Quedaban sobre la tierra de las reliquias, restos corporales cargados tanto de lo que había sido la persona como de la terrible fuerza divina que le causara la muerte: las cenizas de los antepasados guardadas en una caja; los cráneos de los guerreros enterrados bajo las esquinas de los templos; el fémur-trofeo del cautivo significado; el antebrazo o el dedo de la mujer muerta en el primer parto, usado con fines mágicos por los hechiceros, etc. Algunos de los residuos corporales recibían culto, otros se usaban para transmitir poderes, atraer beneficios, alejar daños o causarlos.
Debido a tal variedad de creencias, es necesario separar las ceremonias dedicadas a la muerte en las siguientes clases:
1. Culto a los dioses de la muerte, como responsables del ciclo que perpetuaba la vida. Se acentuaba su participación en la reproducción vegetal, en particular la agricultura. A los dioses mayores se les sumaban los difuntos, deificados por la muerte.
2. Culto a los antepasados en la veneración de sus restos mortales depositados en el hogar o en le templo de la comunidad. El culto se cumplía no sólo con el rito, sino con el buen comportamiento, indispensable para la conservación del honor, la fuerza y la protección que emanaban de las cenizas.
3. El culto a las fuerzas sobrenaturales contenidas en as reliquias utilizadas como objetos sagrados protectores o generadores de poder.
4. Culto a los difuntos, que incluía actos tan diversos como los encaminados a la reunión de las partes diversas del tonalli del difunto; el trato del cadáver para su conservación y el homenaje a los restos; el envío del teyolía a su destino, tras proveerlo de recursos para el camino y para su estancia en el más allá; el obstáculo al regreso de las entidades anímicas del difunto, o la perversión y remedio contra sus daños.
Tomado de Alfredo López Austin, “Misterios de la vida y de la muerte”, Arqueología Mexicana núm. 40, pp. 4-9.
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