Orientaciones lunares en la arquitectura maya

Ivan Šprajc, Pedro Francisco Sánchez Nava

La importancia de la Luna en la cosmovisión maya y en la mesoamericana en general está ampliamente atestiguada. Conceptualmente asociada con el agua, la tierra y la fertilidad, la Luna tuvo un lugar destacado en la religión, además de que fue objeto de asiduas observaciones que resultaron en conocimientos muy avanzados sobre las regularidades de su movimiento aparente, incluyendo los patrones de eclipses. No obstante, y pese a los grandes avances en los estudios del significado astronómico de las orientaciones en la arquitectura maya, apenas recientemente hemos podido comprobar que un grupo importante de alineamientos se relaciona con los extremos que alcanza la Luna en el horizonte.

 

Si la observamos en los momentos de su salida o puesta, la Luna cada mes recorre el horizonte entre puntos extremos, que varían en un ciclo de 18.6 años, abarcando ángulos distintos. Las variaciones se deben a que la órbita de la Luna está inclinada respecto a la de la Tierra (eclíptica) por un ángulo de poco más de 5° y que las intersecciones de las dos órbitas (los nodos) se van desplazando a lo largo de la eclíptica. Para el observador en latitudes mesoamericanas esto significa que, mientras que el Sol en los solsticios (22 de junio y 22 de diciembre), cuando alcanza sus puntos extremos de desplazamiento anual a lo largo del horizonte, sale y se pone a unos 24-25° al norte y al sur del este y oeste verdaderos, la Luna en sus extremos llega a los puntos que se encuentran a unos 5° o 6° al norte y al sur de los puntos solsticiales. Es decir, una vez en cada ciclo de 18.6 años, la Luna llega a salir y ocultarse a aproximadamente 30° al norte y al sur de la línea este-oeste; se trata de sus extremos o paradas mayores, cuando el ángulo entre los puntos extremos sobre el horizonte es el más ancho. En los meses y años siguientes este ángulo va disminuyendo hasta volverse el más angosto después de 9.3 años, cuando la Luna alcanza sus extremos menores, situados aunos20°alnorteyalsurdelesteyel oeste verdaderos. A partir de estos momentos, la distancia entre los puntos extremos de sus ortos y ocasos vuelve a crecer y, al transcurrir otro periodo de 9.3 años, pueden observarse nuevamente los extremos mayores.

Recientemente realizamos un estudio sistemático de las orientaciones en la arquitectura maya de las Tierras Bajas. Al analizar los datos, descubrimos que los importantes edificios cívicos y ceremoniales estaban orientados, en su mayoría, hacia las salidas y puestas del Sol en ciertas fechas, cuyo significado puede entenderse en términos agrícolas y en relación con el sistema calendárico formal. Sin embargo, un grupo prominente de orientaciones no pudo relacionarse con el Sol, y tomando en consideración diversas variables que afectan el movimiento aparente de la Luna, pudimos concluir que este grupo marcaba los extremos mayores de este astro.

Un hecho significativo que apoya tal conclusión es que la mayor concentración de las orientaciones de este grupo se encuentra en la costa nororiental de la península de Yucatán, es decir, precisamente en la región conocida por la importancia del culto a la diosa Ixchel, asociada con la Luna. Los edificios orientados de esta manera se localizan en Cobá, Xelhá, Tancah, Tulum, Paamul, El Altar, Recodo San Juan, Xamanhá y Xcalacoco, así como en los sitios de San Gervasio, Buena Vista y La Expedición en la isla de Cozumel. Si bien el culto lunar parece haber sido particularmente importante durante el Posclásico, periodo al que pertenece la mayoría de los edificios en la región, la arquitectura del grupo El Ramonal de San Gervasio sugiere que los alineamientos lunares estaban en uso desde el Clásico, periodo en que fueron construidas las estructuras así orientadas en otras partes del área maya, por ejemplo en Izamal (Yucatán), Nuevo Chetumal, Iglesia Vieja y Lagartero (Chiapas) y Sabana Piletas y Xcalumkín (Campeche). Es interesante que en este último sitio con arquitectura estilo Puuc, donde la orientación hacia los extremos mayores de la Luna se manifiesta en el Edificio Sur de la Colina Noroeste, se localizó una escultura antropomorfa sedente conocida localmente como xnuk (“la vieja”); si se trata de la diosa vieja de la Luna, como es posible suponer, el culto a esta deidad en el sitio sería congruente con la presencia de la alineación lunar.

