Especialistas en restauración de cerámica devolvieron su forma a 19 vasijas elaboradas hace más de 600 años por los pueblos del desierto de Sonora, las cuales fueron utilizadas para guardar y honrar las cenizas de sus muertos. Los recipientes se descubrieron en buen estado de conservación pero fragmentados, en la Zona Arqueológica Cerro de Trincheras, pueblo prehispánico de primer orden y centro rector regional que tuvo la misma importancia que Paquimé en Chihuahua.
El trabajo de restauración tomó año y medio, tiempo en el que los recipientes funerarios se trataron en la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Ollas de diferentes dimensiones, tecomates característicos por su cuerpo esférico, cuencos y una vasija fitomorfa con aspecto de una calabaza, elaborados en arcilla por los pobladores de Trincheras, ingresaron al taller de conservación arqueológica en diciembre de 2014 cubiertos con vendas de yeso que los protegieron durante el hallazgo, el proceso de microexcavación —con el que se extrajeron sus contenidos para ser estudiados— y el traslado de Sonora a la Ciudad de México.
Las vasijas presentaban diferentes niveles de fragmentación, en algunos casos con fisuras; una de ellas, la mejor conservada, sólo tenía una grieta. El tratamiento comenzó los primeros días de enero de 2015 con minuciosa revisión, pieza por pieza. Cuatro restauradoras especialistas en cerámica, dirigidas por Teresa López, analizaron el estado de conservación y con base en los resultados elaboraron un tratamiento para atender cada caso particular.
El diagnóstico del estado de las vasijas y el tratamiento a seguir se definieron conjuntamente con la arqueóloga Elisa Villalpando Canchola, directora del Proyecto Institucional Trincheras, quien con su equipo de investigación, formado por los arqueólogos Silvia Nava y Carlos Cruz, hizo el registro del cementerio de cremaciones en el que se hallaron los antiguos recipientes entre 2008 y 2011, en las faldas de la ladera norte del sitio prehispánico que está asentado en un cerro de 170 metros de altura.
Dentro del área de enterramiento recuperaron un total de 137 vasijas que contenían las cenizas de por lo menos 139 personas, las cuales se estima fueron cremadas entre los años 1300 y 1450 d.C., junto con objetos ornamentales de concha, lapidaria y herramientas de hueso de venado. Del área de las piras funerarias proceden otras 30 vasijas, cuyo contenido está en proceso de estudio. Con la finalidad de recuperar la forma exacta de los tipos cerámicos, se eligió una muestra representativa de sus variantes para ser tratadas por especialistas en conservación.
Una vez hechos los 19 diagnósticos se retiraron las vendas de yeso de los cuerpos de cerámica y en seguida se realizó un proceso de limpieza para eliminar la tierra de contexto y la gran cantidad de sales que se les habían depositado durante los cientos de años de permanecer en el contexto funerario: un trabajo complejo, lento y frágil para no dañar ningún fragmento, sobre todo aquellos de superficie porosa porque las sales se adhieren más en estas áreas.
Ya limpios los fragmentos el tratamiento continuó con la unión: se hizo un ejercicio de prearmado para determinar la forma y el orden en el que se unirían los fragmentos, después de este ejercicio se comenzaron a pegar. Cada unión fue resanada para dar mayor estabilidad a la pieza completa. En estas tareas se utilizaron materiales compatibles con la cerámica y reversibles, elaborados en la CNCPC.
Finalmente ―sólo en la zona de resane― se llevó a cabo una reintegración de color a base de pigmentos minerales, aplicada con la técnica de puntillismo la cual se utiliza para diferenciar la parte original y la restaurada. Se hicieron varias mezclas hasta obtener un tono aproximado al color y la textura de la cerámica. La restauradora Teresa López explicó que la mayoría de las vasijas, a pesar de que llegaron fragmentadas estaban completas, es decir, en pocos casos faltó entre 10 y 5 por ciento del cuerpo.
Se limpiaron las sales que hacían ver a las vasijas blanquecinas, salvo el caso de una olla que había perdido su cohesión y estaba frágil al tacto, fue necesario realizar una consolidación para recuperar su estabilidad, mediante el uso de una sustancia especial. El tratamiento llevó un mes pero ya con los fragmentos estables fue posible proceder a los siguientes procesos de conservación.
En una de las vasijas hallada en la pira funeraria, durante el proceso de limpieza se identificó un ahumado provocado por el fuego que no se retiró porque forma parte de los datos arqueológicos que completan el estudio. Como parte de la investigación y de la intervención de conservación de las piezas se realiza un análisis por medio de petrografía para determinar la composición mineralógica de las cerámicas, indicó la restauradora.
Los arqueólogos aún no definen si las vasijas fueron hechas para servir como urnas o tuvieron otra utilidad antes de formar parte del ritual funerario ya que algunas son fitomorfas (su forma es de plantas o vegetales), pero la mayoría corresponden al tipo de enseres domésticos comunes. Se descubrieron acomodadas en el área de enterramiento, en diversas posiciones, algunas en nichos naturales de la roca o detenidas con piedras para mantenerse boca arriba; otras estaban al lado, encima o debajo de más vasijas. Gran parte se hallaron tapadas con cerámica o una piedra.
Elisa Villalpando explicó que la mayoría de urnas contenía a un individuo, aunque hay casos en los que se colocaron dos y hasta tres personas. Los restos humanos estaban acompañados de objetos de concha también incinerados: miles de cuentas, brazaletes, pendientes y anillos, así como herramientas elaboradas con huesos de venado.
La costumbre de cremar a los muertos comenzó en el desierto de Sonora hace más de mil 700 años y eventualmente se convirtió en la práctica mortuoria dominante. La arqueóloga Elisa Villalpando refirió que en Cerro de Trincheras se realizó un proceso de enterramiento complejo y largo que implicaba varias etapas y la presencia de alguien especializado en este tipo de procedimientos.
“Primero se preparaban las piras, luego se cremaban los cuerpos, en seguida eran recuperadas las cenizas y generalmente se hacía un tratamiento para disminuir el tamaño de los huesos y objetos. Después, los restos eran depositados en las vasijas y se almacenaban para llevarse al cementerio quizá en una fecha determinada en la que se realizaba una ceremonia ex profeso dedicada a los ancestros de la comunidad”.
La investigadora destacó que en el interior de una vasija se identificó polen de Opuntia (cactácea). De acuerdo con los biólogos su presencia indica que hubo flores porque es pesado y no se transporta por el viento. A decir de Elisa Villalpando este dato es relevante desde el punto de vista cultural porque da una idea de que el ritual no consistía nada más en recolectar los huesos cremados y depositarlos en un cementerio, sino que había un proceso de desprendimiento donde el muerto pasaba a ser una figura social.
Tras recordar que en excavaciones anteriores habían encontrado entierros, la arqueóloga del INAH concluyó que la hipótesis sobre la razón por la cual unas personas se enterraban y otras se incineraban, podría tener relación con el acceso al costo de la cremación que era mucho más alto: “Eso habla de una complejidad social que normalmente no se piensa que existía en el norte de México y aporta elementos para cambiar esa visión”.
Dirección de Medios de Comunicación, INAH