Spa: Salute per Aqua, el temazcalli

Xavier Lozoya

 

El ser humano aplica a iguales estímulos y  necesidades la misma ecuación mental; ello porque los hombres poseen idéntica estructura biológica en el cerebro. De ahí que todas las civilizaciones lleguen a elaborar abstracciones intelectuales similares, sobre todo en el terreno de la medicina.

 

Para los antiguos mexicanos el baño de vapor era mucho más que un procedimiento curativo: formaba parte de una tradición más compleja respecto a la costumbre de cuidar, estimular y disfrutar el cuerpo.

 

Que el baño de vapor sea un recurso tanto terapéutico como ritual en las culturas que lo utilizan prueba, una vez más, que el ser humano es el mismo en todas las latitudes. Primero está la necesidad fisiológica de estimular el cuerpo con e l agua caliente, para acelerar la circulación sanguínea, dilatar los vasos e incrementar el metabolismo celular, inducir la secreción de hormonas, neurotrasmisores, prostaglandinas y endorfinas, y después de producida la compleja respuesta biológica viene la elaboración del pensamiento que convierte esta necesidad en una costumbre, engalanándola con el ritual para, finalmente, desencadenar ese comportamiento lúdico, llamado mito, ¡que ramo gusta al Homo sapiens sapiens!

 

Los orígenes en disputa

Al estudiar el origen del temazcalli, Gabriel Moedano nos ha dicho que en los años sesenta del siglo XX Paul Kirchhoff, Paul Rivet e Ivan Lopatin, entre otros, estudiaron el baño de vapor de diferentes culturas y constataron las grandes semejanzas que hay en su significado ceremonial y terapéutico. Esto los llevó a suponer la existencia de un origen común de esta tradición en el mundo, que debía explicar la presencia ancestral del baño de vapor en poblaciones, tan alejadas unas de las otras, como las de Rusia, Dinamarca y Suecia de las de Canadá, Estados Unidos, México, Perú, Brasil e Isla de Pascua, por un lado, y las de China, Japón, Filipinas o Madagascar, por el otro. Aquellos investigadores, eurocéntricos por deformación, terminaron por tejer una teoría que les h izo suponer, erróneamente, que alguien en particular había llevado a todos los rincones del mundo el uso del agua caliente, pues si no, pensaban, ¿cómo se explica que todos lo usen para lo mismo?, ¿a quién le debemos la invención del baño de vapor? En su sesuda investigación terminaron por afirmar que calentar las piedras para que salpicadas de agua se produzca vapor era un descubrimiento que se remontaría al ingenio del hombre de la Edad de Piedra o sus alrededores, pero al no estar interesados en la raíz biológica de las tradiciones medicinales, para ellos lo importante era determinar ¿las piedras de dónde? o ¿la ingeniosa superioridad de quién? Concluyeron que el baño de vapor se había originado exactamente entre el Golfo de Bothnia y el Golfo de Finlandia (en épocas de la Edad de Piedra) y que de ahí había sido introducido a América por  inmigrantes "nórdicos", a través de Islandia, unos 10 000 años antes de Cristo. Otros estudiosos del mismo tema consideraron que la presencia del baño de vapor en Europa era el resultado de la influencia de las culturas de Asia, y sugirieron que el "baño turco" era el origen, y  que siendo una tradición de los pueblos del Medio Oriente había sido adquirida por la medicina grecolatina (salute pera qua) en el muy lejano pasado y de ahí difundida a todos los pueblos de la cultura occidental con herencia romana. En tal caso, esta hipótesis basada en la imposición explica el poco gusto que sienten los europeos, en general, por el baño. En fin, que nadie ha podido atribuirse la paternidad o maternidad del baño de vapor que, hoy sabemos, ha sido utilizado con propósitos medicinales de igual manera por los botocudo y los puri del Brasil que por lo cherokees y creeks de Norteamérica o los mayas de Tikal o los shamanes de Siberia o los germanos de Baden o los ingleses de Bath o los mexicanos de Chapultepec.

 

 

Xavier Lozoya. Médico, investigador de plantas medicinales y fitomedicamentos. Instituto Mexicano del Seguro Social

 

Lozoya, Xavier, “Spa: Salute per Aqua, el temazcalli”, Arqueología Mexicana núm. 74, pp. 54-57.

 

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