Los perros en el Occidente de México

Martha Lorenza López Mestas

En el Occidente mexicano se ha reportado la presencia de perros en variados contextos arqueológicos con una profundidad temporal que se remonta, por lo menos, al Preclásico Medio: numerosas representaciones iconográficas que abarcan desde el mundo de lo cotidiano hasta el de lo simbólico.

 

En el mundo mesoamericano existió un fuerte nexo entre los seres humanos y los animales; de dichas relaciones, posiblemente la de historia más extensa y profunda en el tiempo es la que se mantuvo con el perro. Sin embargo, no siempre se ha puesto atención a los restos de este animal encontrados en contextos arqueológicos, pues se han destacado únicamente los rasgos morfológico y estilístico de la figura canina, o bien se les menciona como comida, ofrendas o sacrificios, sin explorar su papel simbólico en la mitología, las costumbres funerarias y las relaciones humanas.

En el Occidente mexicano se ha reportado la presencia de perros en variados contextos arqueológicos con una profundidad temporal que se remonta, por lo menos, al Preclásico Medio: numerosas representaciones iconográficas que abarcan desde el mundo de lo cotidiano hasta el de lo simbólico. En este breve artículo se examina su nexo con la muerte y la cosmogonía de esas sociedades humanas mediante imágenes pertenecientes a la tradición de Tumbas de Tiro, desarrollada en Jalisco, Colima y Nayarit, durante el Preclásico Tardío y el Clásico Temprano (250 a.C. a 450 d.C.).

 

Presencia temprana

El perro aparece en el Occidente de México desde el Preclásico Medio, antes de la tradición de Tumbas de Tiro, ya sea como ofrenda mortuoria o como parte de los rituales de sacralización de los espacios funerarios, por lo menos en los cementerios de la zona de Mascota (Jalisco) y en El Opeño (Michoacán). Esta amplia distribución geográfica en la zona occidental apunta a una domesticación bien cimentada de dicho animal, así como a costumbres compartidas entre distintos grupos sociales.

Si bien todavía es difícil asignarle un papel específico, cabe mencionar que ésas son las representaciones de perros más tempranas registradas hasta el momento, relacionadas con contextos funerarios. En el sitio de El Pantano (Mascota), en el pozo 13 se encontraron los huesos de dos adultos, posiblemente colocados sobre un petate, a quienes se les ofrendó un bule y dos ollas, así como un perro de cerámica asociado a tres piedras para pulir (Mountjoy, 2002).

En El Opeño, en el interior de la tumba 7 se localizó una figura zoomorfa que parece representar a una perra pequeña o a una cierva, la cual fue utilizada como mortero, ya que en el interior presenta incisiones paralelas y oblicuas que sirvieron para moler; la cabeza y la cola del animal se pusieron sobre el borde (Oliveros, 2004, pp. 107-108).

En la tradición de Tumbas de Tiro las representaciones de perros son abundantes. Las más conocidas son los famosos perros de Colima, apreciados por su excelente manufactura y realismo. Estas piezas representan a perros sin pelo, de patas cortas y gordos, parados sobre sus cuatro extremidades, sentados o recostados sobre uno de sus costados, o incluso sólo su cabeza. En muchas ocasiones esas efigies sirvieron como contenedores, ya que muestran una vertedera que se podía colocar sobre la cola, la cabeza del animal o incluso sobre su lomo (fig. 1).

Desde que el perro es un animal doméstico, la empatía hacia él se ha demostrado en diversas representaciones del ámbito cotidiano. Tales piezas son menos conocidas, pero no por ello menos abundantes o ilustrativas de la vida de esas sociedades; destacan pequeñas figurillas de personas cargando en brazos a sus pequeños perros, en actitudes afectivas en las que se prodigan caricias y hasta besos (fig. 2). También es frecuente, entre las maquetas de cerámica de Jalisco y Nayarit, encontrar modelos a escala de casas donde sus habitantes realizan diferentes actividades y los perros los acompañan, recostados en patios o a la entrada de las habitaciones. En Colima, los perros se representan recostados alimentando a sus pequeños cachorros, comiendo de tazones o con una mazorca en el hocico.

Si bien varios autores mencionan que el arte del Occidente mexicano celebra lo cotidiano y puramente anecdótico (Ortiz, 1998, p. 22), debe considerarse que las representaciones de perros van más allá de lo formal y se ubican en un plano simbólico, es decir, en ellas se materializaron conceptos cosmogónicos de sus creadores, ya que, a pesar de los pocos datos contextuales, no hay duda de que al ser colocadas como ofrendas en tumbas de tiro, obedecen a algún tipo de ritual que recreaba algunas creencias.

