El Opeño, Jacona, Michoacán

J. Arturo Oliveros Morales

En El Opeño se localizó una peculiar versión de cementerio, cuyos diseños originales constituyen una arquitectura funeraria tan distintiva como antigua, pues ha sido posible fecharla hacia 1500 a 1200 a.C. Asimismo, las ofrendas que acompañaban los entierros han aportado significativa información para la arqueología local y regional, tanto por su presencia y temporalidad como por las características culturales, decorativas y técnicas.

 

Con el nombre de El Opeño se designó hace 40 años a un sitio arqueológico ubicado al sur del municipio de Jacona, Michoacán. Su importancia cultural y principal atractivo provienen de la existencia de tumbas ahuecadas en el subsuelo de toba volcánica (achieri, tepetate), notable por su remota antigüedad y por sus contenidos.

 

Arqueología funeraria

 

El Occidente de México es de las regiones culturales menos conocidas y sobre la que predominan opiniones encontradas. Es por supuesto un área no muy explorada, si bien cuenta con diversos estudios, ya que ofrece abundante información cultural, cuantiosos ejemplos de un pasado y un presente activos y sugerentes, la mayoría relacionados con otras partes del país e inclusive con territorios sudamericanos. Lo mismo ha sucedido con el o los lenguajes que se han utilizado aquí, aunque también con sus repercusiones. De esta manera, en Occidente abundan ejemplos culturales de presencias ajenas. No por nada es un área natural cuya diversidad –los valles, las montañosas tierras altas, las zonas lacustres, la tierra caliente o la costa– ha contribuido a las contradicciones que la caracterizan. 

Referirse únicamente a una de las partes de este escenario nativo, histórico y cultural permite describir una sola de las costumbres que distinguió a un determinado periodo. 

En este caso se trata de una peculiar versión de cementerio, cuyos diseños originales constituyen una arquitectura funeraria tan distintiva como antigua, pues ha sido posible fecharla hacia 1500 a 1200 a.C. Aunque se dice fácil, implica mucha investigación para entender la ideología en torno a lo que podemos llamar: el espacio de la muerte. 

La forma de esas obras en apariencia sencillas ha permitido reconocer un área bien definida como unidad de protección y control de sus difuntos. En primer lugar todas se orientaron hacia el mismo rumbo: el poniente, donde el Sol se oculta: “muere”. Del mismo modo, se colocaron una al lado de la otra, aunque con proporciones diferentes. Los accesos son verdaderos pasillos integrados con escalones, tallados en el mismo tipo de subsuelo. Por esta escalinata se llega hasta un vestíbulo limitado por un frente en el cual se cavó una puerta. Ésta era tapiada con grandes lajas de piedra después de cada inhumación, ya que abundan huellas de que fueron reutilizadas. El interior estaba limitado en sus costados por dos banquetas donde eran depositados los cadáveres.

 

Oliveros Morales, J. Arturo, “El Opeño, Jacona, Michoacán”, Arqueología Mexicana núm. 123, pp. 37-42.

 

 Arturo Oliveros. Arqueólogo, doctor en antropología. Investigador del INAH, Delegación Michoacán. Fundador del Centro INAH Noroeste con sede en Hermosillo, Sonora. Director de la zona arqueológica de Monte Albán, Oaxaca. Miembro del Consejo de Arqueología del INAH y del Consejo Académico del Colmich. Premio Alfonso Caso por la tesis “El espacio de la muerte”. Director del Proyecto Tzintzuntzan, Michoacán.

 

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