Oxomoco y Cipactónal, dioses creadores del calendario

Salvador Guilliem Arroyo

La búsqueda de mayor información sobre el significado y función del llamado Templo Calendárico de Tlatelolco, condujo al hallazgo de un mural cuyo contenido hace referencia a uno de los mitos primigenios de las sociedades prehispánicas de Mesoamérica: el de la gestación y ordenación del tiempo por la pareja creadora, Cipactónal y Oxomoco. Se obtuvieron además indicios sobre la función del edificio, al parecer dedicado a ritos adivinatorios, en los que se utilizaban granos de maíz, cordeles y libros que se suponían heredados por esa pareja creadora con un propósito secular y universal: conocer el destino del hombre.

 

De los dioses Oxomoco y Cipactónal hablan la Historia de los mexicanos por sus pinturas, los Anales de Cuauhtitlan y la obras de fray Gerónimo de Mendieta. En el primero de esos textos se relata que la pareja fue creada por dos de los cuatro hijos primigenios de Tonacatecuhtli: Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, después de la era del fuego y del dominio de un medio sol. Éstos dispusieron que de Oxomoco y Cipactónal nacerían los macehuales y les ordenaron que trabajaran siempre y que no holgaran: él labraría la tierra; ella debería hilar, tejer, adivinar, curar y hacer hechicerías con ciertos granos de maíz que le dieron los mismos dioses, En los Anales de Cuauhtitlan se dice que la pareja primigenia tenía a su cuidado cada veintena del calendario y que, como estos dioses eran de los más viejos, posteriormente los viejos y las viejas se llamarían corno ellos. En su Historia Eclesiástica Indiana, fray Gerónimo de Mendieta asevera que Cipactónal y Oxomoco vivían en una cueva de Cuernavaca (diferentes autores mencionan a Cuernavaca como el lugar donde se ubicaba Tamoanchan). Ahí tomaron consejo de su nieto, Quetzalcóatl , para crear la cuenta del tiempo. Se permitió a la anciana elegir el símbolo del primer día. Así, ella topó con un cipactli (lagarto), del que tomó el nombre. Después, el viejo puso el nombre al segundo día, el nieto al tercero, y así continuaron poniendo los nombres de cada uno de los días.

 

Tomado de Salvador Guilliem Arroyo, “El Templo Calendárico de México-Tlatelolco”, Arqueología Mexicana, núm. 34, pp. 46-53.