Miguel García González
En una ofrenda del Templo Mayor de Tenochtitlan se localizaron 32 sahumadores de cerámica, todos fragmentados por la descomunal presión de la tierra que los cubría, pero en su mayoría completos. Algunas piezas presentaban decoración policroma con diseños iconográficos complejos, y al interior de algunas cazoletas se localizaron restos de copal y yauhtli, ambos materiales con un profundo significado simbólico asociado al agua y el fuego.
Luego del descubrimiento del monolito de la diosa Tlaltecuhtli en 2006, entre las calles de Guatemala y Argentina del Centro Histórico de la ciudad de México –por el equipo del Programa de Arqueología Urbana del inah–, el Proyecto Templo Mayor inició en marzo de 2007 una serie de exploraciones en el predio que ocupaba la antigua Casa del Mayorazgo de Nava Chávez. Dichas excavaciones permitirían comprender la función y el significado de esta importante área ritual, situada justo al pie de la plataforma del Templo Mayor correspondiente a la sexta etapa constructiva (1486-1502 d.C.). Las ofrendas del Templo Mayor eran colocadas en cajas de piedra sepultadas bajo gruesas capas de arcillas o bien bajo pisos; también podían ser puestas entre los rellenos constructivos. Los sacerdotes mexicas ofrecían toda clase de dones, que iban desde semillas, plantas, resinas, toda suerte de animales (mamíferos, reptiles, anfibios, aves o especies marinas), cerámica, piezas de cobre y oro, figurillas y objetos de jadeíta, madera, concha, obsidiana, pedernal e incluso restos humanos. Muchos de estos dones eran traídos desde regiones lejanas al centro del país, lo que indica el poder político, económico y militar que los mexicas ejercían sobre sus congéneres.
La operación 6 y la ofrenda 130 del Templo Mayor
La ofrenda 130 fue descubierta en un pozo de sondeo, ubicado sobre la plataforma de la etapa VI, exactamente en el lugar por el cual pasa el eje primigenio del Templo Mayor y muy cerca del lugar donde fue descubierto el monolito de la diosa Tlaltecuhtli. El piso de la plaza donde comenzamos la excavación se encuentra a 4.50 m por debajo del nivel actual de la calle de Argentina. Este pozo, además de servirnos para observar la estratificación, entender la secuencia constructiva de la plaza y registrar las modificaciones del paisaje a lo largo del tiempo, tenía como objetivo la búsqueda de un eventual depósito ritual sepultado bajo el eje primigenio. Esta suposición era del todo razonable, debido a que gracias al Proyecto Templo Mayor se habían encontrado muchas ofrendas asociadas a los principales ejes arquitectónicos de los edificios de culto. Así, dimos inicio a la operación 6 retirando dos grandes losas (a las que para fines de registro arqueológico se les llamó piso 1) que formaban parte del segundo de los cinco pisos de la plaza correspondientes a la etapa VI del Templo Mayor. Estas dos losas eran casi idénticas entre sí, un buen indicio para seleccionar el lugar de excavación. Las losas fueron hechas con andesita de lamprobolita, piedra conocida como “cantera rosa”. Los mexicas obtenían esta piedra de las elevaciones de la Formación Chiquihuite, ubicada a 12 km de Tenochtitlan. La remoción de estas piedras no fue tarea sencilla, pues cada una pesaba poco más de 400 kg; por ello requerimos la ayuda de todos los miembros del proyecto. Una vez que retiramos las losas, encontramos dos rellenos constructivos, los cuales estaban conformados por piedras, argamasa, arcilla del lecho lacustre y algunos fragmentos de cerámica. Luego de retirar ambos rellenos, localizamos el piso 2, correspondiente a un nivel anterior de la plaza, también contemporáneo a la etapa VI del Templo Mayor. Este piso era distinto del de cantera rosa, puesto que fue elaborado con lajas irregulares de andesita de piroxenos. Estas rocas son de tonalidades grises, claras y oscuras, y se distinguen por su gran densidad. Principalmente eran utilizadas para fabricar recubrimientos exteriores, pues son muy resistentes al uso y la intemperie. Por debajo del piso 2, localizamos cuatro estratos más, tres de los cuales eran rellenos constructivos compuestos de arcilla lacustre, pequeñas piedras, lajas de andesita de piroxenos, algunos fragmentos de cerámica y obsidiana. El otro estrato correspondía a un firme de argamasa y estuco, el cual sirvió para fijar al sustrato un piso que posteriormente fue desmantelado por alguna remodelación. En este punto nos hallábamos a una profundidad de 1.40 m con respecto al piso 1 de cantera rosa. Y al retirar el último de los cuatro estratos ya mencionados, localizamos el piso 3. Éste corresponde cronológicamente a la etapa