Resulta desconcertante que los mayas prehispánicos carecieran específicamente de una deidad del viento, cuando en otras áreas mesoamericanas, como en el Centro de México, existen figuras tan significativas como Ehécatl, aspecto de Quetzalcóatl, uno de los dioses más relevantes para los nahuas. Los mayas veneraban a muchas divinidades, como al Sol, la lluvia o bien la Luna; no obstante, si analizamos algunas deidades, podemos encontrar que entre sus funciones algunas tenían al viento, y a diferentes clases de éste. El viento, como todas las fuerzas de la naturaleza, es ambivalente: a la vez que destruye, limpia, es catártico, es quien lleva las lluvias y da el aliento a los seres vivos. Hay algunos vientos que son sustancia propia del inframundo, surgen de las cavidades terrestres y son fríos, en tanto que otros pertenecen a las altas esferas celestes y por lo tanto son cálidos.
La forma del viento
Una de sus características más significativas, como han señalado López Austin (1996) y Espinosa Pineda (2001), es su movimiento helicoidal, porque es una línea curva que indefinidamente da vueltas alrededor de un punto, es el movimiento perpetuo, el ir y venir de la vida, y apela al sinfín del continuo engendramiento. Será por ello que entre los nahuas se eligió como uno de sus distintivos diagnósticos el ehecacózcatl, la “joya del viento”, caracol seccionado cuyo dibujo en espiral semeja los remolinos y trombas del viento, y su sonido produce la voz de la deidad. En la Estela 9 de Kaminaljuyú (700-500 a.C.), Guatemala, sitio privilegiado por el comercio y centro de convergencia de varias rutas, se labró una figura antropomorfa con el cuerpo en torzal: mira hacia lo alto y de su boca surge una doble espiral, quizá una de ellas sea un caracol seccionado. Deja ver su miembro viril erecto, lo que reitera que es una potencia generadora masculina; su tocado parece la mandíbula superior de una serpiente y remata con un nenúfar (Nimphae ampla), flor propia del inframundo. Además, se yergue sobre un cocodrilo, imagen terrestre, por lo que podría interpretarse como el viento que, con imagen antropomorfa, surge del inframundo y germina como el principio de vida.
Durante el Posclásico, alrededor de 1300 d.C., en Mayapán, se encuentra, entre los muchos incensarios efigie tipo Modelado Chen Mul, la figura de un joven dios con dos esferas de incienso en las manos, pero su característica principal es que lleva un caracol cortado como pectoral, y en los antebrazos un adorno con una espiral; éste es un ejemplo del proceso de apropiación y adaptación que muchas comunidades mayas experimentaron durante el Posclásico, ya que incorporaron elementos del Altiplano Central mexicano. A su forma, se une su función, pues el humo del incienso se eleva para establecer una conexión entre tierra y cielo.
E'eekatl y K’uk’ulkaan
La influencia del Altiplano Central de México se deja sentir en la lengua maya; por ejemplo, Lacadena García-Gallo (2010) notó que en la Estela 13 de Ceibal (899 d.C.), que muestra un estilo distinto al de las estelas del Clásico, se empleó el término E’eekat o E’eekatl, la forma mayanizada de Ehécatl. Otra influencia más del Centro de México se ve en la lámina 4a del Códice de Dresde, del Posclásico Tardío, en la que se ven los atavíos del dios del Centro de México, pero aquí como K’uk’ulkaan, “serpiente emplumada”; sostiene una serpiente curva, lleva caracoles colgados al cuello y un quetzal (k’uk’) en
la espalda, de manera similar a algunas manifestaciones de Ehécatl-Quetzalcóatl. Además, su glifo es el del dios H, una deidad que se ha identificado con “el patrón del aire” que veremos más adelante.
Martha Ilia Nájera Coronado. Doctora en historia por la UNAM, investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas y profesora del posgrado en estudios mesoamericanos. Especialista en religión maya
Nájera Coronado, Martha Ilia , “¿Tenían los mayas un dios del viento?”, Arqueología Mexicana, núm. 152, pp. 60-67.
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