Durante una estadía en Tlatelolco, Sahagún se entregó a la recolección de testimonios indígenas referentes a la Conquista, empresa que no carecía de importancia, pues hasta entonces lo que se había registrado sobre ese tan dramático como trascendental acontecimiento era fruto de testimonios españoles. Ahora Sahagún recopilaba la historia de los vencidos.
Por ese tiempo se ocupó también de reunir una serie de piezas discursivas consideradas altamente peligrosas para el proceso de cristianización indígena. Se trataba de unos himnos con los que los naturales habían loado a sus dioses en tiempos de la gentilidad.
El ocuparse tanto de la Conquista, desde el punto de vista indígena, como de los himnos a los dioses, le provocó críticas a las que fray Bernardino debió hacer frente. Ambos temas eran ciertamente considerados peligrosos. Uno por el resentimiento que podía abrigar, otro por los riesgos que llevaba consigo el promover el recuerdo de discursos tan profundamente vinculados con los rituales idolátricos.
El año de 1558 fue particularmente importante en la elaboración de los trabajos de Sahagún. Fue entonces cuando, recién electo para ocupar el provincialato, fray Francisco Toral encargó a fray Bernardino la elaboración de una obra en la que tratara aquellos tópicos de la antigua cultura que pudieran resultar útiles para sus hermanos de orden en los trabajos de evangelización.
Con suma diligencia, fray Bernardino de Sahagún se ocupó de cumplir las órdenes de su superior. Podemos suponer que ello no le significaba mayor problema, pues la tarea no sólo coincidía con sus intereses sino que ya en algo había adelantado el camino.
Sahagún elaboró para tal efecto una minuta o cuestionario en la que aparecían todos los temas que juzgaba de importancia para ser tratados en su obra. Este paso en el trabajo de investigación fue a todas luces importante, pues desde allí quedó establecido en general el contenido de la obra.
Trasladado a Tepepulco, adonde se hizo acompañar por cuatro antiguos colegiales de Tlatelolco muy versados en la escritura, se dispuso a recolectar materiales atendiendo a la minuta por él preparada. En ese lugar, 12 principales fueron interrogados según los cuestionarios, y de sus bocas, con la ayuda diligente de sus antiguos alumnos, pudo el franciscano recoger información valiosísima que enriqueció con el contenido de antiguas pictografías que le fueron mostradas y explicadas. Producto de esta primera fase de investigación fueron los llamados Primeros Memoriales, en los que los textos en náhuatl están acompañados de dibujos alusivos a los temas tratados en la obra.
Posteriormente, otra estancia más en Tlatelolco puso a Sahagún y a sus ayudantes en situación de enriquecer aún más los materiales obtenidos en Tepepulco, esta vez con la ayuda de algunos viejos de esa parcialidad. De esta fase de la investigación se derivan los Códices Matritenses, llamados así por conservarse en la villa de Madrid. Aunque en realidad constituyen un solo corpus, el día de hoy están divididos en dos secciones, una conservada en el Palacio Real y otra en la Real Academia.
Sahagún fue trasladado al convento de San Francisco de México, donde continuó trabajando sus ricos materiales. Es ésta la época en que el autor perfeccionó el plan de su obra, que incluía aquellos materiales que había recogido aun antes de recibir el mandato de escribirla, dotándola de las características con las que la conocemos. Fray Bernardino de Sahagún se dio entonces a la tarea de pasar en limpio, con la ayuda de amanuenses, lo que sería la Historia general de las cosas de Nueva España.
La elaboración del manuscrito final no se dio sin problemas. Vientos contrarios a los trabajos de Sahagún soplaron con tal fuerza que, reunidos en capítulo, algunos de sus hermanos de orden consideraron que era contra el voto de pobreza que fray Bernardino contara, para la elaboración final de la obra, con la ayuda de amanuenses. Se determinó entonces que Sahagún continuara sus trabajos escribiendo todo de su propia mano, empresa imposible pues ya por ese entonces el fraile carecía de la firmeza de pulso necesaria para dicha labor.
La negativa de una ayuda tan necesaria para culminar su obra llevó a Sahagún a escribir dos opúsculos, el Sumario y el Breve compendio, mismos que envió a España y a Roma, respectivamente, para buscar el apoyo necesario para la conclusión de su empresa. El recurso dio resultado y el fraile menor pudo continuar hasta su culminación los trabajos que había iniciado 20 años antes.
Hacia 1577 concluyó su obra. El resultado fue un bello manuscrito en dos columnas, una en lengua náhuatl, la otra en español, con un gran número de ilustraciones, de extraordinaria factura, alusivas a lo relatado en el texto. Este manuscrito, que recibe el nombre de Códice Florentino, pues se conserva en Florencia, es parte del acervo de la Biblioteca Médicis de dicha ciudad italiana.
La obra que conocemos como la Historia general de las cosas de Nueva España, que no es otra cosa que el texto en español del mencionado Códice Florentino, quedó ordenada en 12 libros, cada uno de los cuales contenía capítulos y párrafos. Con ello, los temas tratados se dividían y subdividían, conformando un conjunto caracterizado por una evidente coherencia. Según los dictados de la más pura tradición medieval, y acaso también inspirado por algún autor clásico, Sahagún organizó las cuestiones a tratar según un orden de importancia en el que los seres superiores debían ser tratados primero que los inferiores. Así, debían abrir la obra los temas relacionados con las divinidades; en seguida aparecerían los que corresponden a los cuerpos celestes; luego los seres humanos, atendiendo a su calidad; después los animales, iniciando con aquellos considerados como superiores; a continuación las plantas y los minerales, para terminar con las aguas y la tierra, también según sus calidades.
Colocó el cronista al final de todas estas cuestiones, a través de las cuales daba cuenta de la riqueza cultural de los indígenas, el relato del acontecimiento que había acabado con el mundo que acababa de describir: la Conquista, a la cual correspondía el libro XII.
Si bien es cierto que el orden que regía los temas abordados se inscribía en la más pura tradición occidental, que bien corresponde a la profunda formación humanista del autor, la información contenida en la obra provenía de la tradición indígena prehispánica, conservada por todos aquellos viejos informantes que se prestaron a responder los cuestionarios que, bajo la discreta vigilancia del franciscano, les aplicaron los antiguos colegiales de Tlatelolco.
José Rubén Romero Galván. Doctor en etnología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Investigador del IIH y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Especialista en historiografía colonial de tradición indígena.
Tomado de José Rubén Romero Galván, “Historia general de las cosas de Nueva España”, Arqueología Mexicana, núm. 36, pp. 14-21.
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