a Davíd Carrasco, nuestro teáchcauh
La Yollotlicue. Vida, muerte y resurrección
El conquistador Andrés de Tapia –quien ascendió al Templo Mayor con Hernán Cortés y una decena de hombres a los pocos días de haber llegado a Tenochtitlan en noviembre de 1519– recuerda haber mirado allá arriba unos “ídolos” de “piedra de grano bruñida” de “casi tres varas de medir” (unos 2.5 m) y el “gordor de un buey”. Tenían, según apunta en su relación con memoria cuasi fotográfica, “unas culebras gordas ceñidas”, “collares cada diez o doce corazones de hombre” y un “rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne”.
Esta reveladora y muy puntual descripción hizo concluir a principios del siglo XX, a un perspicaz Eduard Seler, que los españoles se habían parado frente a la mismísima Coatlicue (¡que mide 2.52 m de altura y posee esos mismos rasgos!) y, décadas después, a Jorge Gurría, que seguramente vieron también a la Yollotlicue. En fechas más recientes, tanto Elizabeth H. Boone como Alfredo López Austin y el autor de estas líneas identificamos al grupo escultórico de la Coatlicue y la Yollotlicue con las tzitzimime ilhuicatzitzquique de Tezozómoc. De acuerdo con nuestras propuestas, en tanto “sostenedores del cielo”, estos cuatro monolitos habrían ocupado originalmente los ángulos suroeste, sureste, noreste y noroeste de la explanada superior del Templo Mayor, rodeando y realzando las capillas de Huitzilopochtli y Tláloc.
Miquiztli/Muerte
Aparentemente basada en el dicho del conquistador Alonso de Ojeda, la Crónica de la Nueva España, del canónigo Francisco Cervantes de Salazar, narra el doloroso momento en el que las imágenes religiosas del Templo Mayor fueron bajadas por los fieles desde la cúspide para ser sustituidas por las de “Cristo, dios verdadero, y la de su bendicta Madre” a fines de 1519:
…vinieron muchos indios con muchas maromas [cuerdas] y unos vasos que son como los con que varan los navíos [narrias], y subieron a lo alto donde el gran ídolo estaba casi cuatrocientos [innumerables] hombres, con mucha cantidad de esteras de enea y de asentaderos de a braza [1.67 m] y hicieron una cama muy grande, que tendría medio estado, en alto [unos 75 cm], para poner el ídolo encima, que no se quebrase, porque él y otros que a par dél estaban, según he dicho eran muy grandes.
Según la Crónica, la maniobra se vivió en total silencio y con un enorme dramatismo:
No pudieron abaxar estos ídolos con tanta destreza que por su pesadumbre y grandeza no se quebrasen algunos pedazos muy pequeños, los cuales los sacerdotes y los que más cerca se hallaron cogieron y envolvieron en los cabos de sus mantas como reliquias de unos sanctos; tanta era su superstición… Hicieron esto con tan gran concierto y tan sin voces, que no suelen hacer nada sin ellas, que puso en espanto a los nuestros. Puesto desta manera el un ídolo en lo baxo del templo, baxaron el otro por la misma arte, y puestos en unas como andas muy grandes, en hombros las llevaron los sacerdotes, y la caballería y la demás gente, que no tenía número, los acompañaron hasta ponerlos donde nunca los nuestros jamás los vieron, ni por cosas que les dixeron lo quisieron descubrir.
Como es sabido, la Coatlicue y la Yollotlicue tuvieron entonces suertes distintas. La primera trascendió el límite sur del recinto sagrado para ser arrojada al borde de la acequia real, en el ángulo sureste de nuestro actual Zócalo. Allí sería encontrada boca abajo, casi intacta y a escasos 111 cm de la superficie, el 13 de agosto de 1790. Los pormenores del hallazgo son bien conocidos por el registro que del acontecimiento hiciera el astrónomo y anticuario novohispano Antonio de León y Gama, así como por un expediente legal que se atesora en el Archivo Histórico de la Ciudad de México. La segunda, en cambio, apareció siglo y medio más tarde, irremisiblemente dañada y frente al Templo Mayor…
Imagen: El área de excavación: la Yollotlicue, la Tlaltecuhtli, la Coyolxauhqui y el Templo Mayor. Dibujo: M. de Anda, Cortesía PTM. La Yollotlicue (mna, inv. 10-1154, andesita, 214 x 159 x 112 cm). Museo Nacional de Antropología. Fotos: Archivo Digital de las Colecciones del MNA, INAH-Canon
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Universidad de París Nanterre, director del Proyecto Templo Mayor INAH y miembro de El Colegio Nacional.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
López Luján, Leonardo, “La Yollotlicue. Vida, muerte y resurrección”, Arqueología Mexicana, núm. 173, pp. 12-23.