Linda R. Manzanilla
Al parecer, Teotihuacan estaba dividida en cuatro distritos: noreste, noroeste, sureste y suroeste, y en cada distrito estaban los barrios, las unidades sociales más dinámicas de la sociedad teotihuacana. Alrededor de los centros de barrio se disponían los conjuntos de departamentos, y por primera vez se encuentran viviendas multifamiliares en Mesoamérica. Se supone que lo que reunía a varias unidades domésticas en un espacio rodeado por un gran muro, sin conexión con el exterior urbano más allá de los accesos, era alguna actividad común que podían ofrecer también al barrio.
Las viviendas de la Mesoamérica antigua eran de tres tipos:
1) Las chozas de familias nucleares, que generalmente eran construcciones de unos 25 m2, de espacio techado, con una separación de áreas funcionales femeninas y masculinas. El área inmediata exterior contiene información funcional de actividades externas complementarias, generalmente almacenamiento, desecho, cría de animales domésticos, trabajos que requieran mucha luz.
2) Los solares y viviendas de familias extensas, generalmente dispuestas alrededor de un patio central. Por lo regular se compartían las áreas de culto a los ancestros, y constituían lo que Kulp denominó “familia ritual”.
3) Los conjuntos departamentales de familias independientes que comparten un espacio doméstico complejo, circundado por un muro. De éstos hablaremos a continuación. En los sitios del Preclásico de la Cuenca de México y en los Valles Centrales de Oaxaca predominan las chozas de familias nucleares. Observamos en estos sitios que varias viviendas de familias nucleares se encuentran alrededor de patios comunes, lo que nos lleva a pensar en los vínculos que esas diversas unidades domésticas podrían haber tenido.
Los barrios
Durante el Clásico, y particularmente desde 200 d.C., surgió la gran urbe de Teotihuacan, una metrópoli de 20 km2 de extensión, hecho que la hace una de las más grandes entre las ciudades preindustriales. Tenía una traza urbana ortogonal, que no es común, y que sirvió para dar orden a la diversidad que subyace a su población multiétnica. Al parecer estaba dividida en cuatro distritos: noreste, noroeste, sureste y suroeste, y en cada distrito estaban los barrios, que son las unidades sociales más dinámicas de la sociedad teotihuacana. Los barrios tenían centros de coordinación y estaban administrados por nobles que competían para traer las materias primas y productos suntuarios más vistosos y exóticos.
Alrededor de los centros de barrio se disponían los conjuntos de departamentos, y por primera vez se encuentran viviendas multifamiliares en Mesoamérica. Sin embargo, el análisis que hicimos de un conjunto de departamentos periférico de Teotihuacan (Oztoyahualco 15B:N6W3) reveló que las tres familias que vivieron en él no compartieron la cocina (la “familia económica” según Kulp) ni el altar de los ancestros (la “familia ritual” según Kulp). Eran familias independientes, cada una con su cocina, su almacén, sus pórticos de trabajo, sus cuartos-dormitorio, sus patios de servicio, sus traspatios para concentrar desechos y su patio ritual donde veneraban a la deidad patrona familiar.
Por lo tanto, suponemos que lo que reunía a varias unidades domésticas en un espacio rodeado por un gran muro, sin conexión con el exterior urbano más allá de los accesos, era alguna actividad común que podían ofrecer también al barrio. En cada barrio probablemente había alfareros, talladores de obsidiana, estucadores, etc., lo cual revela que no existían barrios gremiales sino unidades sociales más o menos autónomas.
Los cerca de 2 200 conjuntos habitacionales registrados en el mapa de René Millon seguían la traza ortogonal y generalmente constaban de varios cuartos en diversos niveles, dispuestos en torno a espacios abiertos (patios rituales, patios de servicio, áreas de desecho, impluvia y tragaluces). Variaban en tamaño: los había muy grandes, de más de 3 500 m2 (como Tlamimilolpa o el palacio de Zacuala), otros de tamaño medio, alrededor de 2 280 m2 –como Xolalpan o Tlajinga 33–, y unos más pequeños, entre 280 y 550 m2 –como Oztoyahualco 15B. Al paso del tiempo, estos conjuntos domésticos experimentaron modificaciones, como bloqueos de ciertos espacios de circulación o acceso a cuartos.
