas antropomorfas de barro fueron producidas en grandes cantidades a lo largo de toda la historia de Mesoamérica, aunque son particularmente representativas las del periodo Preclásico, sobre todo porque su producción cumplía en aquellos tiempos necesidades rituales específicas y porque los otros medios de expresión iconográfica, como la escultura en piedra, eran todavía escasos. Durante el Preclásico predominan las figurillas femeninas total o parcialmente desnudas, con el abdomen deformado por el embarazo y en ocasiones con niños o niñas más grandes en brazos. A partir de tales características, se ha considerado que por lo general se asociaban a ritos de fertilidad en sociedades en las que las actividades agrícolas comenzaban a mejorar y a estabilizarse en términos de producción, ya que la fertilidad humana se asociaba metafóricamente a la de la tierra.
En el Centro-Norte de México, la cultura Chupícuaro es sin duda una de las más famosas y mejor conocidas del Preclásico, en particular gracias a la calidad de sus figurillas de barro (fig. 1). Como en otras regiones de México, aquí predominan ampliamente las imágenes femeninas, aunque las hay también de hombres desnudos o con atuendos y tocados que permiten pensar en representaciones de personajes con funciones específicas dentro de la organización social. Las figurillas de barro son muy abundantes en todos los asentamientos de la cultura Chupícuaro, e incluso aparecen con frecuencia en la superficie del terreno, lo que indica que fueron de uso común. Los arqueólogos las han registrado en varios tipos de contextos, tanto funerarios como domésticos, y las han hallado formando escenas o aisladas.
Figurillas aisladas y escenas de figurillas en Mesoamérica
Como hemos visto, para comprender la función y el significado de estas imágenes en miniatura de seres humanos, las cuales son tan frecuentes en la cultura material de Mesoamérica, es imprescindible apoyarse en los datos contextuales registrados por los arqueólogos. Desafortunadamente, el hecho de que estos artefactos sean atractivos para los coleccionistas, ha generado e incrementado el saqueo en los sitios donde aparecen en abundancia, razón por la cual existe un sinnúmero de figurillas, tanto en colecciones privadas como en museos, de las cuales se desconoce su procedencia exacta. Hasta hace poco, las figurillas procedentes de excavaciones controladas eran relativamente escasas, si bien es cierto que importantes estudios específicos y hallazgos espectaculares han sido realizados en fechas recientes.
En muchos sitios mesoamericanos, este particular tipo de objeto ritual se encuentra en grandes cantidades, sobre todo en contextos de carácter doméstico: abundan sobre los pisos de casas sencillas, en los rellenos constructivos de las mismas y en los basureros. Por ello, las figurillas se consideran como testimonio invaluable de actividades desarrolladas a nivel de las residencias familiares y de las unidades básicas de la sociedad. En tales contextos, se hallan casi siempre fragmentadas, aún si algunas piezas enteras pueden figurar ocasionalmente en las colecciones arqueológicas. Cuando las excavaciones han sido suficientemente extensas para permitir la obtención de piezas completas, es posible estudiar la dispersión espacial de los fragmentos para tratar de determinar si la fractura fue accidental o intencional. También se pueden buscar recurrencias en la manera en que se rompieron las figurillas para ver si corresponden o no a las partes más débiles que podrían resultar de su particular procedimiento de elaboración. De hecho, la identificación de fracturas intencionales nos ayuda a entender el destino de las piezas después de su uso y a inferir si debían ser rotas a propósito al concluir una ceremonia ritual. La práctica de destruir un artefacto en forma intencional –de quitarle su función y su significado iniciales— está ampliamente documentada en Mesoamérica. Por ejemplo, los arqueólogos suelen encontrar en contextos funerarios objetos de cerámica “matados”, es decir perforados o rotos de manera premeditada. Por otra parte, la elaboración en la cultura mexica de imágenes antropomorfas de hule, copal o amaranto que eran destinadas a ser despedazadas o ingeridas en las ceremonias rituales, demuestra que el propósito mismo de estos productos era su destrucción final.
