Aunque las fuentes describen esas celebraciones para la Cuenca de México, dejan ver que se efectuaban en todo el altiplano: “El mesmo día que se hacía la fiesta de este volcán en México y en toda la tierra”, “universalmente se hacía”; de hecho, a tepeílhuitl le llamaban también “Coaylhuitl”, “fiesta general de toda la tierra” (Durán, 1951, pp. 204, 206, 295), así que el valle de Puebla habría compartido esta tradición y, justo en él, la arqueología muestra lo que pudieran ser sus raíces. Tenía razón fray Diego Durán (1951, p. 204) al decir que las faldas del Popocatépetl estaban “pobladísimas de gente y lo estuvieron siempre”, pero ni él habrá tenido idea de la dimensión temporal de ese “siempre”, ni fray Juan de Torquemada (1969, p. 279) de la longevidad de esta costumbre cuando aseveró que
...los Antiguos indios de esta Tierra, dejaron persuadido a sus sucesores, que en los Montes, y Sierras mas altas, y empinadas... moraban unos Dioses... que fácilmente se enojaban con los Hombres, y los castigaban... y por aplacar su ira, inventaron, y ordenaron esta tan celebre Fiesta.
En la falda oriental del Popocatépetl se ha registrado ocupación desde 800 a.C., hasta que una descomunal erupción en el siglo I d.C. sepultó al área con hasta 2 m de piedra pómez. Una de las aldeas afectadas fue Tetimpa, en donde 29 casas exploradas han aportado detallados datos sobre la vida rural de inicios de nuestra era. Cada vivienda tenía al centro del patio un adoratorio cuyo común denominador es una chimenea que perfora el piso y da a una cámara de combustión para emular las fumarolas del volcán. A veces el tiro nada más se cubría con una piedra simple o labrada, pero muchos adoratorios reproducían no sólo el cráter, sino a la montaña en sí, en una maqueta de piedra y lodo, con una o dos chimeneas con tapas de esculturas antropo o zoomorfas. Las ofrendas en los adoratorios se hacían en vasijas pequeñas y las piedras sacras eran “alimentadas” con un pigmento rojo . Además de su dedicación al volcán, ciertos rasgos de los adoratorios les vinculan también con los ancestros, como los grupos de guijarros colocados junto a ellos que aparecen también en las sepulturas.
Uruñuela y Ladrón de Guevara, Gabriela, Patricia Plunket Nagoda, “Las maquetas de montes-deidades de amaranto del Posclásico. ¿Una tradición ancestral?”, Arqueología Mexicana núm. 138, pp. 40-45.