Los “malos aires”

Laura Elena Romero

En el pensamiento mesoamericano dos fuerzas animan el cosmos. Una es fría, húmeda y oscura. Es el ámbito de lo femenino y lo terrestre. La otra es caliente y luminosa, y corresponde a lo masculino y celeste. De su equilibrio dependía el bienestar, no sólo del cosmos, sino de todas sus criaturas. Los “aires”, por ejemplo, eran considerados fuerzas asociadas al ámbito acuático y terrestre. El encuentro con ellos ocasionaba enfermedades que en la época colonial fueron registradas por los frailes e intelectuales de la época, dando cuenta no sólo de las cualidades atribuidas a los agentes patógenos sino de su lugar en el cosmos, y la composición del cuerpo mismo.

Actualmente encontramos ideas similares difundidas ampliamente en nuestro país. En los ámbitos rurales y urbanos, podemos escuchar las consecuencias que en el cuerpo tiene el “mal aire”, nombre que sirve para referirse tanto a la enfermedad como a los agentes que la producen. En el caso de los nahuas de la Sierra Negra de Puebla vemos cómo la palabra ehékatl sirve para hablar de una compleja enfermedad fría y de quienes la han originado. Como veremos, se trata de entidades no-humanas que habitan el monte, pero también de las emanaciones de los cadáveres o el alma desdoblada de los nahuales. Los “malos aires” son, en términos generales, parte de su paisaje cultural; expresión de su visión de la alteridad, el infortunio, el respeto y la negociación.

Los “malos aires”

Se encuentran prácticamente en cualquier lugar y permanecen invisibles la mayor parte de las veces. En algunas ocasiones se les puede escuchar porque cantan, gritan, machetean, lavan o lloran. Moran en el monte, los cerros, las cuevas o los árboles, así como en los ríos, los manantiales o las casas abandonadas. Se apropian siempre de los espacios donde la actividad humana es nula o tiende a serlo. Pese a ser origen de la enfermedad homónima, no son entidades completamente malévolas; conservan esa característica propia de las deidades prehispánicas: la dualidad. No son buenos, pero tampoco son del todo malos, se entiende que “hacen su trabajo”. Es decir, cuidan sus posesiones que son, fundamentalmente, las del monte. Por ello, el “dueño de los animales” ocupa un lugar predominante en esta jerarquía. Él es el “patrón” del resto de los “aires”, es “el mandamás –dice don Mateo–, los demás son puros peones”.

Son seres con volición propia, pues intencionalmente enferman a las personas, robando el tonal, entidad anímica cuya característica principal es la luminosidad y el calor, cualidades contrarias a las de los ehekame que son oscuros y fríos. Sin embargo, además de estos aires, cuyo origen no es humano, existen otros que sí lo tienen, tal es el caso de los muertos, incluso algunas situaciones, como el parto, provocan efluvios dañinos o ciertos objetos vinculados al diagnóstico o curación de la enfermedad, como pueden ser los huevos con los cuales fue hecha una limpia o un ramillete de hierbas utilizadas con el mismo fin.

 

 

Laura Romero. Doctora en antropología. Premio Fray Bernardino de Sahagún en 2003 y 2007. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Dirige el Departamento de Antropología de la Universidad de las Américas Puebla.

Romero Laura Elena, “Los “malos aires”, Arqueología Mexicana, núm. 152, pp. 68-72.

 

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