Ocotelulco, famoso señorío tlaxcalteca

José Eduardo Contreras Martínez

Ocotelulco a 19 años de las primeras exploraciones

En un lomerío de poca elevación, al norte de la ciudad de Tlaxcala, se asientan tres pequeñas poblaciones, a saber, San Miguel Tlamahuco, Acxotla del Río y San Francisco Ocotelulco, bajo las cuales se encuentran los vestigios de lo que a fines de la época prehispánica fue uno de los más importantes pueblos tlaxcaltecas: Ocotelulco. Las huellas de su extensión y grandeza se dejan ver en los cientos de fragmentos de cerámica doméstica y ritual diseminada en los predios aún baldíos donde, en varios de ellos, es posible también observar alineamientos de piedra a los que los lugareños dan por nombre “te cercos”. Poco es lo que conocíamos hasta hace unos años acerca de este sitio arqueológico, el cual fue escenario de importantes acontecimientos previos a la conquista de México-Tenochtitlan y del inicio de la conversión religiosa de los nativos. De la estancia en este lugar del ejército español y años después de los primeros franciscanos, derivaron crónicas en las que se describen templos, casas de los nobles, calles y su gran mercado, que proporcionan un retrato de los últimos años de la etapa prehispánica y su transformación tras la conquista. El arquitecto Jorge R. Acosta, atraído por una denuncia referente a la presencia de vestigios de tradición prehispánica, recorrió en 1954 algunas terrazas ubicadas en torno a la iglesia del pueblo de San Francisco Ocotelulco, donde encontró alineamientos de piedra y ladrillo. Ya en la década de los setenta del siglo anterior, arqueólogos del Proyecto Arqueológico Puebla-Tlaxcala –promovido por la Fundación Alemana para la Investigación Científica–, a cargo del maestro Ángel García Cook, recorrieron el lomerío e identificaron el antiguo asentamiento prehispánico. Lo definieron como pueblo grande y establecieron como probable fecha de fundación el siglo XII de nuestra era. A principios de 1990 se realizaron las primeras exploraciones en las terrazas localizadas al norte de la iglesia de San Francisco Ocotelulco, donde observé alineamientos de piedra y ladrillo, quizás los mismos que vio el arquitecto Jorge R. Acosta 36 años antes.

La iglesia es un referente clave para ubicar los contextos explorados hasta ahora, aun cuando no es una estructura antigua, ya que el inicio de su construcción fue a fines del siglo xix. Está orientada de este a oeste y se compone de una pequeña nave con sacristía y un atrio que todavía es usado como cementerio. La entrada da a las dos principales calles del pueblo, de nombres Grecia y Liverpool, en las cuales ya no queda predio libre donde construir, pero en los otros tres sectores colindantes hay varios terrenos de cultivo en los que se observan fragmentos de ladrillos, cerámica y obsidiana.

Exploraciones de 1990

Visibles en la superficie de tierra de la entonces calle de Perú (hoy parte de la zona arqueológica), había alineamientos de piedra, los restos de una caja de ladrillo y en el corte de la terraza norte, fragmentos de un piso de estuco. El objetivo de esta primera exploración fue corroborar si los indicios correspondían a contextos prehispánicos e intentar definir sus características. Así, en la terraza contigua al edificio eclesiástico de la comunidad se localizaron los restos de un pequeño templo o teocalli, del que se han identificado tres etapas constructivas (área A). De la intermedia y la última es una escalinata estucada y los restos de otra inconclusa, debido probablemente a la llegada de los españoles. A la más antigua corresponde un pequeño recinto ceremonial con un piso estucado delicadamente pulido, delimitado por los muros de una plataforma; al fondo se encuentran dos subestructuras policromadas, una banca y un altar central adosado. La primer subestructura está decorada con cuatro diseños que se repiten en el mismo orden: un corazón con rasgos antropomorfos, una mano blanca con rayas rojas y largas uñas, un aro rojo atravesado por un hueso y un globo ocular, y finalmente un cráneo humano blanco con rayas rojas. El fondo es negro y los motivos se encuentran delimitados arriba y abajo por diseños lineales en forma de cordón.

