Cuando se piensa y habla de Moctezuma II, dista mucho de haber consenso. Unos sostienen que fue supersticioso y débil y que, por eso, se perdió. Otros, que atienden a su grandeza, insisten en que es ya tiempo de revalorar su figura, la del hombre sabio y refinado que llevó a los mexicas a su apogeo pero al que un destino funesto abatió.
El reinado de Moctezuma Xocoyotzin se hallaba en su apogeo. Los pueblos sometidos colmaban de riquezas a México-Tenochtitlan. Moctezuma, según lo refieren los Anales de Cuauhtitlan, concibió entonces la idea de enaltecer aún más al Templo Mayor. Con tal propósito se dirigió al señor Tzompantecuhtli de Cuitláhuac y le dijo: “Me ha parecido necesario que sea de oro la casa de Huitzilopochtli y que dentro sea de jade y plumajes de quetzal. Para ello se requiere el tributo del mundo”.
El señor de Cuitláhuac respondió: “Señor nuestro, tlahtoani, no será así. Sabe que con eso se apresurará la ruina de tu pueblo y ofenderás al que está sobre nosotros...” Al oír esto, dice el texto náhuatl que Moctezuma se enfureció y dijo a Tzompantecuhtli: “Vete y aguarda mi palabra. Por ello murieron Tzompantecuhtli y todos sus hijos”.
Si la respuesta de Tzompantecuhtli puede interpretarse como una admonición, añadida tal vez con propósito cristianizante, de modo parecido a los presagios que hizo transcribir fray Bernardino de Sahagún, ello no invalida que esa respuesta y esos presagios funestos aparezcan como un dramático prólogo en el que se anticipa el fin de Moctezuma y la desgracia de los mexicas.
Llegada de gentes nunca antes vistas
Refieren los testimonios nahuas que poco tiempo después Moctezuma recibió la noticia de que no muy lejos de la orilla del mar, cerca de Mictlancuauhtla, había aparecido una embarcación tan grande casi como un monte. Moctezuma envió entonces a gente de su confianza, entre ella a Cuitlalpítoc, a que observara en la orilla del mar y regresara a informarle de lo que habían visto. Una imagen en la Historia de las Indias… de fray Diego Durán, muestra precisamente a un hombre oculto en lo alto de un árbol que está contemplando la nave en que vienen los españoles.
Al enterarse Moctezuma de que habían llegado gentes nunca antes vistas que “…en las cabezas traian puestos unos paños colorados, como gorros redondos en forma de comales pequeños, y que las carnes de ellos son muy blancas, más que nuestras carnes, quedó cabizbajo y no habló cosa alguna”. Consultó enseguida con algunos sacerdotes acerca de quiénes podían ser esos nunca antes vistos. Preguntó si no eran acaso Quetzalcóatl y sus acompañantes que se sabía iban a regresar en un año 1 caña, que era precisamente el que entonces transcurría.
Los textos nahuas repetidamente dejan ver cuál era el estado de ánimo de Moctezuma. A ello siguió el envío de emisarios con ricos presentes y las noticias con descripciones acerca del aspecto y el comportamiento de los recién llegados. Las dudas dieron lugar a la angustia en el gran señor de Tenochtitlan. El Códice Florentino refiere que, cuando hubo oído a sus mensajeros, “Moctezuma se llenó de gran temor y como que se le amorteció el corazón, se le encogió el corazón... No hizo más que esperar... No hizo más que resignarse. Dominó finalmente su corazón, se recomió en su interior, quedó dispuesto a ver y admirar lo que había de suceder”. Quienes habían aparecido en la orilla del mar en su marcha hacia Tenochtitlan se habían aliado con los tlaxcaltecas y poco después habían llegado a Cholula. Moctezuma, en extremo apesadumbrado, se enteró de la matanza que allí habían perpetrado los recién venidos.
León-Portilla, Miguel, “El ocaso de los dioses. Moctezuma II”, Arqueología Mexicana núm. 98, pp. 61-66.
• Miguel León-Portilla. Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, del Colegio Nacional y de la National Academy of Sciences, E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
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