El vivario de Tenochtitlan, espacio comúnmente llamado “zoológico de Moctezuma”, es conocido gracias a las narraciones de los conquistadores españoles. Hasta hace pocos años, la evidencia arqueológica sobre ese lugar era escasa y brindaba poca información; sin embargo, gracias a los recientes hallazgos del Proyecto Templo Mayor, ahora se conocen aspectos concretos sobre su funcionamiento. Los animales que ahí se mantenían en cautiverio abarcaban una gran diversidad de especies, de las que los tenochcas obtenían tanto materiales suntuarios como ejemplares que servían como dones en los rituales que se celebraban en el recinto sagrado.
Los vivarios en la concepción histórica
La palabra “vivario” deriva del latín vivarium que literalmente significa “lugar de vida”. Se utiliza por lo general para referirse a un área delimitada en la que se confina a un grupo de seres vivos con la finalidad de cuidarlos y criarlos. En el presente texto nos referiremos con ese término exclusivamente a las áreas en las que el hombre mantenía fauna en cautiverio.
En las grandes ciudades de la antigüedad, los jardines botánicos y los vivarios, en conjunto con los recintos palaciegos, formaban parte de las estructuras arquitectónicas donde habitaban las elites. Testimonios al respecto han sido documentados en Egipto, Mesopotamia, Roma y Asiria, y mucho después en los reinos de España e Inglaterra. Tales vivarios se caracterizaban por reunir especies exóticas y de difícil adquisición; en ellos, los animales solían utilizarse como medios de diversión y deleite visual.
El vivario de Tenochtitlan tuvo además otro tipo de funciones. A partir de las fuentes históricas de los siglos XVI, XVII y XVIII, del análisis de los recientes hallazgos arqueológicos realizados por el Proyecto Templo Mayor, podemos afirmar que las especies que ahí mantenían los mexicas no eran exclusivamente para el goce de los moradores del palacio y sus visitantes, sino que formaban parte de una red muy importante para el abastecimiento de objetos de uso ritual. En ese lugar, los maestros artesa nos que formaban parte de la corte obtenían plumas, pieles y huesos para elaborar bienes de prestigio. Pero, como ya señalamos, lo más relevante era el cuidado de los ejemplares que se ofrendaban completos en los depósitos rituales del recinto sagrado.
Las casas de los animales desde la mirada de los conquistadores
Los soldados y frailes europeos, fascinados por la capital mexica, se dieron a la tarea de describir puntualmente las costumbres y la vida cotidiana de sus habitantes, así como el ambiente urbano y sus principales edificios. Gracias a esas crónicas, hoy contamos con información de primera mano para describir los sitios reservados al resguardo de especies faunísticas.
Al arribo de los españoles en 1519, Tenochtitlan contaba al menos con dos espacios destinados a albergar animales: el vivario y el aviario. Al primero, los informantes indígenas de fray Bernardino de Sahagún lo llamaban Totocalli, que literalmente significa “la casa de las aves”, pero los cronistas europeos, al alojar también otro tipo de animales, lo llamaron “la casa de las fieras”. De acuerdo con el mapa de Tenochtitlan publicado en Nuremberg en 1524 y atribuido a Hernán Cortés, el vivario se ubicaba cerca del palacio de Motecuhzoma Xocoyotzin y a espaldas del recinto sagrado. En dicho mapa, el lugar aparece indicado en un recuadro dividido en ocho secciones. Curiosamente, los animales allí representados esquemáticamente coinciden en número y, en algunos casos, en forma con los que muestra una escena del Códice Florentino, de la cual hablaremos más adelante.
Al interior del recuadro están dibujadas cinco aves. En las esquinas de la hilera superior (1 y 3) se observan dos pájaros de características similares: pequeñas, con pico poco pronunciado y cuello corto. A la izquierda, en el rectángulo grande (2), se observa un ave esbelta, con las patas largas y el pico prominente. En la esquina inferior derecha (5) se reconoce un ave con plumajes de diversos colores, y en el recuadro que se encuentra arriba de éste (4) figura lo que pareciera corresponder a un avecilla, aunque la imagen no es tan clara como en los casos anteriores. Asimismo, en la columna central, en el recuadro inferior y en el de en medio (6 y 7), se distinguen dos cuadrúpedos. Finalmente, en el cuadro superior de esa columna central (8) se perciben dos personas que bien pudieran corresponder a los “hombres y mujeres monstruos” a que se refiere Cortés en la segunda carta que mandó al rey de España: el personaje de la izquierda tiene tres brazos, mientras que el otro personaje parece carecer de esas extremidades.