La excavación extensiva de Teopancazco nos reveló que conjuntos arquitectónicos que, en apariencia, podrían ser conjuntos de departamentos, eran en realidad centros de coordinación de un barrio, ya que sus plazas de congregación eran patios mucho más grandes que aquéllos de las residencias multifamiliares. Un gran templo dominaba el espacio ritual. Contaban con hileras de cocinas y almacenes en la periferia, en lugar de tenerlas dispersas en los apartamentos de cada familia. En general no había muchas evidencias de actividades domésticas en su interior, sino sólo relacionadas con el ritual y la producción artesanal especializada, entre otras.
Los conjuntos habitacionales y la flora y la fauna
Para el Clásico, podemos decir que la subsistencia relacionada con la flora en los conjuntos habitacionales teotihuacanos se vinculaba con el maíz, el amaranto, el frijol (tanto vulgar como ayocote), las calabazas (hasta cuatro variedades), el chile, las quenopodiáceas (huauhzontle, epazote), los quelites, la verdolaga, el tomate, los cactos (tuna, biznagas), el tejocote y el capulín. Otras plantas, como el zapote blanco (Casimiroa edulis), posiblemente fueron aprovechadas medicinalmente.
En general, los teotihuacanos tuvieron un acceso similar a la flora, si bien Tetitla destaca como el conjunto más rico en especímenes botánicos. Había alguna flora alóctona que se importaba, como el tabaco que se encontraba en San Antonio Las Palmas, el aguacate en Teopancazco, el algodón y las malváceas en Tlamimilolpa, Teopancazco, Tetitla y Tlajinga 33, hecho que probablemente sugiere un acceso diferencial a ciertos recursos botánicos asociados con las ramas de la manufactura y el consumo ritual. Además está la representación de árboles de cacao en el muro este de Tepantitla.
Los restos de fauna indican que la subsistencia dependía de diversas especies de conejo y liebre, venado, perro y guajolote, que se complementaba con aves acuáticas y peces de agua dulce. Se criaban perros (que se aprovechaban para la alimentación, el ritual y la manufactura: sus huesos se convertían en instrumentos y algunas partes faciales se utilizaban en tocados), guajolotes (los huevos y la carne servían como alimento, los huesos, para hacer instrumentos, las patas en el ritual, y probablemente las plumas en los atuendos) y en ocasiones conejos (en Oztoyahualco 15B:N6W3 se utilizó este animal como dios patrono de una de las familias).
Las aves variaban según el conjunto habitacional y el uso que se les daba. En general predominaba el guajolote, como animal doméstico. En Tlajinga 33 se detectaron huesos de codorniz y paloma y huevos de guajolote.
Para la fase Xolalpan (350-550 d.C.), Starbuck sugiere que había problemas en la distribución de carne debido a la presión de la población (hecho al cual se atribuye el consumo de peces de agua dulce y de huevos de guajolote en Tlajinga 33), aunque esto no es palpable en poblaciones de clase baja, como la de Oztoyahualco 15B:N6W3, cuya dieta (como lo indican la flora y la fauna localizadas en el sitio, los restos óseos y los estudios isotópicos) parece haber sido bastante equilibrada. Uno de los efectos del colapso de Teotihuacan (entre 500 y 600 d.C.) fue la desaparición de un sistema de abasto que aún estamos lejos de comprender a cabalidad, pero que seguramente involucraba una participación muy activa de las “casas” importantes que regían la estructura administrativa de los barrios; quienes controlaban las redes del barrio eran familias de la elite intermedia.
Cuando tomamos en consideración la presencia o la ausencia de recursos botánicos y de fauna, así como las materias alóctonas, concluimos que las diferencias en el acceso a los recursos entre los conjuntos habitacionales son leves, ya que todas las familias, independientemente de su posición social, tenían acceso a los mismos recursos pero en distintas proporciones. Parece haber habido toda una gama de posibilidades socioeconómicas, sin distinciones tajantes entre las clases sociales pero dentro de una estructura jerarquizada, incluso en los mismos conjuntos multifamiliares.
Linda Manzanilla R. Arqueóloga, maestra en ciencias antropológicas y doctora en egiptología. Investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional.
Manzanilla R., Linda, “Los conjuntos departamentales teotihuacanos”, Arqueología Mexicana núm. 140, pp. 53-60.
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