El Luchador ¿una falsificación?
Nancy Kelker se preguntó si el Luchador era una falsificación y se contestó que era una falsificación relativamente reciente, con base en su postura dinámica, sus proporciones, el detalle anatómico de la musculatura y el tipo de piedra con que está fabricado. Kelker consideró que sus características no son representativas de la escultura olmeca y propuso que un escultor moderno lo creó en un momento en que el pasado prehispánico era visto con “romanticismo”. [...]
Historia reciente
En lugar de sumar a esta controversia más opiniones sobre el estilo de la pieza, para trazar su historia llevamos a cabo una búsqueda de las personas involucradas en su descubrimiento y custodia, con base en el breve relato publicado en 1962 por Gustavo Corona. Así, intentamos averiguar quiénes habían sido los dueños anteriores de la pieza, desde su descubrimiento en 1933 hasta su inclusión en las colecciones del Museo Nacional de Antropología, en 1964.
Gustavo Corona escribió en su texto lo siguiente: “Para relatar cuándo fue encontrada y cómo llegó a mi poder la famosa escultura Olmeca... habré de ir derecho al grano y hacer punto omiso de hechos accesorios...”. La investigación que presentamos tiene la finalidad de aclarar los “hechos accesorios” que, a nuestro juicio, ayudan a arrojar luz sobre la autenticidad de la escultura.
La narración de Carlos Godard Buen Abad incluida en el artículo de Corona menciona a varias personas. Se pudo averiguar que todos los citados en el artículo, al igual que los autores, han fallecido; no obstante, se localizó y entrevistó a familiares, amigos y colegas de esas personas. Sus recuerdos ayudaron a reconstruir la historia reciente del Luchador. La reconstrucción lograda es más detallada que la de Godard y Corona y, a la vez, permite confirmar los detalles que ellos registraron. [...]
Los personajes involucrados
En el relato de Carlos Godard se afirma que el Luchador fue encontrado en Antonio Plaza, en 1933, por un campesino llamado Miguel Torres. Pude entrevistar a los familiares de Torres y de su esposa, Fortunata Alor, que viven en Antonio Plaza. Todos confirmaron que Miguel Torres encontró la escultura en su solar y que la familia lo tuvo en su poder hasta 1937, cuando el jefe de la familia fue asesinado como resultado de un pleito agrario. En ese momento, Fortunata Alor lo vendió a un vecino llamado Jesús Cabrera en la cantidad de cinco pesos, tal como fue reportado por Godard. Debe destacarse que los informantes conocían a los tres testigos del descubrimiento nombrados por Godard: Sabino Pérez, José Antonio Primo y el profesor Norberto Cadena López.
Los informantes de Minatitlán y Antonio Plaza recuerdan bien a Jesús Cabrera, [...] quien murió en 1955, pero su esposa, Matilde Clemente Hernández, le sobrevive, con sus 104 años de edad. En nuestra visita a su casa en Minatitlán fue evidente que goza de buena salud y de una excelente memoria. Al igual que los demás informantes, doña Matilde confirma que fue Miguel Torres quien encontró el Luchador en su solar en Antonio Plaza y que José Antonio Primo, su sobrino, fue testigo del hecho. Ella recuerda que su marido lo adquirió el mismo año en que murió Torres, y que lo guardaba dentro de la casa en donde sirvió como descanso para las gallinas.
Godard, un hombre educado que había estudiado contaduría en la ciudad de México y en la Universidad de Columbia en Nueva York, coleccionaba piezas prehispánicas y se sabe que en alguna ocasión había regalado una pieza a Diego Rivera. En sus álbumes personales de fotografías hay imágenes que indican que llegó hasta San Lorenzo Tenochtitlán en sus expediciones de mediados de la década de 1940, porque algunas muestran monumentos olmecas con rastros de las excavaciones de Matthew Stirling a su alrededor. Con sus antecedentes y experiencia, debió haber reconocido de inmediato el valor y la importancia del Luchador, aunque aparentemente no le era posible adquirirlo en ese momento. Godard ocupaba el puesto de secretario ejecutivo del superintendente de la refinería, así que era inevitable que conociera a todos los empleados de mediano a alto rango, como Luis Bernáldez, con quien trabó una fuerte amistad, ya que compartían el interés por las antigüedades. Para poder conseguir la escultura parece que se alió con Bernáldez, quien conocía a Jesús Cabrera por cuestiones de trabajo.
