De la importante presencia del chile en las culturas prehispánicas da cuenta su aparición en algunos relatos míticos. En el Popol Vuh se cuenta que los Héroes Gemelos llevan a cabo un plan para recuperar los arreos del juego de pelota que su abuela había ocultado en el techo de su casa. Le piden a la vieja que elabore un caldo con chile, que les sirve como espejo para observar sin ser descubiertos al ratón que les señalaría el lugar en que se encontraban escondidas sus pertenencias. Cuando ven que las encuentra piden sucesivamente a su abuela y a su madre que salgan a buscar agua, y así los recuperan.
En su Historia general de las cosas de Nueva España, Sahagún cuenta cómo Tezcatlipoca se disfraza de vendedor de chiles, “de axí verde” reza el original, para enamorar con su virilidad desnuda a la hija de Huémac y hacer que su padre acepte que se case con él, desatando así una serie de enredos con los aliados del señor tolteca.
El chile no estuvo exento de connotaciones rituales y era parte de las ofrendas hechas a los dioses. Según fray Bernardino de Sahagún, en la fiesta de huey tozoztli se ofrecían a la diosa Chicomecóatl –diosa de los mantenimientos– diversos alimentos, entre ellos chiles.
De hecho, había entre los mexicas una diosa cuya advocación era precisamente este fruto; según Janet Long: “La diosa prehispánica del chile, Tlatlauhqui cihuatl ichilzintli, o respetable señora del chilito rojo, era hermana de Tláloc, dios del agua, y de Chicomecóatl, deidad de los mantenimientos. [Según Sahagún] Su nombre aparece en una oración a Tláloc para pedir agua en tiempo de sequía. En la petición, el pueblo se quejaba de que los tlaloques habían recogido y escondido el sustento necesario para la vida, y que se llevaron a Chicomecóatl y a Tlatlauhqui cihuatl ichilzintli” (Long, 1986, p. 137). Según la misma autora, ya en el periodo colonial, a mediados del siglo XVII, los zapotecas de los Valles Centrales veneraban a “Losio, ‘abogado de las sementeras’ y, en particular, del chile” (ibid., pp. 137-138).
Entre la población actual, al chile se le siguen atribuyendo ciertas propiedades mágicas, muy posiblemente arraigadas en concepciones vigentes desde la época prehispánica. Su sola presencia, colgando a las puertas de las casas, basta para conjurar cualquier influencia maligna; se le utiliza, en combinación con otros elementos, para curar el “mal de ojo”, y forma parte de amuletos que protegen de asechanzas a quien los porta.
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Tomado de Enrique Vela, Arqueología Mexicana, Especial 32, Los chiles de México. Catálogo visual.