IVa (1440-1469 d.C.) del Templo Mayor, lo que significa que en poco más de un metro retrocedimos casi 40 años en la historia de Tenochtitlan. Este piso estaba conformado por lajas de andesita de piroxenos, sillares bien cortados de tezontle y cuatro bajorrelieves tallados en basalto negro. En tres de estos últimos se representó el rostro del dios Tláloc y en el cuarto un amacuexpalli o moño de papel, que portan en la nuca muchas divinidades del agua y la vegetación. Dichos relieves ya habían sido encontrados con anterioridad en zonas aledañas, tanto por nuestro proyecto como por el arqueólogo Leopoldo Batres en su excavación de 1900, y más recientemente por el equipo del pau en la plaza Gamio (Barrera et al., 2012, pp. 18-23). Luego del registro y levantamiento del piso 3, hallamos otros cuatro estratos, que como los antes descritos eran rellenos constructivos compuestos de arcilla y arena del fondo del lago, piedra pómez, tezontle y fragmentos de cerámica. Llegados a este punto, nuestra exploración tenía una profundidad de 2.40 m con respecto al piso 1 de cantera rosa, y fue justamente aquí que encontramos el borde de una pieza de cerámica. Conforme liberamos el estrato, se fueron observando los bordes que completaban la circunferencia de la cazoleta de un sahumador. Para no pisar este nivel, decidimos colocar un andamio metálico que nos permitiera excavar suspendidos; al terminar de liberar dicho estrato, localizamos la ofrenda 130, colocada hace más de 500 años por sacerdotes mexicas. La liberación del estrato permitió observar que las piezas fueron depositadas de manera ordenada en líneas y grupos, la mayoría boca arriba y con la cazoleta orientada hacia el este. Su posición refleja la forma en que fueron colocadas por el sacerdote, quien seguramente las tomó por el mango y, viendo hacia la plataforma del Templo Mayor, las fue depositando en el piso. La distribución general fue la siguiente: en la parte este del pozo se apreciaban cinco sahumadores; en la parte media había siete de sur a norte; de este conjunto sobresale uno que llevaba, en el extremo distal del mango, un remate compuesto de flores de yauhtli o pericón (Tagetes lucida). En la siguiente línea había ocho sahumadores, muy fragmentados e incompletos. Los sahumadores policromos fueron localizados un poco más al fondo del perfil oeste del pozo, dos de ellos completos pero fragmentados y los tres restantes incompletos. Cabe mencionar que uno de los sahumadores policromos tenía una gran concentración de copal adherida al fondo y en la pared. El arduo y minucioso trabajo de recolectar muestras, registrar, dibujar y levantar cada uno de los fragmentos del sahumador llevó al equipo un poco más de cinco meses, periodo en el cual contamos con la ayuda de varios especialistas.
Los análisis de paleobotánica en los sahumadores
El sahumador era conocido en la época prehispánica como tlémaitl, “manos de fuego”, y en un plano metafórico era el portador del fuego sagrado. En las crónicas, el sahumador se describe como un incensario agujereado en forma de cazo o sartenaja (Sahagún, 2002, p. 200); sobre él se colocaban los carbones y brasas incandescentes, tomadas de los braseros de los templos, y se quemaban resinas aromáticas como el copal y el yauhtli. Su forma es similar a la de una cuchara grande y, compuestos de una cazoleta hemisférica, llevan un mango largo hueco que sirve para sostenerlos; por dentro tienen pequeñas esferas de cerámica y pueden o no llevar remate en forma de cabeza de serpiente. Durante la excavación de la ofrenda 130 logramos recuperar todo el sedimento al interior de las cazoletas. Estas muestras fueron procesadas por medio de análisis de flotación, y la identificación del material resultante se realizó en los laboratorios de paleobotánica del inah. Los resultados mostraron que en el interior de las cazoletas había plantas comestibles como quelite (Amaranthus), epazote (Chenopodium), agritos o acederilla (Oxalis) y tomate verde (Physalis). También se hallaron semillas de chía (Salvia hispánica), la cual tenía una doble función: era alimento y también elemento ritual; además de fibras de agave y semillas de nopal (Opuntia). Asimismo, fue posible identificar fragmentos y astillas de madera de oyamel o abeto (Abies religiosa) y de ocote blanco (Pinus, cf. Ayacahuite); este último es un árbol resinoso cuya madera desprende un delicioso aroma cítrico. De todas las muestras procesadas, destaca el hallazgo de semillas de pericón o yauhtli (Tagetes lucida) y polvo de copal, ambos de aroma agradable y de suma importancia en el culto mexica, con un profundo simbolismo acuático e ígneo.
