Carlos Álvarez Asomoza
A pesar de su importancia, los hongos sagrados de los matlatzincas no han despertado el interés de los estudiosos, tal vez porque no es fácil identificar las evidencias arqueológicas de su uso. En este trabajo se presenta un análisis que combina datos etnográficos y arqueológicos acerca de la utilización de hongos en Teotenango.
La utilización de la flora silvestre es tan antigua como el hombre mismo, y tal vez su origen se remonte a los periodos glaciares, a los primeros pobladores del continente americano. En territorio mexicano, las comunidades indígenas usan (de manera alimenticia o medicinal, entre otras) un sinnúmero de vegetales en su vida diaria.
Resulta de especial interés el culto que algunos grupos étnicos rinden a muchas plantas silvestres que consideran "sagradas", entre ellas el ololíuhqui (Turbina corymbosa), el péyotl (Lophophora williamsii), el tlitlíltzin (Ipomea violacea) y el teonanácatl (Psilocybe aztecorum), que forman parte de un espectro mayor: las plantas adivinatorias del México antiguo y moderno.
Entre los pueblos indígenas, una velada se realiza para predecir el futuro y curar los padecimientos del cuerpo y el alma con la mediación de los hongos sagrados; es decir, se trata de encontrar explicaciones a lo desconocido. Si bien el fenómeno de la alucinación puede considerarse inherente a la condición humana, los sueños, revelaciones y visiones se manifiestan de diferentes formas en todo el mundo.
Un rasgo común a las diversas etnias -entre ellas nahuas, matlatzincas, mixes, chinantecos, mixtecos, mazatecos y zapotecos- que conservan el culto a los hongos sagrados es que en sus respectivas lenguas hay prefijos que designan "cosas sagradas". En la lengua matlatzinca, de la familia lingüística otopame, existen prefijos reverenciales para designar a los hongos Psilocybe como algo sagrado - los cuales también se utilizan para nombrar al Sol, la Luna, el rayo o el volcán Xinantécatl (Nevado de Toluca), Cristo y la Virgen María-, que los distinguen de cualquier otro hongo u objeto. En español se les conoce como “angelitos”, “santitos”, “los que nacen solos”, “los san titos que enseñan muchas cosa”. Entre la población nahua de la Cuenca de México, a la persona que tiene conocimiento de los hongos se le llama "trabajador del cielo". Entre los graniceros de los pueblos cercanos al volcán Popocatépetl se les conoce como apipillzin, “niños del agua”; los matlatzincas de San Francisco Oxtotilpan los llaman netochutata, que significa literalmente “pequeños señores sagrados, hombrecitos y mujercitas” (Psilocybe wassonii), y los mexicanos de San Pedro Tlanixco utilizan su equivalente en náhuatl: cihuatzitzintli, “señoritas” o “niñas”.
Otra característica relevante la constituye el hecho de que para ingerir los hongos sagrados, después de sahumados con humo de copa! con gran reverencia en el altar de la iglesia o en el de la casa donde se realizará la velada, se muelen sobre un metate o en cualquier piedra limpia con agua “bendita” o agua virgen, es decir, el agua de lluvia recolectada en las oquedades de las rocas que no ha estado en contacto con la tierra. Estas formas de preparar los hongos, frescos y molidos o secos y pulverizados, además del hecho de masticarlos, parecen haber sido las predilectas durante la época prehispánica y se han conservado hasta el presente en algunos pueblos de Oaxaca, Veracruz y estado de México.
Carlos Álvarez Asomoza. Arqueólogo por la ENAH. Ha colaborado en proyectos arqueológicos en los estados de México, Morelos, Tabasco, Campeche y Chiapas. Investigador en el Centro de Estudios Mayas de la UNAM. Realiza una tesis doctoral acerca de un asentamiento maya en las tierras altas de Chiapas.
Álvarez Asomoza, Carlos, “Los hongos sagrados de Teotenango, estado de México”, Arqueología Mexicana núm. 59, pp. 38-41.
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