Cuando los europeos pisaron por vez primera el territorio del México antiguo había en él más de 100 grupos originarios. Cada uno hacía sin duda uso ordinario de nomenclaturas locales sobre los hongos que, de una u otra forma, eran de importancia en su vida cotidiana. Uno de los pueblos de los que más conocemos en términos etnohistóricos a este respecto es el náhuatl. Quizá algunos de estos nombres hayan sido incluso representados en pictogramas prehispánicos, pero hasta el momento es difícil establecer de forma precisa la asociación entre lo representado y sus nombres concretos. Formaban parte del lenguaje oral cotidiano, especialmente durante las lluvias y otras épocas del año, cuando los hongos suelen aparecer.
El registro de los nombres en lengua escrita vino después, en la medida en que la lengua castellana se fue imponiendo y que tanto españoles como nativos aprendices de la lengua y escritura castellanas los fueron plasmando en distintos textos, de acuerdo con la lengua local. Esos nombres escritos, aunados a algunas ilustraciones de hongos, constituyen algunas de las evidencias más sólidas del conocimiento y aprovechamiento de los hongos en el pasado. Documentos como los de Sahagún, Motolinía, Molina y Hernández dan testimonio de ello. Algunos de esos nombres se han plasmado en esos documentos, aunque también los hay que se han transmitido de manera oral hasta nuestros días.
En México se han registrado hasta ahora más de 1 000 nombres en distintas lenguas, con los cuales se denominan a cientos de especies de hongos, conocidas y aprovechadas en su territorio. También hay nombres para otro grupo de especies de hongos que, aunque no tienen necesariamente una utilidad directa, cuentan con determinada importancia cultural, como es el caso, por ejemplo, de especies consideradas venenosas y de otras que pueden asociarse con ciertos animales o plantas. Cada nombre encierra una historia y una razón de ser. La nomenclatura tradicional de los hongos forma parte importante de la memoria y el patrimonio biocultural de los pueblos originarios, mestizos y afrodescendientes de este país, y encierra un caudal de información que muchas veces nos permite entender parte del pensamiento de un grupo humano determinado, además de conocimientos profundos y detallados respecto a ellos y su entorno.
A manera de ejemplo está el caso de los hongos neurotrópicos (también conocidos como enteógenos, divinos, adivinadores, mágicos, entre otros) pertenecientes al género Psilocybe y que eran frecuentemente utilizados por los antiguos pobladores nahuas (además de otros grupos humanos en Mesoamérica) en distintas prácticas y con diferentes propósitos: en la medicina, en ceremonias, en festividades, entre otros casos. Estos hongos fueron registrados, en distintos contextos, en algunos documentos prehispánicos a manera de pictogramas; no obstante, la primera vez que fueron identificados y registrados con el término castellano de hongos y honguillos (con este nombre se designan y designaban a las formas fúngicas en Castilla) fue en 1529, cuando fray Bernardino de Sahagún los registra por vez primera bajo el nombre náhuatl de teunanácatl o teonanácatl.
Evidentemente, este nombre formaba parte del léxico náhuatl (siglos atrás), especialmente en época de lluvias y en determinados contextos climáticos, ecológicos, sociales y culturales. Un nombre parecido a teonanácatl (“carne de Dios o divina”) fue registrado siete años después por Motolinía: teunanácatl, quizá de otra región del centro de México; sabemos que estas variantes lingüísticas llegan a ser frecuentes. El nombre de teonanácatl vuelve a ser registrado, siglos adelante, por Schultes y fue escuchado sorpresivamente en 2007 por el autor de esta sección en la región de Xochinanacatlán, Puebla, donde aún se habla la lengua náhuatl. Otro nombre que recibieron los hongos neurotrópicos fue el de teyhinti nanácatl (“hongo que emborracha”); Molina lo registró en 1571 y seis años después fue documentado también por Hernández como teyhuinti. Fernando del Paso refiere este mismo nombre, en relación con el consumo de este hongo por Carlota en su obra Noticias del Imperio. Es probable que este nombre no haya desaparecido y que siga vivo en la memoria de algunos pobladores del centro del país.
Laboratorio de Etnobiología, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, “Los nombres tradicionales de los hongos”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 87, pp 18-19.