Llama la atención que los edificios orientados hacia los extremos lunares mayores se encuentran, por lo regular, asociados a los que manifiestan orientaciones solsticiales. Aquí hay que advertir que los extremos lunares ocurren en intervalos de 18.6 años, aunque en esos momentos la Luna no siempre está en la misma fase. Es posible que las más llamativas fueran las salidas y puestas de la Luna llena. Debido a la mecánica celeste, las salidas y puestas extremas de la Luna llena siempre ocurren cerca de los solsticios, cuando también el Sol llega a sus posiciones extremas, pero además se observa un interesante contraste: la Luna llena llega a sus extremos norte siempre cerca del solsticio de invierno, cuando el Sol sale y se pone en su punto más alejado hacia el sur, mientras que cerca del solsticio de verano, cuando el Sol alcanza sus puntos extremos de salida y puesta hacia el norte, la Luna llena sale y se pone en los puntos más alejados hacia el sur. Esto significa –recordando que la Luna llena siempre sale aproximadamente en los momentos de la puesta del Sol y se pone al amanecer– que las posiciones extremas del Sol y de la Luna llena se observan casi simultáneamente en los lados diametralmente opuestos del horizonte, además de que el tiempo durante el cual la Luna llena alumbra la noche es el más largo justamente en la época del año cuando los días son los más cortos, y viceversa; obviamente, el lapso durante el cual la Luna llena permanece arriba del horizonte es particularmente largo o corto durante sus extremos mayores. Son precisamente estas contraposiciones de los dos astros las que probablemente motivaron el interés por los extremos lunares en varias culturas antiguas, en las que la existencia de alineamientos hacia estos fenómenos ha sido demostrada.

La frecuente asociación de las orientaciones solsticiales con las que corresponden a los extremos mayores de la Luna sugiere, por lo tanto, que estos fenómenos se observaban durante el plenilunio. Los alineamientos lunares y solsticiales se encuentran juntos en San Gervasio, Buena Vista, Xelhá, Tancah, Tulum, El Altar, Xamanhá, Xcalacoco, Lagartero e Iglesia Vieja. Nuestros datos sugieren que las orientaciones lunares eran funcionales predominantemente hacia el poniente, marcando los extremos máximos norte, mientras que los alineamientos solsticiales asociados registraban, en la mayoría de los casos, las salidas del Sol más alejadas hacia el sur, en el solsticio de diciembre. Más aún, en Palenque, Chiapas, la orientación de un solo edificio –el Templo de la Cruz– parece haber marcado ambos fenómenos: el solsticio de diciembre en el horizonte oriente y el mayor extremo norte de la Luna en el poniente.

No obstante, la disposición de algunos edificios en San Gervasio sugiere un esquema observacional diferente; también para las estructuras 21 y 25 de Tulum podemos ofrecer interpretaciones alternativas. Los dos casos se discuten más detalladamente a continuación; pero antes de hacerlo, cabe advertir que entre las orientaciones estudiadas también encontramos un número considerable de las que son compatibles con los extremos lunares menores. Sin embargo, la relación de estas orientaciones con la Luna es menos evidente que la de aquellas que apuntan a los extremos mayores, ya que su otro referente celeste podría haber sido el Sol.

 

Ivan Šprajc. Arqueólogo, doctor en antropología por la UNAM. Investigador del Centro de Investigaciones de la Academia Eslovena de Ciencias y Artes (ZRC SAZU), Ljubljana.

Pedro Francisco Sánchez Nava. Arqueólogo, doctor en antropología por la ENAH. Coordinador Nacional de Arqueología del INAH.

 

Šprajc, Ivan, Pedro Francisco Sánchez Nava, “Orientaciones lunares en la arquitectura maya”, Arqueología Mexicana núm. 143, pp. 76-83.

 

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