Los dioses mayas

Existen distintas maneras de acercarse al estudio de los dioses entre los mayas. Los investigadores de esta cultura cuentan con un abundante acervo de restos materiales –escultura, cerámica, lapidaria, entre otros–, un amplio conjunto de inscripciones, un importante grupo de códices, textos elaborados en la época colonial pero con profundas raíces en la época prehispánica, y una rica –y en buena parte vigente– tradición oral. Resulta natural que ante un fenómeno de tal complejidad, inmerso en un desarrollo cultural de miles de años, existan diversas maneras de explicarlo, las que pasan por aspectos como la misma definición de dios, la complejidad atribuida a la civilización maya y el papel de la religión en ella, su propia mecánica de desarrollo y sus relaciones con los pueblos de otras áreas. En este número de Arqueología Mexicana se presentan dos caras de esos enfoques: el lector se encontrará con una propuesta sobre la aparición tardía (en el Posclásico) de los dioses en la religión maya, y con un documentado artículo sobre los dioses principales y sus características, acompañados con ejemplos de todas las épocas. Esto no debe extrañar en una disciplina como la arqueología, en la que los datos y las interpretaciones que sobre ellos se hacen están en constante transformación, a la par de los nuevos descubrimientos.

 

La religión

 

Entre los pueblos mesoamericanos, la religión y los ritos asociados a ella estaban relacionados principalmente con el mantenimiento del orden del cosmos, la fertilidad y el bienestar general. Prácticamente todos los asuntos de la sociedad –incluidos acontecimientos fundamentales en la vida humana como el nacimiento, el matrimonio y la muerte– se encontraban inmersos en una compleja estructura de creencias, que dictaba pautas de comportamiento y explicaba y justificaba la naturaleza del mundo.

Con base en los conceptos religiosos se establecieron los calendarios, se justificaba el papel de los gobernantes y se planeaban los ciclos de producción agrícola, entre otros aspectos. Para ello se realizaba un amplio y variado conjunto de ritos, efectuados por reyes y sacerdotes, que incluían danzas, sacrificios, autosacrificios, juegos de pelota, etc.

Para los mayas, el creador del cosmos fue Itzamná, señor del cielo, el día y la noche. Era hijo de Hunab K’u, deidad abstracta e invisible. El cielo estaba sostenido por cuatro dioses “cargadores”, los bacabes, relacionados con los cuatro puntos cardinales, en cada uno de los cuales se encontraba una ceiba sagrada, el árbol de la abundancia que había proporcionado el primer sustento a la humanidad. Se creía que el cielo estaba dividido en 13 niveles superiores, en los que residían los Oxlahuntikú o 13 señores del supramundo. El inframundo, a su vez, estaba dividido en nueve estratos, presididos cada uno por uno de los Bolontikú o nueve señores de la noche.

 

Los mitos de la creación

 

Además del Popol Vuh hay otros documentos y relatos que dan cuenta de la creación del mundo por dioses bienhechores. El Chilam Balam de Chumayel, texto de finales del siglo XVIII del norte de Yucatán, es uno de ellos, y contiene un mito sobre la creación similar al del Popol Vuh. En él, la creación comienza con un universo cautivo de los dioses del inframundo, poblado por abejas. Según el relato, fue una época en que llovió fuego y ceniza, y en que cayeron árboles y piedras. En un mundo sin Sol, sin noche y sin Luna, los dioses del cielo, decididos a propagar la semilla que habían salvado de ese caos, destruyeron todo bajo un diluvio y flecharon a quienes habían quedado. A partir de ese universo aniquilado habría de comenzar la nueva creación: los cuatro bacabes, dioses sostenedores del cielo, colocados uno en cada esquina del mundo, levantaron la tierra que se había hundido al desplomarse el firmamento y sembraron una ceiba al centro: axis mundi del universo maya y camino que conduce al cielo. En ambos mitos, el descrito en el Popol Vuh y el del Chilam Balam de Chumayel, el mundo que vivimos es, de esta manera, el último de los ensayos de los dioses, el desenlace de la lucha entre cielo e inframundo, entre luz y oscuridad, que culmina con la victoria de los primeros. Aunque comparte con el resto de los pueblos mesoamericanos la visión castastrófica y renovadora que conduce a la creación humana, el mito maya es, sin embargo, claramente diferenciable y de raíces profundas, como lo es también el panteón de sus dioses.

 

Tomado de Arqueología Mexicana núm. 88, pp. 29-31

 

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