Entre las responsabilidades de los gobernantes mayas estaba la de servir de intermediarios con los dioses y por ese medio procurar la buena marcha de las cosas. Los señores no sólo eran quienes se encargaban de asegurar que se llevaran a cabo los rituales de ofrecimiento de sangre humana para procurar la buena voluntad de los dioses, sino que ofrecían la suya propia. La sangre era considerada un líquido sagrado y la de los reyes era vista como la máxima ofrenda que podía hacerse. Para realizar esta ofrenda, los señores mayas llevaban a cabo varias prácticas, conocidas genéricamente como autosacrificio, y cuyo propósito era propiciar su sangrado. Para ello se perforaban –con instrumentos como espinas de maguey o mantarraya, punzones de hueso, navajas de obsidiana– distintas partes del cuerpo como lengua, lóbulos, brazos y piernas e, incluso, el pene. La sangre se derramaba sobre vasijas o se untaba en las estatuas de los dioses. En algunos casos se ponía sobre papeles a los que luego se prendía fuego y así se convocaba a determinados dioses.
Imagen: Dintel 24. Yaxchilán, Chiapas. Clásico Tardío. Museo Británico, Londres. Foto: The Trustees of The British Museum.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial. Es editor y fundador de la revista Arqueología Mexicana.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Vela, Enrique, “Autosacrificio”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 44, p. 22.