El altar divide a la banca y al recinto en dos secciones de dimensiones similares, lo cual le confiere un carácter importante, su rayado por el hecho de que los diseños de la banca están orientados hacia él. El altar tiene forma de trapecio y está decorado en sus costados poniente, oriente y sur. En los primeros dos, enmarcados por franjas diagonales negras sobre fondo blanco, se observan tres torrentes de sangre en descenso, cada uno de los cuales sirve de marco a una Xiuhcóatl de cuerpo serpentino y ondulado que baja con los brazos hacia el frente y cuyas manos terminan en largas uñas. El rostro de estos seres fantásticos es antropomorfo con pintura facial, protegido por un mascarón de sierpe con las fauces abiertas. El costado sur del altar se divide en tres secciones verticales donde las laterales repiten el esquema antes mencionado, mientras que en el del centro se ve una cadena de huesos que semejan vértebras y enmarcados por el torrente de sangre. Hacia la parte central, el diseño se interrumpe por una escena de mayor complejidad, delimitada por varios cuchillos de pedernal ensangrentados; se ve un gran brasero con rasgos antropomorfos sobre el cual se encuentra sacrificado un técpatl (cuchillo) de rasgos también humanos y en cuya boca abierta se aprecia el rostro de Tezcatlipoca.

Éste no es el único lugar donde se ha encontrado la representación de esa deidad; hacia el norte de este espacio ceremonial se encuentran las habitaciones en las que se depositaban ofrendas al edificar una nueva construcción (área B). En una de las más cercanas al templo se depositaron tres piezas cerámicas, a una de las cuales se le dio un tratamiento especial ya que fue dejada sobre un tlécuil o fogón de basalto, donde se le dio una muerte ritual al fracturarla y desprenderle un fragmento. Esta pieza es un cajete en cuyo fondo se distingue el rostro de perfil de Tezcatlipoca y el ojo cerrado.

Sobre el piso de un pasillo que divide a dos plataformas habitacionales se halló otra ofrenda, compuesta por huesos de codorniz y un plato policromado en el que se ve a esa deidad como ave. El rostro antropomorfo que se asoma del mascarón está pintado con franjas diagonales rojas, tiene las alas desplegadas, una de las patas termina en garra y la otra, enjuta, se representa con diseños cónicos sobrepuestos. Las habitaciones se encuentran sobre plataformas de xalnene (roca de arenisca sedimentaria cuyos yacimientos aún pueden observarse en la parte baja del lomerío) de hasta poco más de 1.20 m de altura, y dimensiones de hasta 6 m de largo por 4 de ancho. Los muros eran de adobe revestido de estuco y un rasgo característico e infaltable en ellos es el tlécuil o fogón que generalmente se encuentra al centro de cada habitación o, como en pocos casos, junto a uno de los muros. Se ha podido establecer que no todos los fogones tuvieron la misma función, ya que si bien en todos ellos se producía fuego, unos fueron empleados en actos rituales mientras que otros sólo calentaban la habitación. En la segunda terraza al norte de la iglesia se exploraron otras habitaciones de menores dimensiones, cimentadas sobre plataformas de 30 a 40 cm de altura; en uno de los cuartos se hallaron dos tlecuiles de una profundidad de 45 cm, que sirvieron para cocinar alimentos, restos de los cuales –guajolote, venado y xoloitzcuintle– se hallaron en un basurero contiguo (área D).

 

José Eduardo Contreras Martínez. Arqueólogo. Investigador del Centro INAH Tlaxcala. Responsable de la zona arqueológica de Ocotelulco desde 1990 hasta la fecha.

Contreras Martínez, José Eduardo, “Ocotelulco a 19 años de las primeras exploraciones”, Arqueología Mexicana, núm. 96, pp. 14-19.

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