 

El perro y el inframundo

Los mitos de creación y los relatos etnohistóricos que relacionan al perro con el inframundo y con el concepto de guía en el viaje que los muertos realizaban hacia su última morada son variados, de ahí su frecuente aparición entre las ofrendas mortuorias. En el mito nahua de la creación del Quinto Sol, Xólotl, el hermano gemelo de Quetzalcóatl identificado como perro, descendió hasta el inframundo para obtener de Mictlantecuhtli, el señor de la muerte, los huesos de los hombres de creaciones anteriores, para recrear de nuevo a la humanidad. Por lo anterior, puede decirse que el perro está muy ligado con el inframundo y con la muerte. Posiblemente el Occidente de México es la región mesoamericana donde se han encontrado las evidencias más antiguas de ese nexo, pues es donde primeramente aparecen las ofrendas de perros en contextos funerarios, mostrando una de las vinculaciones más tempranas en términos cosmogónicos: la de la muerte y el perro, un tema reiterado en la tradición de tumbas de tiro. Dicha relación es reforzada por las frecuentes representaciones de perros descarnados o esqueléticos, mostrando sus costillas y la espina dorsal, también típica de los señores de la muerte (fig. 3).

En este sentido, es importante la similitud entre las máscaras funerarias encontradas en tumbas de Colima y las máscaras usadas por los perros localizados en la zona, lo que subraya la relación del perro con la muerte, específicamente la de los seres humanos, pues frecuentemente se encuentran piezas que representan seres híbridos o perros con rasgos humanos (fig. 4), y señalan también su papel como psicopompo, es decir, como guía del alma al inframundo y como guardián de la morada de los muertos.

En la zona arqueológica de La Campana, Colima, la tumba 9 sirvió como un osario donde se depositaron entierros secundarios, lo que podría ser muestra de un ritual relacionado con el culto a los ancestros (Jarquín, 1996, pp. 218-219). A un lado del acceso a la cámara funeraria, la figura de un perro de cerámica confirma la idea de que fungían como guardianes de la morada de los muertos. También en territorio colimense, hay ejemplares de pequeñas maquetas que representan a una persona muerta recostada sobre un petate o especie de cama, rodeada en sus cuatro lados por perros a manera de custodia (fig. 5).

Cabría preguntarse si los aspectos duales de la oposición vida-muerte o muerte-renacimiento están representadas en las piezas de perros dobles típicas de Nayarit y Jalisco (fig. 6), o en parejas de perros, como el ejemplar de perros danzantes de Colima, donde uno aparece como joven y el otro viejo o arrugado.

Por otra parte, en su papel de guía, Xólotl, como dios canino, conduce al Sol cada noche al inframundo, asociado con el Sol nocturno o Sol del inframundo, es decir, con el recorrido nocturno del Sol por el mundo de los muertos. Posiblemente por esta razón, también se asocia al perro con el fuego que cayó del cielo, entendido como el rayo que hería la tierra y abría el camino hacia el inframundo. En este sentido, es probable que las primeras asociaciones perro-inframundo-fuego también provengan del Occidente, donde abundan las representaciones de perros braseros, como es el caso de las figuras de Jalisco y Nayarit que portan un cajete dentado sobre sus espaldas, o las piezas colimenses que cargan una olla perforada sobre el lomo; en la mayoría de estos ejemplos se observan huellas de carbón que indican que sirvieron como braseros o sahumerios (fig. 7).

En el valle de Atemajac, donde se excavaron varias tumbas de tiro, la tumba 8 se distinguía por la cantidad y calidad de su ofrenda, y sólo en ella apareció una figura canina, realizada en basalto, con un recipiente en forma de brasero que contenía restos de cenizas (Galván, 1991, pp. 246-247).

 

Martha Lorenza López Mestas Camberos. Arqueóloga doctorada en ciencias sociales con especialidad en antropología social por el CIESAS. Investigadora titular del INAH y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

 

López Mestas Camberos Martha Lorenza, “Los perros en el Occidente de México”, Arqueología Mexicana núm. 125, pp. 48-53.

 

Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:

http://raices.com.mx/tienda/revistas-el-perro-mesoamericano-AM125