Jesús Morales Bermúdez
El presente texto ofrece un breve panorama del sentido y trayectoria de la literatura indígena en la región que nos ocupa. No tiene pretensiones exhaustivas ni definitivas; es una invitación a introducirse en ella y degustarla como propuesta de una visión y sensibilidad humanas.
Hace 250 años, el filósofo Giambattista Vico afirmó:
...nuestras vidas y actividades, colectiva o individualmente, son expresiones de nuestros intentos por sobrevivir, satisfacer nuestros deseos, comprendernos unos a otros y el pasado del cual emergemos... Obedecen el lenguaje, los ritos religiosos, los mitos, las leyes, las instituciones sociales, religiosas, jurídicas, a patrones inteligibles; son formas de autoexpresión. No son los mitos, como creen pensadores ilustrados, falsas manifestaciones acerca de la realidad corregidas por la crítica racional posterior, ni es la poesía o la ritualidad un mero embellecimiento de lo que igualmente se pudo expresar en prosa. Ordinariamente los mitos y la poesía (de la antigüedad por lo menos) encarnan una visión del mundo tan auténtica como la filosofía griega o la poesía y la cultura de nuestra propia edad.
Rememoro este pasaje de la Scienza Nuova porque me permite reflexionar sobre la literatura indígena chiapaneca en su realidad contemporánea.
Poesía
“Kajval, tómame ya en cuenta./ Aquí yo te doy tus flores./ Te traigo un poco tu humo./ Ya estoy que te estoy hablando./ No, no lo olvides kajval / Aquellos bienes que me darás:/ Ningún trabajo tan lejos,/ Ningún trabajo en la finca...”, dice un poema tzotzil que refiere cuestiones del pasado reciente, pero que cobra nueva vitalidad ante el hecho actual que viven muchos alteños de tener que cruzar la frontera del norte como indocumentados; guarda, además, y reformula las formas tradicionales de estructura y expresión.
El “Bolomchon”, por ejemplo, canto paradigmático de la tradición como es, evidencia la estructura de octosílabos intercambiables que tiene el poema inicial: “bolomchon ta vinajel/ bolomchon ta balumil...” Los ecos orales y del ritual funcionan como fórmulas que extienden el diapasón de la cultura.
Al ejemplo anterior podríamos añadir muchos más. Vayan algunos pocos: “es rico ese señor, a la mejor robó dinero por ahí,/ así van las malas habladas de los hombres,/ llegan al espíritu del animal bovino./ Generosidad sagrada la tuya te suplico,/ te suplico tu sagrada benevolencia.../ así se pierda tu hijo...”, dice uno de los rezos fundacionales, cuyo ritmo monocorde en su lengua original se sostiene en cortes heptasílabos, apropiados para guitarra, arpa y acordeón. Las estructuras tradicionales funcionan de esa manera. aun para el caso de los lamentos orales, del dolor frente a la destrucción o la muerte, es posible constatar el encabalgamiento en estructuras silábicas en las cuales se sostiene la entonación. sirva el siguiente como ejemplo, que se emparenta, además, con los lamentos caldeos y los del profeta Isaías:
Es digno de lástima como murió mi hijo./ Ciertamente terminó: se acabó el musiquero,/ se acabó el joven./ Digno de lástima es él, porque la bala entró/ por el hígado y entre los muy grandes dolores/ y sufrimientos/ se apagó lenta, muy lentamente su vida/ y a este dolor inenarrable aún se suman los otros no menos crueles, de los que salimos/ huyendo el domingo en la noche, en la noche.
La pervivencia de formulaciones silábicas al interior de los enunciados poéticos tradicionales permite la ductilidad de las lenguas alteñas de Chiapas (por ejemplo, el tzeltal y el tzotzil) y de sus poetas para experimentar formulaciones poéticas de otras tradiciones, como la oriental y la occidental. El atrevimiento de algunos de ellos nos lo muestran inspirados y creativos. Del tzotzil Alberto Gómez y del tzeltal Buffalo conde disfrutemos muestras respectivas contemporáneas:
“Canción”: Flores bellas nacen en mi boca/ con rodajas de pasión./ sirenas imaginarias fabrica mi mente/ con evas y adanes sufrientes,/ jacarandas tristes, margaritas de la noche/ y jazmines del desierto.
“Medidas del gozo”: todo está como antes era./ ¡La vereda, el campo, la noria,/ los amores con sus gozos, alma mía,/ y las mieles con sus aromas!/ todo está, nada ha cambiado;/ el horizonte es el mismo, vida mía./ ¡Lo que dicen esas brisas/ en el paisaje, búfalo, con su verso!
