El mercado de Tlatelolco

Eduardo Matos Moctezuma

Moctezuma II. La gloria del imperio

Después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua. Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no la habían visto (Díaz del Castillo, 1943, p. 285).

Se refiere Bernal Díaz, desde luego, al mercado de Tlatelolco. Ciudad vecina de Tenochtitlan, Tlatelolco nació casi al mismo tiempo y fue fundada por mexicas que prefirieron erigir un nuevo lugar un poco más al norte, y allí se establecieron en 1338 d.C. A diferencia de Tenochtitlan, donde se concentra el poder de la Triple Alianza, Tlatelolco va a destacar como centro económico en el que los pochteca o comerciantes establecieron el mercado que tanta impresión causara a los peninsulares.

Considerar el mercado –lugar de concentración y distribución de productos– como “plaza tan bien compasada y con tanto concierto”, se debió a la organización que dentro de él existía. “¿Para qué gasto yo tantas palabras de lo que vendían en aquella gran plaza? Porque es para no acabar tan presto de contar por menudo todas las cosas…” Tanta admiración le provoca el mercado que le lleva varias páginas el describirlo. Por su parte, Cortés no deja igualmente de admirar el mercado y lo describe como una plaza… “dos veces la de la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo… ”(Cortés, s.f., p. 199).

Lo anterior nos lleva a reflexionar acerca de la importancia que revestía este lugar dentro del aparato económico de Tenochtitlan, pues para este momento Tlatelolco ya estaba bajo su control después de que Axayácatl lo conquistara en 1473. Fue quizás este carácter comercial de la vecina Tlatelolco lo que realmente llevó a su conquista por parte del mexica-tenochca.

Sin embargo, toda esta riqueza proveniente tanto de la expansión imperial como de la producción propia va a venir a menos. Presagios funestos no deparan nada bueno para Tenochtitlan y, paradojas del destino, aquel sometimiento y el oneroso tributo impuesto a los pueblos conquistados –que no pocas veces causó levantamientos en contra de Tenochtitlan– se van a revertir de manera implacable. Los pueblos sometidos se quejan con Cortés y éste asume el liberarlos. Por otra parte, el oro que Moctezuma envía a los españoles con el fin de alejarlos sólo sirve para avivar en ellos el deseo por conseguirlo. Aquí, más que nunca, el apesadumbrado tlatoani debió de evocar aquel canto nahua que dice:

Aunque sea jade, también se quiebra,

aunque sea oro, también se hiende,

y aún el plumaje de quetzal se desgarra:

¡No por siempre en la tierra:

sólo breve tiempo aquí…!

Los días del imperio estaban contados…

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

Matos Moctezuma, Eduardo, “Moctezuma II. La gloria del imperio”, Arqueología Mexicana, núm. 98, pp. 54-60.

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