Eduardo Matos Moctezuma
Cualquier persona que visite hoy día la zona arqueológica de Tlatelolco observará que, a diferencia del Templo Mayor de Tenochtitlan y lugares cercanos a él, no se ven esculturas asociadas al Templo Mayor de este lugar o en otras edificaciones; sólo en el llamado Templo Calendárico se aprecian, rodeando el edificio por tres de sus lados, bloques de piedra empotrados en sus muros que muestran glifos de numerales en un orden que comienza con 1 cipactli. Lo anterior se complementa con el mural encontrado por Salvador Guilliem en la fachada principal del adoratorio, que muestra a la pareja primigenia, Cipactónal y Oxomoco (Guilliem, 1998). El mismo arqueólogo halló una efigie en piedra de Ehécatl asociada al templo semicircular dedicado a esta deidad (Guilliem, 1999). En otros trabajos se han encontrado algunas esculturas en piedra, como la de un rostro que presenta posible parálisis facial. Pero la pregunta sigue en pie: ¿en dónde está la escultura monumental de Tlatelolco?
Sobre el particular, don Salvador Mateos Higuera publicó en Tlatelolco a través de los tiempos un breve artículo titulado “Algunos monolitos de Tlatelolco” (Mateos, 1945), en el cual enumera y acompaña con fotografías esas evidencias. Una escueta nota da razón de ellos y a pie de página nos dice el lugar donde se encontraron. A continuación hacemos una relación de esos datos:
1. Cabeza humana. Se encontró por buscadores de tesoros bajo el piso del presbiterio de la Iglesia de Santiago. El autor señala que es “de estilo marcadamente tenochca” y, en efecto, en la fotografía se ve el pelo con el típico corte mexica.
2. Cabeza de serpiente. Muestra las fauces abiertas. Se encontró al igual que la anterior en la Iglesia de Santiago.
3. Piedra ornamental. Está decorada con “círculos concéntricos”, y dice el autor que es para empotrar en los edificios “tal como se observa en las primeras construcciones de Tlatelolco y Tenayuca”. Salió en el relleno de la etapa Tlatelolco III.
4. Cabeza de león. Es una pieza colonial en forma de medio cuerpo de león que sirvió como canalón de desagüe. Según Mateos, “se nota la supervivencia del arte indígena en la estilización de la melena”; fue encontrada al sur del muro AB y en terrenos entonces ocupados por la Compañía Pepsi Cola.
5. Dios reclinado. El autor piensa que es un fragmento de Chac Mool, ya que la cabeza está volteada hacia un lado; dice también que de la pieza sólo quedan la cabeza, el tórax, un brazo y parte de la base. Añade que “su manufactura fue de una extremada sencillez”. Se encontró “como la pieza anterior”.
6. Pequeña lápida. Figura de lagartija en relieve. Piensa Mateos que corresponde “al cuarto lugar en la serie de los signos” (cuetzpallin) y que quizá otra pieza contigua pudo contener el numeral. Se halló en el relleno de la etapa Tlatelolco IV.
7. Vaso de los dioses del pulque. Guarda la forma de esos vasos pero no tiene el interior hueco. El autor identifica un yacameztli o nariguera relacionada con los dioses del pulque y con la Luna. Se encontró debajo del piso del presbiterio.
8. Losa con relieves. Se trata de la conocida escultura que está empotrada en el ábside de la Iglesia de Santiago y parece representar un Tláloc. No se sabe el lugar que ocupó antes de ser reutilizada en el monumento colonial.
9. Cabeza de serpiente. Tiene una espiga para empotrar en un muro. Se encontró “empotrada en uno de los muros de un cuarto de construcción moderna, hoy derruido, frente a la fachada O. de la iglesia”.
En realidad, las esculturas distan mucho de ser obras relevantes, y cabe volverse a preguntar qué sucedió con la escultura mayor que sin duda debió existir en el lugar. Puede suponerse que, a raíz de la conquista de Tlatelolco por Tenochtitlan en 1473 d.C., cuando gobernaba Moquíhuix en la primera y Axayácatl en la segunda, la ciudad sufrió un saqueo tremendo, que se relata así: “…mandó Axayácatl que fuese saqueado el tlatelulco, lo cual fue hecho en un punto y las casas robadas de todo cuanto en ellas había, hasta llevar ollas y cántaros y platos y escudillas, y lo que no podían llevar lo hacían pedazos, procurando amedrentarlos y escarmentarlos para siempre” (Durán, 1951, I, 270).
Un dato a todas luces revelador y que nos hace ver la manera en que actuaba el mexica-tenochca lo tenemos en lo que sucedió con la imagen de Huitzilopochtli, misma que fue quitada de su lugar en el Templo Mayor de Tlatelolco “porque quería [Axayácatl] que aquel templo fuese secreta y muladar de los mexicanos”. No hay que olvidar que la práctica común en las conquistas mexicas era que a los dioses del enemigo se les llevara “presos” a Tenochtitlan, en donde se les colocaba en un templo llamado Coacalco. Sobre el particular señala fray Bernardino de Sahagún: “El decimocuarto edificio se llamaba Coacalco. Era una sala enrejada como cárcel; en ella tenían encerrados a todos los dioses de los pueblos que habían tomado por guerra; teníanlos allí como cautivos” (Sahagún, 1956, I, 234).
Al ser Huitzilopochtli el mismo dios tanto de tlatelolcas como de tenochcas, no sabemos qué suerte corrió; pero lo anterior deja ver la humillación que sufrieron los de Tlatelolco, además de pasar a ser tributarios de Tenochtitlan hasta el momento de la conquista española. En consecuencia, todo hace pensar que las esculturas de los vencidos fueron trasladadas a Tenochtitlan, dejando así que el templo se convirtiera en un muladar. Las palabras de Alvarado Tezozómoc son elocuentes al respecto: “…su templo desbaratado y estercolado; y así fue, que lo estuvo muchos años…” (Tezozómoc, 1980, 397).
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Matos Moctezuma, Eduardo, “¿Qué pasó con las esculturas de Tlatelolco?”, Arqueología Mexicana núm. 128, pp. 86-87.
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