Narrativa
el dinamismo formal observado en la poesía aparece también en la narrativa pero quizá con menos versatilidad. La libertad formal es menor. En general, casi todos los trabajos narrativos se ocupan de los mitos fundacionales o de los relatos tradicionales, incluidos los emparentados con los de tradición europea, de manera reiterada e inagotable.
Las versiones de un mito o relato son abundantísimas y sus variables tienen más que ver con su extensión que con la sustancia. Se deja de lado la historia reciente y el juego libre de la imaginación.
Cuando se da el salto a las cuestiones de la actualidad de los pueblos para volverlas relatos, se guardan o reformulan las formas tradicionales de estructura o de expresión. Dos relatos míticos relativos al maíz, uno ch’ol (y sus variantes tzotziles) y otro de la zona mam, podrían ejemplificar lo anterior.
El primero es intemporal y da cuenta de las fatigas del hombre por hacerse del alimento y del contento que su abundancia procura, y de cómo, además, el maíz deviene centro de la cultura. Se hace un recuento del esfuerzo humano y de la inutilidad de ese esfuerzo ante los embates de los elementos y de cómo es la intervención de las deidades la que verdaderamente produce el maíz. De allí que el maíz sea un don y que el espíritu del maíz proteja contra el hambre, la enfermedad, la brujería y la muerte:
Así como oyó ch’ujtiat sus palabras de los hombres, y como tiene visto su esfuerzo de los hombres manda ch’ujtiat el rayo verde. Y con el rayo verde hirió ch’ujtiat la roca. Completamente la partió hasta que sale todo el maíz que los hombres tienen conocido. primero, puro maíz negro salió. Como está hasta arriba, fue el más quemado por el rayo. después el rojo y el amarillo. Hasta abajo el maíz blanco, como es su color como eran todos. porque blanco es su color de origen del maíz.
El segundo relato es más temporal, señala fechas (los años cincuenta) y refiere una epifanía del maíz, diferentes momentos de concentración poblacional en torno a él, un acontecimiento festivo, un tiempo de sanción oficial en torno a la veracidad de la epifanía y un tiempo posterior: el del ahora del relato que homenajea al maíz como centro de la vida. Guatemala es el eje de este relato, pues cuenta, metafóricamente, las vicisitudes de los pobladores mames provenientes de ese país hasta el tiempo de su asentamiento en territorio mexicano, con la seguridad jurídica total:
La mazorquita se le apareció a una niña de trece años. Le dijo:- ¿dónde vas niña?/ –¿pues voy para mi casa./ –ah, ¿y qué vas a llegar a hacer en tu casa?/ –Voy a preparar la comida./ –¿Y qué comida?/ –Maíz como yo. Dicen que dijo./ –¿Y qué mantenés con maíz?/ –Mis gallinas. dijo la chamaca, mis gallinas./ –Bueno, si quieres yo me voy contigo./ pues la mujercita, la chamaca pue, dicen que dijo:/ –¿cómo, cómo?/ ahí se quedó pensando./ –si usté se va conmigo ahí verá mi papacito. Le dijo a la mazorquita./ La llevó en su rancho pues, no su casa, porque era rancho. Dicen que dijo:/ –papacito, vine con una mazorquita que está platicando conmigo. Me dijo que iba a bendecir, yo iba a bendecir la comida./ El papá dijo:/ –si es maíz pa’ que la querés. Dicen que dijo./ Ahí quedó, luego salió el argüende, la verdad, que vieron a la niña con la santa Mazorquita. Hubo gusto porque era maíz, pue. Fue una gran fiesta la que se celebró. Eso sí de donde quiera fueron.
Más allá del contenido, ambos relatos guardan la estructura propia de los relatos orales (paralelismos léxicos y semánticos, adjetivación, enumeraciones, pleonasmos, moralejas, etc.), pero también similitudes de formato: diálogo, por ejemplo, entre un humano y la naturaleza; el sentido de alegría que provoca el maíz, lo mismo como alimento que como centro de la cultura, pues, en general, es la cultura el vértice en torno al cual giran la literatura y el sentido de la vida.
Jesús Morales Bermúdez. Filósofo, escritor y candidato a doctor en antropología simbólica por la ENAH. premio Nacional de Literatura-testimonio 1986. entre sus libros están: Antigua palabra. Narrativa indígena ch’ol; Memorial del tiempo o vía de las conversaciones; Ceremonial; y La espera.
Morales Bermúdez , Jesús, “Literatura indígena tradición y modernidad”, Arqueología Mexicana núm. 50, pp. 62-67.
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