En contraposición al vivario y al oeste del recinto sagrado, se encontraba el aviario, área al parecer destinada exclusivamente al cautiverio de aves. Estaba contiguo a las casas viejas de Axayácatl, que tras la Conquista pasaron a formar parte de las propiedades de Hernán Cortés. Posteriormente, el terreno que ocupó el aviario fue cedido a los franciscanos para que asentaran ahí su segundo convento, con el fin de que pudieran permanecer cerca de los asentamientos indígenas. Del espacio que ocupó el aviario, hoy día sólo son visibles los vestigios del templo y el ex convento franciscano y la moderna Torre Latinoamericana. De acuerdo con los escritos históricos, el vivario llegó a albergar anfibios, reptiles, aves y mamíferos, cuyos ejemplares se mantenían en diferentes ambientes. En una parte había cántaros, vasijas o tinajas con tierra o agua donde reposaban serpientes y culebras. En jaulas muy altas, confeccionadas con barrotes de madera, se hallaban dispuestas las aves de presa. Cortés describe de forma detallada esos encierros y señala que en su interior se colocaban dos perchas: una en una parte techada y la otra bajo una cubierta de red. Tal diseño facilitaba que las aves se resguardaran de la lluvia, pero también que pudieran tomar el sol. En otro lado, en cuartos bajos e individuales, hechos con maderos grandes y gruesos, estaban los mamíferos.
Estas descripciones nos evocan, sin lugar a dudas, la distribución de los compartimientos de encierro de los zoológicos actuales. Tal semejanza fue la que llevó al biólogo Rafael Martín del Campo en 1943 a identificar el vivario de Tenochtitlan como un verdadero zoológico.
Desde entonces, el apelativo “zoológico de Moctezuma” se ha generalizado, pese a que propósitos y funciones de los espacios modernos no coinciden con los de la antigua Tenochtitlan. En concreto, los zoológicos de hoy día se rigen bajo normas específicas derivadas de cuatro metas principales: la conservación, la educación, la investigación y la recreación. En estos centros se estudian temas relacionados con la genética, la alimentación y el comportamiento de los animales. En contraste, el vivario de animales de Tenochtitlan, si bien servía para el deleite del soberano, su corte y sus invitados, tenía como función principal abastecer a los artesanos y a los sacerdotes de animales completos que eran sacrificados y ofrendados; tal como hoy los hemos encontrado en las excavaciones arqueológicas del Templo Mayor.
En lo que respecta al aviario de Tenochtitlan, la información con la que contamos es más escasa. Se sabe que allí habitaban aves acuáticas. Quizás ahí era donde se encontraban los estanques construidos de tezontle posiblemente recubiertos con cal, que eran rellenados con agua salada o dulce, dependiendo del tipo de ave, ya que al parecer se procuraba recrear las condiciones de los hábitats originales.
Sobre la fauna cautiva en el vivario, sabemos que era traída desde los diversos confines del imperio como producto del comercio, el tributo o los regalos. En los documentos históricos se hace referencia a la existencia de pequeños anfibios (ranas y sapos), reptiles (culebras y serpientes), aves (rapaces pequeñas, gavilanes, halcones y águilas); sobresale entre esas especies el águila real, a la cual Francisco Cervantes de Salazar, cronista español del siglo XVI , describe como un ave de “deformes garras y pico”. También se mencionan algunos mamíferos (zorros, jaguares, pumas y lobos).
En la escena del Códice Florentino que acompaña la descripción del Totocalli, fueron ilustradas cinco aves y dos mamíferos, y en la esquina inferior derecha se distingue al cuidador o tal vez a un artesano, pues es sabido que ambos grupos residían en ese recinto. Las aves que aparecen en la fila inferior son un águila de plumaje café oscuro y tres papagayos, representados por pericos y guacamayas (toznene , cochome y alome ), que eran especialmente apreciados por sus plumajes verdes, rojos y amarillos. En la fila superior se observa un tlauhquéchol o espátula rosada. Todas esas especies eran muy valoradas por los amantecas, es decir, por quienes se dedicaban a la elaboración de objetos de pluma. En cuanto a los mamíferos, el de piel manchada corresponde a un jaguar, mientras que el otro ha sido identificado como un lobo.
En las narraciones de los cronistas se hace referencia a animales que consideramos improbable que vivieran en esos recintos, como osos, bisontes y puercos monteses (quizás pecaríes), entre otros, ya que hasta la fecha no se han reportado los restos en las excavaciones arqueológicas.
Sin duda, los datos históricos son abundantes; durante mucho tiempo fueron la única fuente de información relacionada con el cautiverio de animales en Tenochtitlan. No obstante, los registros arqueológicos nos permiten ahondar ahora en este tema, pues su análisis ha arrojado datos reveladores sobre la diversidad de especies y el trato que recibían.
Israel Elizalde Mendez. Arqueólogo por la ENAH y miembro del Proyecto Templo Mayor desde 2009.
Elizalde Mendez, Israel, “Los animales del rey. El vivario en el corazón de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana núm. 150, pp. 77-83.
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