Otontecuhtli Xócotl. Sus distintas advocaciones
En la escritura mesoamericana, por lo menos en la del Centro de México, las palabras se expresaban por medio de ideogramas. Las unidades territoriales se representaban gráficamente mediante alguna característica o cualidad del lugar: geografía, actividades, clima, jerarquía territorial, vegetación, en fin, atributos que a simple vista remitían al lector de la escritura ideográfica a algún rasgo distintivo. El nombre propio de un lugar es un topónimo, aunque no todos los topónimos prehispánicos pueden ser entendidos a primera vista, pues en ocasiones están formados por elementos simbólicos y es menester darse a la tarea de interpretarlos. Tal es el caso que discuto aquí. Mi pregunta inicial fue: ¿por qué el topónimo de Xocotitlan aparece representado por una deidad, Otontecuhtli Xócotl, y no por su significado en lengua náhuatl: “entre la fruta”? Dejo al lector que sea quien juzgue mi interpretación.
En el Códice Mendoza, los pueblos sometidos por la Triple Alianza (confederación formada por Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan desde 1428 d.C.) aparecen representados mediante el dibujo de su topónimo. Como en la pictografía y en la fonética, la escritura ideográfica encerraba un significado en cada signo o en cada trazo, cuya interpretación es sustancial en el estudio de las distintas culturas prehispánicas. En el caso de los otomianos (otomíes, mazahuas y matlatzincas) del valle de Toluca, en el Altiplano Central, tenemos a manera de ejemplo el topónimo de Xocotitlan, en el actual estado de México, que formaba parte de la provincia de Mazahuacan o Xocotitlan. La traducción directa del náhuatl del glifo de Xocotitlan es “entre la fruta”, por lo que, de ser rigurosos, en el folio 35r del Códice Mendoza donde se le representa debería aparecer el dibujo de un fruto, lo cual no ocurre. No obstante, en el mismo folio está dibujado el topónimo del pueblo Zumpahuacan, cuyo significado en náhuatl es “lugar donde tienen percha de calaveras”, zompantli, y en este caso, contrariamente al anterior, la representación gráfica corresponde a la traducción literal del topónimo. Por ello, cabe preguntarse, ¿por qué Xocotitlan aparece representado con la figura de un personaje o una deidad y no de un fruto?, ¿a quién representa dicha figura?, ¿qué importancia pudo tener entre los grupos otomianos del Centro de México? Trataré de responder a estas cuestiones y, para empezar, hablaré sobre el desdoblamiento de las deidades, tan característico de la concepción religiosa mesoamericana.
Las advocaciones de los dioses
Los antiguos mexicanos pensaban que los dioses podían desdoblarse en diferentes advocaciones, lo que les permitía estar simultáneamente en múltiples lugares, como lo expresa Alfredo López Austin [...]
La característica de los dioses de poder dividirse se expresa claramente en muchos ejemplos. Íztac Mixcóatl, considerado como dios creador de distintos pueblos, entre los otomíes también era dios agüero y dios patrono, aunque equivalente también al que llamaban Otontecuhtli Xócotl, según Pedro Carrasco. Además, este dios era advocación de Huehuetéotl, dios viejo y del fuego (Soustelle, 1993, p. 536), divinidad que aparece con frecuencia en Teotihuacan, aunque su origen se remonta hasta Cuicuilco, donde representaba al volcán Xitle. De esta forma, como tenían la propiedad de desdoblarse, los dioses adquirían diferentes nombres: Otontecuhtli también era Ocoteuctli, Xócotl y Cuécuex. Ocoteuctli es el “señor de la tea” o “señor del pino”; Cuécuex es el nombre de los muertos deificados y también es Otontecuhtli, dios de los matlatzincas de Temazcaltepec y de los tepanecas (Carrasco, 1979, p. 146).
Los mazahuas también tenían como dios principal a Otontecuhtli, considerado como una deidad del fuego y de los muertos, y Xócotl era otro nombre con el cual se le identificaba. El jeroglífico de Xocotitlan representa un cerro, el cual estaba dedicado a este dios, así como el pueblo que se encuentra junto a él. Según Eduardo Matos, entre las culturas mesoamericanas las montañas y los cerros tenían un carácter de espacio sagrado, pues los distintos niveles del universo convergían en ellos. Ese espacio sagrado era considerado el punto central de unión, el axis mundi entre el cielo, la tierra y el inframundo, porque de él partían los cuatro rumbos del universo. También se decía que los dioses patronos de los antiguos nahuas vivían en un cerro, desde el que protegían y vigilaban los poblados próximos, y procuraban que recibieran las lluvias para las cosechas, etc. El agua provenía de los cerros, los que se creía que estaban repletos de riquezas y se vinculaban con el ciclo agrícola y el culto a los muertos y a los ancestros (Barrientos, 2001, pp. 96-97). Los otomianos adoraban a los ateteo, dioses del agua, y les hacían oraciones y sacrificios en las cimas de los cerros. El volcán Xocotépetl, localizado en la provincia de Mazahuacan, era una de las elevaciones más importantes para este grupo. Se creía que en ese volcán, considerado como lugar de culto más que objeto de adoración, habitaba Otontecuhtli Xócotl (Barrientos, 2001, p. 97). Al ser Xocotitlan el centro de los mazahuas, muy pronto de este cerro se extendió toda la influencia de Otontecuhtli hacia la región de Mazahuacan.
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María de los Ángeles Velasco Godoy. Licenciada en etnohistoria. Estudia la maestría en historia-etnohistoria en la ENAH.
Velasco Godoy, María de los Ángeles, “Otontecuhtli Xócotl. Sus distintas advocaciones”, Arqueología Mexicana, núm. 61, pp. 68-71.