La tradición orfebre del antiguo Azcapotzalco dejó vestigios materiales. Especialmente significativos en este sentido, son los hallazgos arqueológicos realizados en el eje Refinería-Azcapotzalco entre las calles E y Tepantongo, a un lado de la estación Azcapotzalco del Metro, en el barrio de San Marcos Ixquitlan del antiguo Tepanecapan. Entre finales de 1980 y mediados de 1982, un grupo de especialistas de la entonces Subdirección de Salvamento Arqueológico del INAH exploró ahí una ocupación del Posclásico Tardío (1325-1521 d.C.), y registró un total de 326 entierros humanos.
Como era de esperarse, muchos de los individuos exhumados en dicha área contaban con objetos metálicos entre sus ofrendas funerarias, destacando el personaje del llamado entierro 240.
Una muy especial ofrenda funeraria
De acuerdo con los reportes de campo, el individuo del entierro 240 poseía la ofrenda más rica del área de excavación. Entre otros objetos, se le ofrendaron instrumentos de cobre y bronce, como un cincel (con 2.64% de arsénico y 0.44% de estaño) para cortar, labrar a golpe de percutor y repujar; una aguja (con 3.9% de arsénico y 1% de estaño), tal vez para el satinado o para perforar, delinear y marcar; un buril (con 5.5% de arsénico y 1.26% de estaño) para crear por presión surcos rectos sobre la lámina o delinear diseños que serán luego repujados, y un cascabel periforme (con 32.6 % de plomo, alta concentración propia de las piezas de la Cuenca de México, la cual facilitaba la decoración con falsa filigrana).
El buril recién mencionado es, sin lugar a dudas, el objeto más interesante del conjunto. Se encontró junto al cráneo del individuo y orientado hacia el este. Fue identificado en el momento de la excavación como un caballero águila tallado en hueso que hacía las veces de remate en un bastón de mando o de empuñadura en un cuchillo. Su extremo funcional es una punta de bronce provista de una boca recta con doble bisel. El mango es ergonómico, pues permite una cómoda sujeción con el pulgar, el índice y el central. Éste se talló en realidad en la rama central de un asta derecha de venado cola blanca. Representa al dios Xochipilli-Macuilxóchitl (“Noble Florido, 5-Flor”), erguido sobre una flor y ataviado con alas y yelmo en forma de cabeza de ave, rematado éste por un triple tocado piramidal. Recordemos antes de terminar que, por lo común, Xochipilli aparece en la iconografía vestido o figurado como águila real, hocofaisán o cojolite. Esta importante divinidad no sólo es patrona de la música, la danza, el canto, el juego y el placer sexual, sino que representa al mismísimo Sol naciente y está directamente vinculada al oro y la orfebrería, lo que se ratifica en las numerosas joyas con su efigie provenientes de la tumba 7 de Monte Albán.
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris X-Nanterre. Director del Proyecto Templo Mayor, INAH.
Jorge Arturo Talavera González. Licenciado y maestro en antropología física, y doctor en etnohistoria por la ENAH. Investigador de la Dirección de Antropología Física, INAH.
María Teresa Olivera. Bióloga por Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, IPN. Investigadora de la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, INAH.
José Luis Ruvalcaba. Doctor en Ciencias por la Université de Namur. Investigador del Instituto de Física, UNAM.
Tomado de Leonardo López Luján, et al., “Azcapotzalco y los orfebres de Moctezuma”, Arqueología Mexicana, núm. 136, pp. 50-59.
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