Pero atendamos algo más de esta escultura. Impresiona su grandiosidad, revelada por el movimiento que ofrece el cuerpo, encerrado en un círculo que, como dijimos, no limita sino que concentra. Brazos y piernas dan un sentido de rotación, como si fueran aspas que imprimen movimiento, las que, por cierto, guardan un equilibrio impresionante junto con la cabeza y el cuerpo. Sin embargo, cada miembro, cada elemento labrado adquiere una presencia autónoma. Ninguno se destaca más que otro. El escultor anónimo bien se cuidó de mantener ese equilibrio entre el todo y las partes para lograr ante el espectador el efecto deseado: la muerte en guerra y la derrota de los símbolos nocturnos en la imagen de la deidad lunar...
Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “El decir de las piedras”, Arqueología Mexicana, núm. 134, pp. 22-33.
Si deseas consultar otras entradas asociadas a este tema semanal, haz clic en la etiqueta TS Coyolxauhqui, en la barra inferior.