La transmisión del conocimiento de una generación a otra es esencial para la reproducción de una sociedad. La lengua que permite entender el mundo, las costumbres que propician, y moderan, las relaciones interpersonales, los saberes que permiten el diario sustento son, como muchos otros, conocimientos que se adquieren paulatinamente en el día a día, sobre todo en el ámbito familiar. Éste era el caso de la sociedad mexica, en la que durante la infancia la educación primera recaía en la familia. Estaba establecido que era responsabilidad de los padres que sus vástagos aprendieran adecuadamente ciertas tareas que se consideraban propias de su género, además de ciertas normas de conducta, como lo muestran los cruentos castigos a los infantes que no las cumplían. Así que no es casual que en la parte dedicada a este tema, en el Códice Mendoza se incluya lo mismo información sobre la enseñanza que recibían los niños en la escuela que la que tenían en casa. Respecto a ésta, se indican las actividades que tenían que aprender bajo la supervisión del padre, en el caso de los varones, y de la madre, las mujeres.
Al parecer esta educación comenzaba a los tres años, cuando el niño recibía principalmente indicaciones sobre cómo comportarse y vestirse. A partir de los cuatro años las instrucciones eran sobre cómo realizar pequeñas tareas, claramente diferenciadas en función del género. El niño aprendía a hacer diligencias como traer agua. Las niñas empezaban a aprender el oficio femenino por excelencia, el tejido. A esta edad comenzaban a familiarizarse con las fibras de algodón y los instrumentos propios del hilado.
Es curioso que en cada uno de los momentos en la educación de los infantes que se registran en el Códice Mendoza se indica también la ración de tortillas a que eran acreedores si cumplían bien sus tareas. También se indica la manera en que debían vestirse en cada etapa, en la que se nota una gradual adopción de las prendas propias de los adultos.
Los castigos
La educación entre los mexicas era especialmente severa. No sólo en las escuelas se imponía una estricta disciplina y se daban duros castigos, lo mismo ocurría en casa. El Códice Mendoza contiene una elocuente descripción de esos castigos, incluso con indicaciones de la edad que tenía quien lo mereciera.
• 8 años. Si el niño mentía se le amenazaba con castigarlo con púas de maguey, las que se ponían frente a él. Lo mismo ocurría con las niñas.
• 9 años. Si el niño incurría en faltas, como hacer mal algo o ser flojo, se le ataba de manos y pies y su padre lo punzaba con espinas de maguey en distintas partes del cuerpo. El castigo a las niñas de esta edad era más moderado pues sólo se les pinchaban las muñecas.
• 10 años. Los niños, al igual que las niñas, eran castigados con azotes y amarrados de las manos.
• 11 años. En el más duro de los castigos, el niño era obligado a inhalar el humo de una hoguera de chiles. Al parecer lo mismo ocurría con las niñas, aunque la viñeta correspondiente en el Códice Mendoza sólo muestra que la madre la amenaza con eso.
• 12 años. El niño desnudo es atado de manos y pies, y se le deja acostado todo el día sobre el suelo mojado. La niña es castigada obligándola a barrer por las noches, tanto su casa como la calle.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique, “La educación de los niños”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 75, pp. 40-43.