El copal: la resina sagrada
Sabemos por las fuentes que los mexicas utilizaban fragmentos de madera de copal al igual que resina para sahumar; de hecho, el copalli era un elemento básico en casi toda ceremonia o ritual prehispánico. Éste se colocaba en el sahumador antes de empezar cualquier celebración, inauguración de construcciones, recepción de personajes de alta jerarquía, acogida de los ejércitos tras una nueva conquista, juegos; también se utilizaba en conjuros de protección (Sahagún, 2002, pp. 1058-1066; Montúfar, 2007, pp. 38, 43, 104). Esta resina fue descrita como una especie de goma blanquecina y que al quemarse produce un aroma muy agradable, similar a la mirra. El copal identificado en los sahumadores de la ofrenda 130 era de la especie Bursera bipinnata, el cual es extraído del árbol denominado “copal chino” o, como se conocía en la época prehispánica, copalquáhuitl (Sahagún, 2002, p. 1061). En México, la especie Bursera bipinnata es de amplia distribución, pues sus árboles se hallan desde Chihuahua y bajan por toda la franja del Pacífico hasta llegar a Chiapas (Montúfar, 2007, pp. 87-90). Los mexicas obtenían el copal mediante el tributo de las provincias conquistadas; los pueblos encargados de entregar este valioso cargamento eran Tlacho y Tepequacuilco, provincias que corresponden al actual estado de Guerrero. Esa resina estaba relacionada con las deidades acuáticas y de la vegetación, como Tláloc, Chicomecóatl y Chalchiuhtlicue; de hecho, en algunas representaciones se puede ver al dios Tláloc portando una talega de copalli en la mano, pues también se le conocía como el “señor del copal” (Heyden, 1993, p. 218).
El yauhtli: la ambivalencia de los contrarios
El yauhtli es una planta perenne de flores amarillas y cuando está fresca sus hojas son de fuerte pero agradable olor y sabor a anís; sin embargo, cuando se ha secado y se quema, produce un desagradable y fuerte olor, comparable al del laurel. Es una planta oriunda de México y Centroamérica; por su gran cualidad adaptativa se le puede encontrar en distintos tipos de clima a diferentes altitudes; florece en verano entre los meses de junio a septiembre. En la época prehispánica se contaba entre las flores más utilizadas y posteriormente más mencionadas en las crónicas; de hecho, también se le llamaba cempoalxóchitl (Heyden, 1983, pp. 15-16). Junto con el cempasúchil, era considerada flor de los muertos, en especial para aquellos que morían a causa del rayo y cuya esencia iría al Tlalocan; además, era conocido como el copal de los pobres (Sahagún, 2002, pp. 396, 572), obviamente por su fácil obtención. El yauhtli servía para pedir a los dioses acuáticos el preciado líquido en alguna de las festividades dedicadas a ellos. Sahagún (2002, p. 207) refiere que cuando los sacerdotes de Tláloc pedían agua, hacían ruidos y señales de lluvia, utilizaban los mangos de los sahumadores como sonajas y luego echaban esta hierba para sahumar a las cuatro direcciones. La planta se puede ver en los tocados del conjunto de dioses del pulque, deidades relacionadas con la vegetación, el agua, la abundancia y la fertilidad; así como en algunas imágenes del bastón que sostiene Tláloc (Sierra, 2007, p. 31) y en la cola del ser fantástico conocido como xiuhcóatl o “serpiente de fuego”. De acuerdo con la cosmovisión mexica, el yauhtli era una planta de “naturaleza caliente”, ya que por lo general el consumo de la planta se hace por medio de infusiones, entre las que destaca un alcaloide no identificado (Sierra, 2007, p. 52); el efecto o sensación inmediata luego de su ingesta o colocación por medio de compresas es un cambio en la temperatura interna del individuo. De esta forma, las enfermedades frías o por exceso de agua, se eliminaban del cuerpo del enfermo.
Miguel García González. Pasante de arqueología por la enah, colaborador del Proyecto Templo Mayor desde 2009. Actualmente desarrolla el proyecto de investigación “Portadores del fuego sagrado, sahumadores del Templo Mayor”.
García González, Miguel, “Efluvios mensajeros. El copal y el yauhtli en los sahumadores del Templo Mayor”, Arqueología Mexicana núm. 135, pp. 44-49.
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