Luis Bernáldez era una figura de alto nivel en la refinería: era el jefe de Talleres. También coleccionaba piezas prehispánicas, y se reporta que en ocasiones las regalaba a importantes personas. Su familia recuerda que acompañaba al antropólogo Rubín de la Borbolla en sus visitas a sitios arqueológicos, quizá como parte del sistema de apoyo que la refinería ofrecía a los arqueólogos del momento. [...] Poco debe sorprender que Bernáldez lograra que Jesús Cabrera le entregara el Luchador, que luego llevó a Minatitlán.
Gustavo Corona era un prominente abogado y fue asesor del presidente Lázaro Cárdenas durante la década de 1930. Debido a su papel estratégico en la expropiación petrolera, fue nombrado presidente de la Sala Séptima de la Junta de Conciliación y Arbitraje. Poco después, cuando llegó a ocupar el puesto de jefe de Personal de la recién nacionalizada industria petrolera, seguía viajando entre su base en la ciudad de México y las refinerías, como la de Minatitlán, en donde conoció a Carlos Godard y Luis Bernáldez. También era un reconocido coleccionista de piezas arqueológicas.
El antropólogo Daniel Rubín de la Borbolla, entonces director de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, es una figura omnipresente en este relato. Visitó en varias ocasiones la casa de Bernáldez en 1945 y examinó al Luchador con mucho cuidado y gran interés.
En 1945, Luis Bernáldez y Carlos Godard entregaron el Luchador a Gustavo Corona, con quien permaneció durante casi 20 años. En una imagen, tomada en la casa de Corona en el D.F., se ve a su hijo Gustavo junto a la escultura. En 1964, Corona la vendió al Museo Nacional de Antropología por la cantidad de 250 000 pesos, según consta en un documento del Archivo Histórico del museo. Hoy día el Luchador se exhibe en la Sala del Golfo de ese museo.
Conclusión
La validación o el rechazo de la autenticidad de una pieza arqueológica deberían acompañarse, cuando sea posible, de una investigación rigurosa acerca de su origen y la secuencia de propietarios. La evaluación estilística no siempre es suficiente para determinar su legitimidad y, además, se basa en gran parte en la opinión personal y la experiencia del evaluador. Aunque en muchos casos se hayan perdido los datos de procedencia, la responsabilidad académica demanda el intento de rastrear la información relevante. En vista del debate reciente sobre la autenticidad del Luchador, es sorprendente que, hasta ahora, nadie hubiera intentado examinar su historia.
Los años de arduo trabajo en el rastreo de las personas, sus descendientes, colegas y amigos valió la pena. Se tuvo que hacer una verificación constante de la información de varias fuentes. Afortunadamente, algunas fotografías y documentos proporcionaron las confirmaciones necesarias de algunos detalles. [..]
Creemos que lo reportado por Godard y Corona son datos fidedignos sobre el Luchador, ya que la investigación realizada los corrobora. Por lo tanto, sólo queda concluir que el Luchador es, sin duda, una escultura legítima y una obra maestra de la cultura olmeca.
Ann Cyphers. Doctora por la UNAM. Investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA), UNAM. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.
Artemio López Cisneros. Director de la Casa de Cultura de Minatitlán, Veracruz.
Cyphers, Ann y Artemio López Cisneros, “El Luchador. Historia antigua y reciente”, Arqueología Mexicana, núm. 88, pp. 66-70.
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