Aunque en mucha menor medida, las figurillas antropomorfas también aparecen enteras en edificios considerados como cívico-ceremoniales o bien de uso comunitario. Sin embargo, es importante notar que estos artefactos, ya sea enteros o fracturados, son generalmente escasos en dichos contextos. Estas sensibles diferencias en cuanto a su repartición, han llevado a los investigadores a considerar que las figurillas de barro fueron utilizadas en múltiples actividades rituales de la vida doméstica, en particular por mujeres, en el marco de ritos relacionados con la fertilidad, el parto y la protección de los infantes. También, se ha sugerido que estos artefactos fueron utilizados por las mujeres para facilitar la comunicación al más allá, especialmente para pedir la ayuda de ancestros recientemente desaparecidos que podían jugar un papel de protección en la vida de sus descendientes. Serían por tanto utilizados para activar la comunicación entre las generaciones (Marcus, 2009). Las figurillas encontradas en ofrendas o en depósitos rituales estructurados, sean éstos o no de índole funerario, suelen estar completas y hallarse con mayor frecuencia en edificios considerados como cívico-ceremoniales.
Es importante subrayar aquí que el hecho de colocar figurillas en una sepultura o en un depósito ritual supone significados distintos. En el caso de una sepultura, la figurilla puede considerarse como una imagen o como una pertenencia del difunto, pero también como un objeto que lo va a acompañar y proteger en el más allá. En cambio, en un depósito ritual, las figurillas valen por sí mismas, es decir, conforman con los demás artefactos un conjunto cuyo sentido está relacionado frecuentemente al orden cosmológico. En cuanto a las sepulturas, es interesante analizar el ejemplo de unas de las más célebres figurillas de Mesoamérica: las de la Isla de Jaina, en Campeche. Estas figurillas representan personas de estatus, edades y sexos muy diversos, que bien podrían corresponder a las diferentes categorías sociales del Clásico en el área maya. Aunque casi siempre se haga énfasis en las imágenes de deidades, señores, sacerdotes, guerreros o jugadores de pelota, también existen representaciones de personas más humildes como sirvientes o cautivos. Al estudiar la asociación de las figurillas con los difuntos, queda patente que las representaciones de dirigentes se encuentran en sepulturas modestas o que las de jugadores de pelota acompañan los cadáveres de niños. Por esta razón, la relación personal con el difunto, es decir la posibilidad de que la figurilla sea su imagen en términos de estatus, ha sido descartada desde hace tiempo. En cambio, parece más lógico explicar el uso de las figurillas como medios para proteger al difunto o para ayudarlo en su viaje al más allá y a acceder al inframundo.
De manera interesante, en un estudio reciente, McVicker propone una nueva interpretación que matiza la diferencia que pudo existir entre las figurillas depositadas en sepulturas y las que se inhumaron en depósitos rituales. Este autor enfatiza la función que tenían estos artefactos para los productores y para los utilizadores, considerando que el depósito en la sepultura consiste tan sólo en la etapa final de la “vida” de la figurilla (McVicker, 2012). Asimismo, subraya que las figurillas eran destinadas muy probablemente en una primera etapa a ser utilizadas en rituales, durante los cuales podían ser manipuladas en reconstituciones o narraciones “teatralizadas” que involucraban varios personajes reales o míticos. Los grupos de figurillas encontrados en las tumbas de la elite maya retomarían tales narraciones, aunque una sola imagen podía, en un contexto de una sepultura más humilde, separarse de su contexto de grupo original para, por sí misma, simbolizar la totalidad de la escena. La asociación con el difunto tendría en este caso la meta de preservar su fuerza vital.
Como hemos dicho, aún si las figurillas antropomorfas se elaboraron profusamente en todos los periodos de la historia prehispánica, fueron particularmente populares durante el Preclásico. El Altiplano Central, Oaxaca y el Occidente de México son algunas de las áreas culturales de Mesoamérica donde se ha estudiado con más detenimiento las figurillas en sí mismas, pero también en sus contextos de descubrimiento (véase Marcus, 2009). En el Centro-Norte de México, las representaciones antropomorfas y zoomorfas en miniatura fueron también muy comunes, en particular en la cultura Chupícuaro.
Brigitte Faugère. Doctora en arqueología. Profesora de la Universidad de París-1 Panthéon-Sorbonne. Especialista en la arqueología del Occidente y el Centro-Norte de México.
Faugère, Brigitte, “Las figurillas de barro de Chupícuaro, Guanajuato. Imágenes aisladas y escenas”, Arqueología Mexicana núm. 129, pp. 24-29.
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