Castigos abominables
El Manuscrito del Aperreamiento nos proporciona una lúgubre imagen del México de los años inmediatamente posteriores a la conquista. El Manuscrito, resguardado actualmente en la Biblioteca Nacional de Francia, fue pintado sobre una sola hoja de papel europeo en 1560, si bien los acontecimientos que muestra sucedieron en 1523. En el centro de la imagen se observa a un sacerdote atado mientras lo ataca y mata un perro, que es controlado por un español mediante una cadena. A la derecha de la imagen, otros seis señores, encadenados uno al otro, esperan su turno para ser “aperreados”. En la parte superior vemos a Hernán Cortés parado junto a doña Marina, su traductora. Cortés eleva la mano mientras dice algo; Marina lleva un rosario en la mano y, juntos, intentan convertir a los indígenas. A juzgar por su condición y castigo inminente, los hombres parecen haber rechazado sus arengas. El primer prisionero, además, porta una espada europea, lo cual hace suponer que se rebeló abiertamente contra el mensaje evangelizador de Cortés.
Las víctimas de tan violenta ejecución son señores de Cholula; en la anotación alfabética en náhuatl de la orilla derecha se les identifica como tecuhtli o señores de San Pablo, San Andrés y Santa María, tres pueblos comprendidos por la ciudad-Estado de Cholula. La víctima principal es tlalchiachteotzin. Dos sumos sacerdotes regían Cholula cuando llegaron los españoles, uno de ellos era el tlálchiach. El sufijo que se añade al título en el Manuscrito confirma un estatus sagrado y gran reverencia hacia este sacerdote, pues teo-tl significa dios o sagrado y -tzin denota reverencia.
Naturaleza pública de la ejecución en la Colonia
Esta naturaleza pública también debió de haber servido a Cortés para ejercer su autoridad en la época seguramente caótica que siguió a la conquista (Diel, 2010). La ejecución se llevó a cabo en Coyoacán, como se indica más abajo, mediante el signo del coyote en un paisaje montañoso. En los años siguientes a la caída y destrucción de Tenochtitlan, la capital azteca, Cortés estableció su centro de operaciones en Coyoacán, así que en el lugar había muchos españoles y nobles indígenas que, consecuentemente, presenciaron la violenta ejecución. La elección del perro debió de haber añadido dramatismo al espectáculo, puesto que la ferocidad del aperreamiento aterrorizaba tanto a las víctimas, como a los testigos. Se sabe que los indígenas temían mucho a los perros españoles, puesto que su contacto con estos animales se limitaba a los perros pequeños y pelones (xoloizcuintle), relativamente inofensivos. En el libro 12 del Códice Florentino, un relato náhuatl de la conquista contiene la descripción de los perros españoles que enfatiza su fiera naturaleza: “Y sus perros eran enormes criaturas con la orejas dobladas y las fauces abiertas. Tenían ojos centelleantes, como tizones, amarillos y fieros”.
Cortés conocía bien las leyes españolas, basadas en la antigua tradición romana, y eligió este terrible castigo tal vez porque se usó desde tiempos muy remotos. Los romanos tenían la costumbre de arrojar a los enemigos a las fieras, a veces incluían perros, y se consideraba una punición adicional contra las clases más menesterosas. Esta costumbre se conservó hasta la era cristiana y se usó específicamente contra quienes practicaban el sacrificio humano.
Así, el castigo puede haber tenido connotaciones simbólicas asociadas, desde los tiempos más antiguos, con la rebelión, el paganismo y el sacrificio (Diel, 2010, pp. 154-155). El acto de matar con bestias también devaluaba simbólicamente a las víctimas, rebajándolas a la categoría animal, como lo señala Luis Weckmann (1984, pp. 546-47). Si Cortés ordenó un castigo tan inhumano, podemos deducir cuán pobre opinión tenía de estos hombres.
La terrible imagen del Manuscrito del aperreamiento, a pesar de su dramatismo, ha recibido poca atención de los estudiosos del periodo colonial. Existen referencias al aperreamiento, pero en ninguna de ellas se menciona al sumo sacerdote de Cholula como una de sus víctimas; tal vez se deba a que la intención del Manuscrito, único testimonio de este hecho, no era acusar a Cortés, sino servir a intereses regionales (Diel, 2011). Una escena comparativamente mundana ocurre en la parte inferior, que muestra las secuelas de tan violentas ejecuciones. Un conquistador español, Andrés de Tapia, habla con dos indígenas de nombres Temetzin y don Rodrigo Xochitototzintli. La glosa escrita explica en náhuatl que tras la muerte del tlatoque, Andrés de Tapia, por entonces encomendero de Cholula, instaló como gobernante a Temetzin, a quien ahorcó después para sustituirlo por don Rodrigo Xochitototzontli.
En el Manuscrito encontramos claves visuales que nos permiten ver el contraste entre don Rodrigo, cristiano, y sus paisanos paganos; la indumentaria indígena de las primeras víctimas, por ejemplo (sandalias, bragueros con cenefas, pectorales de oro), los vincula a un pasado pagano y no a un presente cristianizado. Además, los hombres de la derecha llevan en el cabello un pequeño moño al frente y el resto elegantemente trenzado y detenido con una pluma llamada quetzallalpiloni, que conlleva asociaciones con lo militar; así, los tocados y la espada europea que sostiene el primer prisionero encadenado del grupo, permiten deducir, visualmente, una resistencia militar y una rebelión abierta contra el mensaje cristiano de Cortés. Los indígenas de la parte inferior de la imagen, en cambio, parecen más anuentes ante los españoles y su religión; van más modestamente ataviados, con túnicas largas y bragueros sencillos. Ya no usan sandalias, pectorales de oro ni llevan quetzallapilloni; su pelo es más corto, e incluso se puede observar una barba incipiente, lo cual los asocia a los españoles barbados. Don Rodrigo, además, tiene nombre español, que debió haber recibido al bautizarse, mientras que los demás cholultecas tienen nombres completos en náhuatl. Don Rodrigo es, pues, el único verdadero cristiano entre todos los indígenas representados.
Este testimonio visual nos muestra, por último, cómo estos nobles cholultecas se negaron a someterse a la autoridad y religión españolas y, en castigo, fueron ejecutados. Don Rodrigo, en cambio, los ha aceptado y es nombrado regidor por su encomendero Andrés de Tapia. Así, el Manuscrito no habría sido pintado con la intención de provocar simpatía por las víctimas del aperreamiento ni de incriminar a Cortés, sino para legitimar a la nueva autoridad de Cholula. La impresionante imagen de tan brutal ejecución, sin embargo, saca a la luz los actos de terror que seguramente sucedieron tras la conquista.
La representación del atormentado tlálchiach queda hoy como signo duradero de los traumas sufridos y atestiguados por los colonizados en los años inmediatamente posteriores a la conquista. El que se infligieran al sumo sacerdote de Cholula revela la importancia de su papel religioso y político en la sociedad prehispánica, papel que tuvo que neutralizarse para que los españoles impusieran exitosamente su nueva religión y autoridad sobre los pueblos nahuas.
Lori Boornazian Diel. Doctora en estudios latinoamericanos por la Universidad de Tulane y profesora asociada de historia del arte en la Universidad Cristiana de Texas, sede Fort Worth.
Boornazian Diel, Lori, “El Manuscrito del Aperreamiento. Castigos abominables”, Arqueología Mexicana, núm. 115, pp. 66-70.
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