David Robichaux
Los rasgos del sistema familiar mesoamericano que favorecen a los varones en la herencia de la tierra, y entre éstos al ultimogénito o hijo menor en la de la casa, se encuentran en toda el área mesoamericana. Se plantea aquí la hipótesis de que las unidades multifamiliares descritas hoy y en el pasado pueden indicar una larga continuidad en la organización familiar.
La diversidad lingüística de Mesoamérica contrasta con la sorprendente ubicuidad de unidades residenciales complejas según lo muestran la etnografía y la arqueología. Esto, además de la mención de conjuntos residenciales multifamiliares y “grupos de patio” en los documentos del siglo XVI, plantea la pregunta de posibles continuidades. Los materiales con que trabajan los arqueólogos no permiten saber cómo se conformaron dichos grupos, pero las observaciones etnográficas y la etnohistoria muestran que es el lazo patrilineal el que predomina en el parentesco de sus miembros. El objetivo de este trabajo es destacar la presencia de un particular sistema familiar, cuyos rasgos han sido descritos en toda el área mesoamericana, y poner a consideración la posibilidad de un origen muy antiguo.
Desafíos conceptuales y datos etnográficos
Abordar el tema de las unidades residenciales en la Mesoamérica antigua y contemporánea resulta complicado por varias razones. Los términos empleados para describir los grupos domésticos, “familias” y grupos locales de parentesco suelen ser polisémicos, lo que dificulta las comparaciones en el tiempo y el espacio. El ejemplo más claro es “familia”, que utilizamos para referirnos a al menos tres tipos de grupo: los parientes que comparten una vivienda, nuestros descendientes y también a un grupo más amplio que no vive bajo el mismo techo pero que reconoce un ascendente común. Lo mismo sucede con el término household, empleado por arqueólogos y antropólogos anglófonos y que se puede traducir como “hogar”, “familia residencial”, “grupo doméstico” o “unidad doméstica”. Esta palabra puede denotar un “tener en común” de sus habitantes, pero también se ha usado para referirse a la casa misma y hasta a los que producen en común, aun para aquellos que no comparten la misma vivienda. Para los no antropólogos puede resultar sorprendente que estos temas fueran tradicionalmente poco tratados por la antropología. Esta pauta fue establecida desde 1871 por L.H. Morgan, el iniciador de los estudios de parentesco. Sus planteamientos privilegiaban la terminología, es decir, cómo las personas de las distintas sociedades denominaban a sus parientes. Para Morgan, los términos parentales actuales de una sociedad implicaban formas familiares pretéritas y, de ahí, constituían una pista para conocer el proceso de evolución. Además, como esta teoría asociaba la familia nuclear con las sociedades occidentales y el propósito de la antropología era estudiar las formaciones sociales pre-estatales, los conceptos para tratar este tipo de unidades no se desarrollaron.
No obstante esta peculiar definición del parentesco, al comenzar a realizar trabajo etnográfico en el área mesoamericana a partir de la década de 1920, los antropólogos hicieron descripciones de los grupos domésticos, aunque de manera muy escueta. También destacaron la presencia de grupos localizados de parentesco cuyos miembros eran emparentados por el lazo patrilineal, observable porque los jefes de casa portaban el mismo apellido. A pesar de ello, por la influencia de Morgan, algunos recurrieron a la terminología para sostener que el “sistema de parentesco” (léase terminología de parentesco) no mostraba indicios de la existencia previa de clanes. Se llegó a creer que la conquista había arrasado con las formas nativas de organización, imponiendo la familia nuclear europea como la unidad básica de residencia en Mesoamérica.
Pero para dar cuenta de prácticas como la residencia post-marital virilocal (patrilocal) y las agrupaciones locales basadas en los lazos patrilineales que fueron sistemáticamente reportados, se calificaron el parentesco y la familia en el área mesoamericana como “bilateral con un sesgo patrilineal”. La misma designación “bilateral” era una referencia a la terminología e indica que en ésta, al igual que en el náhuatl, el castellano y el inglés, no se hace distinción alguna entre parientes maternos y paternos. Se insistía en esta categoría bilateral ya que en la teoría de Morgan los sistemas terminológicos bilaterales se asocian con la familia nuclear, que los antropólogos supusieron fue producto de una aculturación fulminante en el área mesoamericana.
Mis investigaciones en una población de origen nahua de Tlaxcala, que incluían la observación y el levantamiento de mi propia estadística, junto con una revisión casi exhaustiva de la bibliografía relativa a las costumbres de residencia post-marital y la herencia de la casa y de la tierra, muestran una sorprendente uniformidad en casi toda el área comúnmente definida como Mesoamérica. Estas prácticas incluyen la herencia de la casa por el ultimogénito y constituyen la causa de la constante mención de agrupaciones de viviendas cuyos jefes están emparentados por el lazo patrilineal. Debido a la ubicua presencia de este conjunto de rasgos, que operan como un proceso y ameritan una designación propia, he propuesto el término “sistema familiar mesoamericano”. Puesto que sus rasgos no se asemejan a los sistemas familiares etnográficamente conocidos en la península ibérica y aparecen en toda el área mesoamericana, surge la pregunta de saber si no se trata de un fenómeno muy antiguo.
David Robichaux. Maestro en antropología social por la Universidad Iberoamericana y doctor en etnología por la Universidad de París X. Ha publicado numerosos capítulos de libros y artículos sobre la familia y los grupos domésticos en México y el extranjero. Desde 1977 ha colaborado en el Programa de Antropología Social de la Universidad Iberoamericana, donde es profesor-investigador emérito.
Robichaux, David, “Familias residenciales y grupos locales de parentesco en Mesoamérica hoy”, Arqueología Mexicana núm. 140, pp. 76-80.
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