La adecuada comprensión del significado cultural, simbólico o mitológico del axolotl (conocido ampliamente como ajolote) no ha sido bien dilucidada por las modernas disciplinas antropológicas. Si bien los estudiosos de la religión mesoamericana se enfocan, principalmente, en la figura de Xólotl (la entidad divina considerada el “gemelo” o el doble de Quetzalcóatl), nos damos cuenta, por otra parte, que existen pocas investigaciones sobre este interesante anfibio quien comparte un mismo nombre con el afamado cánido.
En los textos de Sahagún nos llama la atención el lacónico espacio que ocupa la descripción del ser acuático, mientras que en otros capítulos de la Historia general… el propio franciscano registra el relato más completo que conocemos sobre las características del dios. Así, en los párrafos destinados a los animales, el religioso menciona:
“Hay unos animalejos en el agua que se llaman axolotl. Tienen pies y manos como lagartillas, y tienen la cola como anguila, y el cuerpo también. Tienen muy ancha la boca, y barbas en el pescuezo. Es muy buena de comer. Es comida de los señores” (Sahagún, vol. 2, 1989, p. 718).
No obstante, en el amplio relato sobre el origen del Sol y la Luna en Teotihuacan, la aparición del axólotl es producto de la metamorfosis de un dios. Como es bien sabido, al momento en que surgieron el Sol y la Luna tras el sacrificio de Nanahuatzin y Tecuciztécatl, los dioses decidieron morir para poner en marcha la sucesión continua de los días y las noches, pues ambos astros habían quedado inmóviles tras su primera aparición. La deidad encargada de sacrificar a todos los demás númenes fue Ehécatl, una de las advocaciones de Quetzalcóatl, para de esta manera hacer resucitar al Sol. Entonces, todos los dioses aceptaron su destino menos uno, el llamado Xólotl, que se rehusaba a morir.
Tomado de Manuel A. Hermann Lejarazu, "¿Araña o axolotl? animales celestes que acompañan al Sol y a la Luna", Arqueología Mexicana, edición especial, núm.121, pp. 30-32.